Diario El Mercurio, Lunes 03 de marzo de 2014
Salvo en Temuco
"Escuchar a las plantas es leer el gran libro de su genoma; todo lo que una planta puede hacer está en ese libro, dice. El libro está escrito en el idioma de los genes.
Una de las conferencias más impresionantes que un chileno puede ver en línea hoy no está en TED: es la de Haroldo Salvo. Está en el “Congreso del Futuro” del Senado.
Yo no lo conocía; apenas lo saludé en un encuentro fortuito en esa reunión. Se ve no invasivo, escuchador, de las personas cool que existen en el mundo. Tiene un doctorado de análisis genómico en Cambridge, pero ni se le nota ese pedigrí.
Se le puede ver y escuchar, por 25 minutos, en el sitio http://goo.gl/4iR85p.
Habla del hambre, de la infelicidad, pero más, de los alimentos. Y más, de las proteínas. Y más, de aplicar la ciencia a la alimentación, a producir mejores y mayores proteínas. Y más, de “ponerle techo” a la agricultura en Chile. Y más.
Él habla de escuchar a las plantas. De ayudar a que la gente toque la ciencia. Sus desarrollos los hace en Temuco y sus aplicaciones crecen en terrenos de cinco comunidades mapuche que cultivan el lupino que han conseguido mejorar.
Escuchar a las plantas es leer el gran libro de su genoma; todo lo que una planta puede hacer está en ese libro, dice. El libro está escrito en el idioma de los genes.
Él aprendió a seguir esas palabras desde el embrión hasta el fruto. Así como los holandeses mejoraron las alstroemerias de las flores chiquitas que brotaban en los Andes hasta llevarlas a los floreros del mundo, él aprendió a ser Champollion de las plantas.
Con 40 científicos trabaja en el Centro de Genómica Nutricional Agroacuícola (CGNA), en Temuco. Su chiche es este lupino nuevo, el Aluprot. “No es transgénico”, afirma.
Lo hicieron como los holandeses con las alstroemerias: cultivando las plantas con los genes mejores, y dieron con un lupino magistral. Costó 11 millones de dólares, pero las expectativas de ingresos llegan a más de diez veces esa cifra.
Él subraya las ventajas de la Araucanía para cultivarlo, territorio de biodiversidad. El lupino es un Alexis Sánchez de las plantas, un producto mundial. Uno queda convencido. Y en el Centro tienen la totalidad de la propiedad intelectual del genoma del lupino amarillo.
Presenta dos fotos: un lupino con raíces ratonas, con poquitas hojas; otro, con grandes hojas y raíces que buscan agua a más de un metro de profundidad. Ambos, de igual padre, pero de diferente madre, y manejan la herencia y consiguen esta impresionante ventaja.
Yo no había oído hablar del lupino; sí de la soya, la proteína que alimenta el planeta. Pero la semilla de lupino tiene un contenido de proteína del 60%, el mayor porcentaje de una semilla en todo el mundo; la soya llega al 47%.
Para 2050, dice, necesitaremos aumentar el rendimiento total de proteínas entre un 60% a un 110%. Si seguimos igual, aumentaremos un 32%. Con el Apuprot de la Araucanía, de más proteína que la soya, se podrá intentar abastecer a los 9 mil millones de entonces. Y en menos terreno, con menos agua, y en climas más cambiantes.
Así podemos cambiar los índices de infelicidad, dice Salvo, invirtiendo en ciencia, en regiones. Y haciendo que la gente la toque.
Yo no lo conocía; apenas lo saludé en un encuentro fortuito en esa reunión. Se ve no invasivo, escuchador, de las personas cool que existen en el mundo. Tiene un doctorado de análisis genómico en Cambridge, pero ni se le nota ese pedigrí.
Se le puede ver y escuchar, por 25 minutos, en el sitio http://goo.gl/4iR85p.
Habla del hambre, de la infelicidad, pero más, de los alimentos. Y más, de las proteínas. Y más, de aplicar la ciencia a la alimentación, a producir mejores y mayores proteínas. Y más, de “ponerle techo” a la agricultura en Chile. Y más.
Él habla de escuchar a las plantas. De ayudar a que la gente toque la ciencia. Sus desarrollos los hace en Temuco y sus aplicaciones crecen en terrenos de cinco comunidades mapuche que cultivan el lupino que han conseguido mejorar.
Escuchar a las plantas es leer el gran libro de su genoma; todo lo que una planta puede hacer está en ese libro, dice. El libro está escrito en el idioma de los genes.
Él aprendió a seguir esas palabras desde el embrión hasta el fruto. Así como los holandeses mejoraron las alstroemerias de las flores chiquitas que brotaban en los Andes hasta llevarlas a los floreros del mundo, él aprendió a ser Champollion de las plantas.
Con 40 científicos trabaja en el Centro de Genómica Nutricional Agroacuícola (CGNA), en Temuco. Su chiche es este lupino nuevo, el Aluprot. “No es transgénico”, afirma.
Lo hicieron como los holandeses con las alstroemerias: cultivando las plantas con los genes mejores, y dieron con un lupino magistral. Costó 11 millones de dólares, pero las expectativas de ingresos llegan a más de diez veces esa cifra.
Él subraya las ventajas de la Araucanía para cultivarlo, territorio de biodiversidad. El lupino es un Alexis Sánchez de las plantas, un producto mundial. Uno queda convencido. Y en el Centro tienen la totalidad de la propiedad intelectual del genoma del lupino amarillo.
Presenta dos fotos: un lupino con raíces ratonas, con poquitas hojas; otro, con grandes hojas y raíces que buscan agua a más de un metro de profundidad. Ambos, de igual padre, pero de diferente madre, y manejan la herencia y consiguen esta impresionante ventaja.
Yo no había oído hablar del lupino; sí de la soya, la proteína que alimenta el planeta. Pero la semilla de lupino tiene un contenido de proteína del 60%, el mayor porcentaje de una semilla en todo el mundo; la soya llega al 47%.
Para 2050, dice, necesitaremos aumentar el rendimiento total de proteínas entre un 60% a un 110%. Si seguimos igual, aumentaremos un 32%. Con el Apuprot de la Araucanía, de más proteína que la soya, se podrá intentar abastecer a los 9 mil millones de entonces. Y en menos terreno, con menos agua, y en climas más cambiantes.
Así podemos cambiar los índices de infelicidad, dice Salvo, invirtiendo en ciencia, en regiones. Y haciendo que la gente la toque.
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