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Armando Uribe - El Caballero‏



El caballero
REVISTA PAULA, 26 MARZO, 2013

ARMANDO URIBE

EL CABALLERO

Enclaustrado en su departamento desde hace quince años, Armando Uribe ya se siente de 80, aunque le faltan algunos meses para cumplirlos. Rara vez sale y lo hace para ir al médico, porque tuvo un cáncer que superó “milagrosamente”. Sin embargo, se mantiene activo: así como siguió con atención la elección del nuevo Papa –es un declarado creyente católico– no para de escribir en libretas de tapas negras todo lo que le dicta su “inconsciente cotidiano”.
Por Fernando Villagrán / Fotografía: Carolina Vargas / Producción: Francisca Lacalle
Paula 1118. Sábado 30 de marzo 2013.
Armando Uribe no cesa de describir con su lapicera a tinta. Con ironía dice que padece de logorrea, que habla en demasía. Entre sus últimos poemarios destacan Baba (2010), Tonto (2011), Ya no doy más, prosaicas que me amáis (2012), Pronto se publicará Hastío y espera su momento Hache. También se mantiene al día: sigue la prensa local, donde observa cada día “más tontera ambiente” y también la programación de la BBC y la Rai. Además, su hijo Pedro le envía desde París los recortes de la prensa extranjera. La muerte de su hijo Francisco en 1997 y de su amada Cecilia, cuatro años después, justifica la decisión de su enclaustramiento, acentuada por los problemas respiratorios que le limitan el desplazamiento al interior de su departamento cargado de recuerdos y con una envidiable biblioteca.
Por muchos años se resistió a que lo llamaran poeta, aunque fue uno muy precoz. Desde los 14 años Armando Uribe escribió versos, los que aparecieron en la antología El joven laurel (1953) y un año después en su libro El transeúnte pálido. Sin embargo, su vida transitó por la abogacía y la academia –experto en Derecho Minero– para continuar en la diplomacia, en la ONU y finalmente como embajador del Presidente Allende en China, sitio privilegiado en sus ensoñaciones y juegos infantiles.
Su carrera diplomática terminó de la peor manera cuando el gobierno de Pekín, con apellido comunista, reconoció a la Junta Militar tras el golpe de Estado en Chile. De allí pasó al exilio forzoso y a ganarse la vida como académico en Francia e Italia. En esos tiempos escribió ensayos, pero se prometió no publicar en verso hasta que Pinochet dejara el poder. Y cumplió. Con su regreso al país surgió el poeta tardío, que desde la publicación de Por ser vos quien sois, en 1989, no ha parado en los siguientes veinticuatro años. El Premio Nacional de Literatura que recibió en 2004 tuvo el efecto de hacerlo aceptar que a fin de cuentas era todo un poeta.
Tanto su vida como su obra son inseparables de la presencia, aun después de muerta, de Cecilia Echeverría, su enamorada desde que la descubrió en una fotografía de la vida social con toda la belleza de sus dos trenzas. Cecilia, su mujer y madre de los cinco hijos, tenía un gran talento artístico que quedó impreso en el libro La inquietante extrañez (2002) con sus collages que Uribe intervino con breves versos. A ella dedicó el poeta Memorias para Cecilia (2002). Aún habla con ella, asegura. Y esas conversaciones terminan en verso.
Usted es un hombre de fe para el que los dogmas religiosos son importantes. La Iglesia vive una crisis, con graves delitos y corrupción, que se podría resumir en la afirmación de Benedicto XVI de “la hipocresía religiosa”. Acabamos de presenciar algo inédito como fue la renuncia de un Papa y la elección de uno nuevo. ¿Qué apreciación tiene de estos sucesos?
Reconozco esa crisis, pero parto por decir que Benedicto XVI ha sido el Papa más inteligente de los últimos tiempos porque se trata de un escritor exquisito. Uno de sus libros sobre Jesucristo parte con una referencia a Kierkegaard y cuenta la historia de un payaso que se encuentra divirtiendo a los habitantes de su aldea cuando comienza un gran incendio; entonces corre a la aldea más cercana a pedir auxilio, pero nadie le cree porque es un payaso y la aldea termina quemándose. Él, como escritor sobre Jesucristo, dice que se siente igual que el payaso tratando de hablarles a los católicos, pero no lo van a escuchar y todo terminará como ocurrió con el incendio del cuento, en el infierno de la aldea. De los Papas que he conocido, el que ha renunciado es el más brillante e irreemplazable.
