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Cambio de mando


por David Gallagher
Diario El Mercurio, Viernes 07 de marzo de 2014




¿Qué es un buen gobierno? ¿Cómo se sabe que lo es, siendo que nuestra memoria de gobiernos anteriores es tan corta, y que tendemos a comparar la realidad política con algún ideal que tenemos de ella? ¿Por qué el juicio de la historia es a veces tan distinto al que se realiza en tiempo presente? Son preguntas que uno se hace al reflexionar sobre el cuatrienio de Sebastián Piñera.

Tuvo una tasa de aprobación alta al comienzo, que llegó a su cúspide con el rescate de los 33. Pero de allí descendió fuertemente, a pesar de que sus realizaciones no menguaban. Hacia el final, subió, como si la gente ya sintiera una suerte de nostalgia anticipada. Es que a veces no apreciamos lo que tenemos sino cuando estamos por perderlo.

A mí me parece que el de Piñera ha sido un buen gobierno, si lo comparamos, no con algún gobierno ideal que nos pongamos a imaginar, sino con otros gobiernos reales. Deficiencias hubo: desde ya en el campo energético, o en el de obras públicas. Pero hubo avances en políticas sociales, y el manejo macroeconómico fue impecable. Chile volvió a crecer con fuerza. Se creó un montón de nuevos empleos. Los salarios reales han subido al 3 por ciento anual. La cesantía ha bajado al 6 por ciento. Las cuentas fiscales están ordenadas, con un gasto que ha subido menos que el producto. La tasa de inversión ha llegado al 27 por ciento del PIB, y la inflación se ha mantenido muy baja.

La aparente falta de entusiasmo de la ciudadanía frente a todo esto, que redundó en un aplastante triunfo de la candidata opositora, tiene elementos de misterio, pero también hay cómo esbozar algunas explicaciones. Los abusos detectados en casos como el de las farmacias, La Polar y algunas universidades, minaron el prestigio de los empresarios, y afectaron la imagen del Presidente. Porque ser empresario, de ser un gran activo que contribuyó a que ganara las elecciones en 2010, se convirtió para él en un oneroso pasivo. Después, están los efectos tardíos de la crisis mundial de 2008-9. Al comienzo, la gente se limitaba a temer los estragos que le podía provocar en su vida personal. Pero con el tiempo, se dieron efectos más profundos, efectos de corte ideológico. En el mundo entero, la gente empezó a cuestionar el capitalismo y el lucro, y a creerle cada vez menos a los empresarios. También se desprestigiaron los economistas, porque no predijeron la crisis, y porque se pelearon ruidosamente sobre sus causas y sobre cómo volver a la normalidad. El resultado es que, por el momento, la gente le cree poco a los economistas, y está cada vez más llana a dejarse llevar por las promesas de políticos populistas; y en Chile ha cundido la impresión de que el crecimiento se da solo. Por otro lado se ha producido una demanda mundial por más igualdad, que en lo inmediato, favorece más a la izquierda que a la derecha. Por último, la ciudadanía está más rebelde, y gobernar en sí se ha vuelto más difícil. Eso perjudicó al gobierno de Piñera y puede perjudicar también al gobierno de Michelle Bachelet.

El hecho de que el gobierno que se despide tuvo que enfrentar estas corrientes adversas -tanto locales como mundiales- no lo exime, por cierto, de la incapacidad que mostró para encontrar el relato y el lenguaje que se necesitaban para enmarcar sus logros. Para eso, le hizo falta un segundo piso más pensante, más estratégico, más visionario.

Con todo, intuyo que el gobierno de Piñera con el tiempo va a parecer cada vez más sólido. De a poco, el mismo tiempo le va a ir construyendo un relato: de seriedad, de eficiencia, de esfuerzo, y de gran solidez económica. El gobierno de Michelle Bachelet, que asume en cuatro días más, se encontrará, entonces, con una vara bastante alta. Todos queremos, y esperamos, que logre sortearla con enorme éxito
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