De niño siempre me conmovió el largo aliento, el esfuerzo máximo. Ver correr a Emil Zatopek, Alain Mimoun, Abebe Bikila y Gebreselassie... Sabía por mi padre, médico deportivo, que los mejores eran etíopes, marroquíes y kenyatas. Que estos últimos tenían campos de entrenamiento a casi 3.000 metros de altura, que sumado a su biotipo leptosómico (altos y delgados) hacía la combinación ideal.
Y algo más: corrían todos los días, llueva o truene, con o sin zapatillas. Eso fue algo que entreví como una religión, hasta ahora, cuando lo pude comprobar en el "monasterio" donde se forjan los hombres más resistentes del planeta.
La velocidad máxima de un ser humano en un pique corto es alrededor de cuarenta kilómetros por hora (el jamaicano Usain Bolt).
La velocidad máxima en carreras largas es la mitad, cerca de veinte kilómetros por hora: Dennis Kimetto, recordman del maratón en la reciente carrera de Berlín: 2:02:57, fue el primer hombre en bajar las dos horas tres minutos. En esa misma prueba su compañero Emmanuel Mutai corrió en 2:03:13, bajando también el récord que tenía Wilson Kipsang, con 2:03:37.
Todos ellos son kenyatas y viven en Camp Etuny, un centro de entrenamiento en altura que siempre quisimos conocer. Con mi hija Saray y su mamá, Aya, venimos para subir el Kilimanjaro, la máxima altura de Africa. Aprovechando nuestro paso por Kenya planificamos visitar Camp Etuny y conocer el secreto de los corredores kenyatas...
Escala en Dubai para abordar un vuelo a Nairobi, la capital de Kenya. Aya entabla conversación con dos hombres de raza negra. Son maratonistas. Les cuento que subí el Everest y que soy médico del deporte. Cuentan que vienen del maratón de Berlín. Les preguntamos sus nombres. Son Dennis y Emmanuel. Les pregunto -en broma y en serio- si hicieron menos de dos horas diez minutos. Denis asiente, me dice que sí. Suficiente.
Aterrizando en Nairobi la prensa lo acosa. Sin saberlo, habíamos estado con Denis Kimetto, un hombre reservado, que acababa de batir el récord del mundo del maratón berlinés, bajando el límite de las dos horas con tres minutos.
Con mayor razón quisimos conocer su campo de entrenamiento.
Vida monacal
Tras un extenuante viaje en auto llegamos a Eldoret, la ciudad más próspera de Kenya occidental. En las tierras altas se refleja la fertilidad: plantaciones de frutas, verduras, flores y té... y campeones de maratón. Eldoret es la cuna de los mejores corredores de Kenya y el mundo.
Camp Etuny, distante a unos kilómetros, es una sorpresa. Un camino de tierra roja arcillosa en mal estado, parecido a la ruta entre Melipilla y Alhué, con recovecos y encrucijadas, amenaza con abortar la misión. Un callejón sin salida con varias zanjas pone fin a nuestra búsqueda. ¡Mazangu! ¡Mazangu! Gritan los niños. (Mazangu, hombres blancos).
Nos topamos con una sonrisa amplia y amable. "Karibu Sana", bienvenidos en idioma suajili. Es Bernard Rotich, campeón de maratón, director del campo. Estamos estacionados frente a un portón azul de fierro y latón. La entrada a la comunidad. Francis, nuestro chofer y Bernard se abrazan. Fueron compañeros de colegio y no se veían desde entonces... Sincronías que le dan sentido a todo.
El lugar es campestre. Podrían ser las lomas de Quintay o el campo de Puchuncaví. Todo es sencillo y alegre. Los niños, las plantaciones de maíz, y el afable Bernard, con el clásico biotipo de estos corredores: flaco, magro, músculos firmes y eslilizados. Ni un gramo de grasa y liviano como una gacela.
Camp Etuny abre su portón y se revela. Un rectángulo con un patio interior de tierra rodeado de habitaciones. Limpio y muy humilde. Salen al encuentro los atletas. Todos amables, sonrientes...
Siento que estoy en un monasterio. Hasta los colores se parecen a los del Tíbet. La energía de estos hombres es contagiosa. Quedo en éxtasis. A Bernard lo escucho en ecos. Nos va mostrando pieza por pieza. Primero: Patrick Makau, luego una cifra, su mejor tiempo, 2:03:38; Paul Tergat (2:04:55); Wilson Kipsang (2:03:23); Geoffrey Mutai (2:04:15) y Dennis Kimetto (2:02:57).
La habitación de Kimetto es una cama, una silla, un velador. En el suelo una corrida de zapatillas. En el muro, de un colgador, penden buzos, camisetas y pantalones. Algunas fotos, medallas y trofeos. Nada más.
La barrera de las dos horas
Siento el corazón palpitante. Para mí es la constatación de la fuerza de lo simple que no depende del dinero. Depende de la inteligencia y del poder del espíritu; eso que llaman pasión y la comunión de esos espíritus, una hermandad de corredores. El fotógrafo suizo que nos acompaña me dice: "Estamos en un convento".
Miro estas mediaguas de concreto, con techos de lata. Marcos de puertas y ventanas de madera y pintadas azul. Me proyecto en grandes estadios, pienso en el negocio del deporte. Aquí no hay nada material.
Viven casi a tres mil metros, como en Farellones, entrenan en altura. Así aumentan su capacidad aeróbica. Y están reunidos como hermanos en la misma causa. "Correr es su religión", digo en voz alta para explicar sus resultados... "Y viven con cien dólares al mes...".
"Awilar", 2:12, me habla Bernard. Se refiere al récord de Chile aún en manos de Omar Aguilar. Se ofrece a venir a Chile.
Le cuento que ese récord tiene ya 25 años, que es el colmo. Que hace unos años aplicamos el método kenyata con Sergio López y Sergio Lobos, que entrenaron a 2.600 metros en Farellones y mejoraron sus marcas. Entonces, López, entrenado por el mismo Aguilar, logró 2:15 en el maratón de Rotterdam, y Lobos ganó un sudamericano en los 3.000 metros con obstáculos. Un experimento probado en Chile, sin apoyo posterior.
27 kms diarios
Bernard ama la idea de venir a Farellones y entrenarnos. "Podríamos hacer lo mismo que acá. En la mañana corremos 27 kilómetros al levantarnos; luego desayunamos polenta y té. No comemos mucha proteína y no comemos nada de grasa. Luego corremos otros 10 kilómetros para soltar... Los viernes y sábados trabajamos cuesta arriba para muscular. El domingo es para distensión, visitas familiares. El domingo no corremos".
"Creo que estamos cerca de bajar de las dos horas. Denis quiere hacerlo y Emanuel también. Denis dijo que bajaría las 2 horas 3 minutos en Berlín, y lo hizo. Su historia es increíble. Era un campesino que sembraba y vivía del maíz. Hasta que vio la final de los 10 mil metros de los olímpicos que definió Paul Tergat con Haile Gebreselassie en Sidney 2000".
Fue una final electrizante que ganó el etíope por nariz. Entonces Kimetto quiso ser campeón y pulverizar los récords de Gebreselassie... ¡Y fue campeón con la fórmula keniata!
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