¿Cómo recibió la noticia de que el cardenal argentino Bergoglio resultara electo nuevo Papa?
Lo más significativo es que sea jesuita, perteneciente a la Compañía de Jesús fundada por Ignacio de Loyola, que ha sido apreciada en la historia como guardia de corps del Papa. Puede significar que el primero de ellos elegido en ese cargo esté mejor preparado, por su formación, para asumir esta función de vicario de Dios en la Tierra.
¿Y qué le parece que sea el primer latinoamericano?
Que hayan elegido al arzobispo de Buenos Aires, se puede explicar en parte porque siendo su familia inmigrante de primera generación de italianos en Argentina, la gran mayoría de cardenales italianos lo ha apreciado como uno de los suyos en este continente americano.
Existen fuertes denuncias desde Argentina sobre omisiones dolosas de Bergoglio en tiempos de violaciones a los derechos humanos. ¿Cómo estima que debiera enfrentar esos ruidos?
Correspondería que ahora, ubicado como Pontífice Supremo religioso y moral del mundo, todos esos hechos de su vida anterior como superior jesuita y máximo prelado argentino sean conocidos con detalle y transparencia.
¿Es muy alta la vara que le ha dejado Benedicto XVI al Papa Francisco I, asumiendo la gran crisis que vive la Iglesia?
Claro que es alta, ha pasado el pontificado desde un teólogo muy inteligente, además de buen escritor, a las manos de Bergoglio que tiene la formación religiosa e intelectual de un jesuita, que es de las más profundas entre los sacerdotes y prelados católicos.
DEJAR DE FUMAR
Lleva 15 años enclaustrado esperando la muerte, pero en los cánones actuales y con su vitalidad literaria no se puede decir que usted sea un anciano, además, recién cumplirá los 80 años en octubre próximo.
Es cierto que nací en esa fecha, pero yo ya tengo 80 años, porque considero un error contar la vida personal desde que se nace, corresponde hacerlo desde que uno fue concebido. Yo no puedo decirle la fecha exacta, pero si calculo pienso que ocurrió a fines de enero de 1933, es decir he pasado los 80 y, más que eso, le puedo decir en qué momento fui gestado.
Ya entramos al espacio de la literatura…
Claro, pero puede ser cierto en la realidad. Mi cálculo es que fui concebido a fines de enero de ese año 33 cuando Hitler asumió la cancillería alemana, se inaugura el tercer Reich y la explosión del nazismo, con todas sus consecuencias que conducirán a la Segunda Guerra Mundial y a sucesos posteriores que marcan los últimos 80 años de la humanidad. Entonces mi gestación coincide con el momento de esa foto, algo famosa en su tiempo, de Hitler asomándose a una ventana de la cancillería, a unos 15 metros de la calle, saludando con su brazo en alto. Tomando en cuenta incluso la diferencia horaria entre Chile y Alemania, yo creo que fui concebido en ese momento.
“Mis únicas salidas son al médico. La última fue donde un oncólogo porque me detectaron un cáncer en la lengua, lo que en su momento me llevó a pensar ‘por donde pecas pagas’. Inexplicablemente -la biopsia lo comprobó- el cáncer desapareció. Con esa prueba ahora indagaré si se trata de un milagro”, dice sonriendo.
Vaya coincidencia, pero volvamos al enclaustramiento. ¿Qué tan estricto es su encierro?
Mis únicas salidas son al médico. La última fue adonde un oncólogo porque me detectaron un cáncer en la lengua, lo que en su momento me llevó a pensar “por donde pecas pagas”. Inexplicablemente para el médico –porque la biopsia lo había comprobado– el cáncer desapareció. Con esa prueba ahora
indagaré si se trata de un milagro (sonríe). Me había convertido en una animita estando vivo.
