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¡No es la revolución, es la utopía!


"Para montar la utopía educacional será necesario partir por gastar us$ 5 mil millones en comprar tres mil colegios. ¿cómo se determinará cuánto pagar por cada colegio?


Algunos en la derecha creen que estamos ad portas de la revolución. Que las guillotinas ya se están acerando y que la retroexcavadora es el signo más claro de ello. Que necesariamente todo se va a radicalizar, que por ahora se habla de restringir la educación privada pero que luego viene la prohibición total, que de la reforma tributaria pasaremos al hostigamiento a las empresas, que de la actual Constitución pasaremos a una nueva al estilo chavista.

El problema que tiene ese análisis -que todavía es incipiente- es que un diagnóstico equivocado termina en propuestas alternativas equivocadas.

Es cierto que la Nueva Mayoría tiene integrado al Partido Comunista, que cree en "otro concepto de democracia", que es la forma eufemística de defender el totalitarismo. Es cierto que existen en el conglomerado algunos intelectuales que les gustaría ver cabezas rodando como en París de 1789. Es cierto también que hay un grupo populista que está dispuesto a avanzar hasta donde sea para capturar el Estado. Pero la mayoría del conglomerado, incluida Bachelet, no está en esa lógica.

Hoy a la Nueva Mayoría no la mueve la revolución, la mueve la utopía. Y ésta, por definición -en pos de un mundo mejor-suele terminar dejando de lado la racionalidad.

En la Alameda 1371, Eyzaguirre y sus asesores elaboran la utopía educacional. Se preparan así para reemplazar el "perverso" sistema actual por uno mucho mejor. Poco importa que las pruebas internacionales, como la PISA, muestren que somos líderes en el continente. Las utopías no se miden con pruebas: "lo esencial es invisible para los ojos".

Para montar la utopía es necesario que la mayor parte de los actuales lucradores venda sus colegios (supongo que previo arrepentimiento por su vida pasada) para desterrar el lucro y para revertir el porcentaje de colegios públicos respecto a los privados. Poco importa que hayan sido los propios padres quienes hayan elegido esa realidad. Es que, tal como dijo Eyzaguirre, los padres son arribistas ("por 10 mil más compran color de pelo más claro", dijo textualmente) y son huevones ("se ven seducidos por nombres en inglés").

La utopía siempre confía más en la estructura de la autoridad que en la espontaneidad de las personas. Y entre la realidad (incluso mejorada) y la utopía siempre gana la utopía. 

Para montar la utopía educacional será necesario partir por gastar 5 mil millones de dólares en comprar tres mil colegios. ¿Cómo se determinará cuánto pagar por cada colegio? Un grupo de tasadores (nombrados por el Seremi) entrara en escena, dejando abiertas las puertas y ventanas a la corrupción.

Para ponerle un techo a la compra se establece que el pago no podrá pasar de los 2,5 millones por alumno ¿No suena un poco feo? Hoy cada alumno deambula por el patio de su colegio con un número en la mochila: 2,5 millones. Se está utilizando la misma fórmula tantas veces criticada a las universidades privadas que compraron alumnos... 

Pero hay muchas preguntas más que no tienen respuestas ¿Cuánto se les permitirá retirar a quienes se queden dirigiendo su colegio? ¿500 mil? ¿Un millón? Habrá que entrar necesariamente a fijar los sueldos, porque a partir de un momento dejará de ser una "justa recompensa" y pasa a ser lucro. Y así seguiremos hasta el infinito.

Las utopías siempre terminan chocando con la realidad y suelen terminar mal. Si no, basta con volver a recordar el Transantiago. Por eso es que, salvo en situaciones de crisis institucional, lo que corresponde son los cambios graduales.

Por ejemplo, poner fin a la selección de los colegios que reciben aportes estatales es lógico. Si los privados están sustituyendo un sistema que en general es público, lo lógico es que sea sin exclusiones, aunque el cardenal se enoje. 

La discusión sobre el copago también es legítima. El copago parece tener ventajas porque da libertad a los padres, da una mayor gradualidad respecto a los colegios particulares y le aporta al Estado una cifra cuantiosa. Sin embargo, es perfectamente discutible su efecto segregador. No puede transformarse una herramienta que hasta hace 10 años no existía, ni que existe en ninguna parte del mundo, en un dogma intocable. 

Mejorar la realidad actual es absolutamente necesario. Pero tirar la bomba atómica al sistema para acabar con el lucro, creyendo que una vez muerto -por arte de magia- aflorará la calidad y la justicia social, es equivalente a la persecución que según la mitología griega hizo Belerofonte para derrotar a aquel monstruo de 3 cabezas causante de todos los males llamado Quimera. Es la expresión más clara de la utopía.

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