El editor de "Letras libres" celebra en estas líneas al autor de una prosa "tan flexible y variada que parece contener todas las palabras del diccionario" y que lograba soldar "la fantasía y la realidad con tan poco esfuerzo y de una manera tan total". Pero, a su juicio, su innegable logro literario se ve opacado por una falta moral.
Enrique Krauze The New York Times
Reproducido también en el Diario El Mercurio, Revista de Libros, domingo 1 de junio de 2014
El reciente funeral en México del gran novelista latinoamericano Gabriel García Márquez fue un despliegue sorprendente. Durante horas bajo la lluvia, decenas de miles desfilaron ante la urna que contenía las cenizas del más famoso, más leído y amado de los escritores latinoamericanos contemporáneos.
En el Palacio de Bellas Artes, hubo música continuamente, desde las "Danzas rumanas", de Bartok, hasta música folclórica de la Colombia natal del novelista. Afuera del edificio, un enjambre de 380.000 mariposas amarillas, hechas de papel e importadas de Colombia, se balanceaba con el viento. Las calles resonaban con vítores y cantos. Un anciano portaba un cartel que decía: "Gabo, te veré en el cielo". Un niño le dijo a un periodista: "He venido a ver al rey de Macondo".
García Márquez, quien murió el 17 de abril, fue verdaderamente "el rey de Macondo", el pueblo colombiano imaginario -basado en su propio poblado natal de Aracataca- donde transcurre la mayor parte de "Cien años de soledad". En 1982 recibió el Premio Nobel de literatura y sus novelas han sido acogidas con entusiasmo en todas partes del mundo.
Su prosa es tan flexible y variada que parece contener todas las palabras del diccionario. Un contador de historias extraordinariamente poderoso, pintó sus ficciones con colores tropicales y en un estilo de olímpico desapasionamiento mezclado con compromiso social. Los poéticos matices de sus palabras y su manera de crear personajes soldaban la fantasía y la realidad con tan poco esfuerzo y de una manera tan total que el lector se ve continuamente movido a aceptar nuevas versiones del mundo.
Pero para mí y muchos otros latinoamericanos, su innegable logro literario se ha visto opacado por una falta moral: su larga e íntima amistad con Fidel Castro y (mucho más importante) su resuelta aceptación de los peores abusos del régimen cubano.
Gabo, como se lo conocía cariñosamente, escribió en una ocasión que "todos los dictadores... son víctimas", algo que pudo haber realmente creído. Es un sentimiento que uno encuentra a lo largo de "El otoño del patriarca", publicada en 1975, el año en el que comenzó a cimentar firmemente una relación personal (que había deseado durante largo tiempo) con Castro.
En tres famosos despachos -una serie periodística titulada "Cuba de cabo a rabo"-, García Márquez escribió sobre la "comunicación casi telepática" que observó entre Castro y el pueblo cubano, y afirmó que "ha sobrevivido intacto a la corrosión insidiosa y feroz del poder cotidiano" y "ha dispuesto todo un sistema defensivo contra el culto a la personalidad". Llamó a Fidel "un reportero de genio" cuyos "inmensos reportajes hablados" convertían al pueblo cubano en "uno de los mejor informados del mundo sobre la realidad propia". Sin embargo, poco después, cuando Alan Riding, de The New York Times, le preguntó por qué no se trasladaba a Cuba, García Márquez le contestó: "Sería muy difícil... adaptarme a las condiciones. Extrañaría demasiadas cosas. No podría vivir con falta de información".
Cuando finalmente consiguió una casa en Cuba, García Márquez comenzó a compartir aventuras culinarias con Castro. El maestro de cocina cubana de Fidel llamó a un plato de langosta "Langosta a lo Macondo" en honor a Gabo, su gran entusiasta. Cuando le preguntaron sobre su cercanía con Castro, García Márquez respondió que, para él, la amistad era un valor supremo. Bien puede haber sido así, pero en sus amistades ciertamente había una jerarquía -con Fidel en la parte superior-.
En 1989, cuando García Márquez estaba viviendo en su casa de Cuba, se llevó a cabo el turbio juicio del general Arnaldo Ochoa y los hermanos Tony y Patricio de la Guardia, en el que fueron condenados a muerte el general Ochoa y el coronel Tony de la Guardia, acusados de tráfico de drogas y traición a la revolución. Hubo mucha oposición a la pena de muerte del general Ochoa, un héroe de la victoria cubana en Angola sobre el ejército invasor del régimen del apartheid de Sudáfrica. El coronel De la Guardia era un amigo personal cercano de García Márquez. Ileana, la hija del coronel, le imploró a García Márquez que intercediera ante Castro para salvar la vida de su padre. Pero él no hizo nada, e Ileana informó que él incluso había asistido en secreto a una parte del juicio, oculto detrás de "un gran espejo" en compañía de Fidel y de su hermano Raúl.
El cuestionamiento de Susan Sontag
En marzo de 2003, Fidel repentinamente ordenó una farsa de juicio masivo de 78 disidentes, condenándolos a penas de entre 12 y 27 años de cárcel, algunos de ellos por delitos tan menores como "poseer una grabadora Sony". Poco después, mandó a ejecutar a tres hombres por intentar huir a los Estados Unidos en un pequeño bote. En una feria del libro en Bogotá, Colombia, Susan Sontag enfrentó a García Márquez y, tras alabarlo en primer lugar como escritor, le dijo que era imperdonable que él no hubiera dicho nada contra los actos del régimen cubano. En la respuesta pública frente a esto y su justificación por no haber dicho nada, García Márquez reiteró uno de sus antiguos argumentos sobre su relación personal con Castro: "No podría calcular la cantidad de presos, de disidentes y conspiradores, que he ayudado, en absoluto silencio, a salir de la cárcel o a emigrar de Cuba en no menos de veinte años".
Pero si realmente lo hizo, ¿por qué, entonces, "en absoluto silencio"? Debe de haber considerado injustos los encarcelamientos. En lugar de seguir apoyando a un régimen que cometía tales injusticias, ¿no habría sido mucho más valioso haber pronunciado una denuncia pública y así haber ayudado a cerrar las prisiones políticas de Cuba?
García Márquez no era escritor de torre de marfil. Estaba orgulloso de su propia profesión periodística y apoyaba a una institución que enseñaba periodismo en Colombia. El reportaje, dijo, "puede ser mejor que la vida... igual a un cuento o una novela con la única diferencia -sagrada e inviolable- de que la novela y el cuento admiten la fantasía sin límites, pero el reportaje tiene que ser verdad hasta la última coma".
Y, no obstante, ¿cómo puede conciliarse una declaración tan moralista sobre información verificable con su propio silencio sobre lo que estaba sucediendo en Cuba, a pesar de haber tenido un acceso privilegiado a la verdad?
La magnífica prosa de García Márquez y sus personajes ricamente delineados serán recordados mucho después de cualquier duda sobre las lealtades que tuvo en vida. Pero hubiera sido un acto poético de justicia si -en el otoño de su vida y en el cenit de su gloria literaria- hubiera optado por distanciarse de Fidel Castro y haberle prestado su prestigio al movimiento para una transición democrática en Cuba.
Optó por no hacerlo. Tal vez fue algo que no pudo imaginarse haciendo, un cambio demasiado milagroso incluso para el creador de tantas maravillas literarias. Por lo tanto, nos quedamos con la triste imagen de su fascinación con el poder y la dictadura, un indigno registro de su inmenso logro literario.
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