¿Le costó mucho dejar de fumar?
No, lo decidí luego de una conversación muy agradable con el doctor Ola, amigo de mis hijas. La verdad es que no aspiraba, solo soplaba y me molestaba sentir el calor del fuego y el humo tan cerca de la cara, por eso utilizaba esas boquillas largas, como las de señoritas de los años veinte. La manía por fumar comenzó cuando trabajé en la ONU y lo hice un día para no quedarme dormido mientras trabajaba en las noches.
¿Qué opina de la restrictiva ley contra el tabaco?
Eso no me gusta porque son normativas que reducen sicológicamente a los seres humanos, restringen las libertades y el sentimiento de ser autónomo.
¿Extraña caminar por las calles?
Para nada. Desde que regresé a Chile, percibí que el comportamiento de la gente en las calles del centro había cambiado para mal, era un desagrado. Además, descubrí que perdía mucho tiempo encontrándome con alguna gente, siendo mejor emplearlo en escribir. Entonces cobró mayor sentido seguir el consejo de Pascal de recluirse en el dormitorio de la casa.
¿Y qué fue de sus amigos chinchineros y de los mendigos que le pedían ayuda desde la calle?
Seguimos en contacto, a los chinchineros los considero juglares y trovadores como aquellos de antes de la Edad Media. Nos comunicamos por la ventana y a veces he bajado. Lamentablemente de los organilleros solo queda uno, porque ellos deben arrendar sus organillos y tienen problemas. A los que me piden ayuda todos los días, les envío unos panes con mermelada a la hora de once. Una vecina que había reclamado por los horarios incómodos en que metían bulla, terminó entendiendo y me envió de regalo una camiseta con letras grabadas que decían: Don Armandooooooo. Se la obsequié a uno de mis nietos.
SER CABALLERO
Este encierro coincide con su periodo de mayor fecundidad literaria.
Yo he escrito, y creo que también leído, en este enclaustramiento de 15 años, más que en los 50 anteriores desde que aprendí a leer y escribir.
A la suma de tantos libros publicados hay que agregar lo que va quedando escrito en libretas, como esa que tiene a su lado ahora (una de tapas duras, color negro).
Sí, y acumulo una cantidad inmensa de libretas como esta que estoy terminando, vea las fechas (observo que un ciento de páginas, con versos breves, han sido copadas en el curso de un mes, hasta el día en que conversamos).
Estos textos, ¿se podrían leer como una novela en verso o como memorias?
Como diario. Son las expresiones del inconsciente cotidiano, porque, además, me resultan más desagradables las realidades que vivo que las pesadillas del inconsciente. Traspasarlo al texto, con gramática, sintaxis y todo lo que implica escribir, es un fenómeno consciente, pero yo trato que reflejen ese impulso inconsciente que queda en los versos, porque no sé si perdurarán y se les podrá llamar propiamente poesía.
Usted se ocupa de la muerte desde siempre, por el impacto que le provocó, teniendo menos de tres años, ver en su lecho de muerte a una tía con quien vivió. No conozco a nadie que, al menos en lo que queda escrito, se haya preparado tanto para la muerte.
Ese hecho ocurrió antes de yo saber leer y escribir. Entonces empecé a ocuparme del asunto llamado muerte. Fue tal la impresión de esa visión, que entre mis primeros versos, esos escritos a los 14 años, hay uno que recuerdo en que se describe el propio cadáver del que está escribiendo y dice: “Y habrá un hongo en la palma de mi mano”. Pero respecto de mi escritura, desde el comienzo también me ha acompañado el ánimo de ironía, sarcasmo, a veces sátira, con las consecuencias que involucra, porque implica también autocastigarse cuando parto por aplicarla conmigo mismo.
“Pierdo el hilo, no sé a cuento de qué me puse a decir esto ni para donde voy, es parte de mi senilidad. Estoy muy atento a este fenómeno que observo cotidianamente. yo he tratado a otros de estar seniles, como a Jorge Edwards , pero debo partir por reconocer la mía propia y lo hago con placer”.
Ese rasgo se trasluce en obras de hace varios años atrás, como Odio lo que odio, rabio como rabio o en esas cartas abiertas a personajes públicos como Patricio Aylwin y Agustín Edwards, que crearon algún escozor en su momento. Hoy tienen una resonancia diferente a la luz de nuevos fenómenos como el de “los indignados”. ¿Siente que se anticipó a ello?
Le agradezco la observación, porque recuerdo que en la primera entrevista que se me hizo al regresar del destierro, contesté, a fines de 1989: “Creo en el valor moral de la indignación”. Yo creo en la dignidad de la indignación, aunque parezca un juego de palabras al que soy muy propenso. Eso es también para mí parte importante de ser caballero. Le cuento con que un amigo, muy literario, Jorge Sanhueza, “el Queque”, que murió hace tiempo, hablando mientras cruzábamos la Alameda, casi a gritos, me preguntó: “¿Qué es lo que más quieres en la vida?”, le contesté: “Ser caballero”, me replicó: “Ese no es gusto de caballeros”. Al terminar de cruzar la calle le dije: “Mira que eso es lo que quiso ser Don Quijote”. Me refería a esa primera aventura de Don Quijote de hacerse nombrar caballero, con espada en el hombro, por el dueño de la posada donde durmió esa primera noche.
¿Y sigue siendo un gusto suyo?
Absolutamente, le cuento que en el colegio tuve dos muy buenos profesores, Mario Góngora, de Historia, y el mencionado Roque Esteban Escarpa… Bueno, por tanto detalle pierdo el hilo, no sé a cuento de qué me puse a decir esto ni para dónde voy, es parte de mi senilidad. Estoy muy atento a este fenómeno que observo cotidianamente. Y claro, yo he tratado a otros de estar seniles, por ejemplo a Jorge Edwards, después de leer sus memorias, pero debo partir por reconocer la mía propia y lo hago con placer.
La ironía y también humor de sus textos podrían parecer contradictorios con sus permanentes llamados a la muerte que no llega. Aunque usted insista en escribir que ya no más, me parece que usted quiere más…
(Se ríe) Usted lo dice bien pero la verdad es que prefiero ocultarlo porque a mí me da vergüenza querer más, la verdad es que ya está bueno y me llego a considerar un “gazuzo”, si aparezco queriendo más. Como esos que frente a una bandeja con pasteles y ya abotagados de comer, lo siguen haciendo cuando quedan solo dos o tres.
¿Usted lee en voz alta lo que va escribiendo?
No, en primer lugar escribo corto, no más de seis líneas. Escribo versos como desahogo, como estornudar. Y me demoro poco; si me significa dedicarle a un verso más de cinco minutos, me aburro. Nada es pensado ni elaborado, tiene que ver con el destello inconsciente. Si no funciona, lo elimino. Hay versos que surgen por razones extra literarias, como este (me pasa una bella edición de un libro de versos en 38 páginas titulado Ce) que dediqué a Cecilia, mi mujer, cuando se cumplieron 10 años de su muerte. Es un libro que fue publicado solo para la familia y que, como verá, tiene una singular firma del autor (es la huella digital de AR UR AR, como se identifica el autor en la contratapa).
¿Usted mantiene una conversación cotidiana con Cecilia?
Sí, fíjese que yo vivo con mi hija mayor que también se llama Cecilia, ella vuelve de su trabajo pasadas las seis de la tarde y cuando la estoy esperando, en mi semi consciencia espero a mi mujer, con la que mantengo conversaciones (toma la última libreta con cientos de versos y casi al azar escoge uno en que precisamente el poeta dialoga coloquialmente con ella).
El ejercicio de la escritura, ¿es algo placentero para usted?
Sí, es placentero aunque no sea percibido así con los sentidos, porque el inconsciente se mueve más allá de ellos. Hay que admitir que todo ocurre en la carne (se toca las manos y el pecho), entendiendo como tal el cuerpo y también lo que llamamos sique. Todo eso es carne, y la resurrección, en términos religiosos, es de la carne, con todo lo que ella implica. Algo distinto es el alma, porque es algo que se agrega al ser humano y tiene que ver con la presencia de lo divino, algo permanente que se distingue de la resurrección de la carne.

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