A los 87 años murió el filósofo que hizo de la filosofía una labor en los límites de lo cotidiano. Que antes de 1973 se opuso a la politización de la universidad, y después a su intervención. Y cuyo camino siempre fue el de la experiencia común, de lo humano, lo que le ganó el cariño de alumnos y colegas, algunos de los cuales nos hablan de él en este artículo.
por Juan Rodríguez M.
Diario El Mercurio, Artes y Letras
Domingo 30 de noviembre de 2014
En el último párrafo de su libro de 1987 "La 'reflexión' cotidiana", Humberto Giannini agradece a sus amigos Cecilia Sánchez, Adriana Valenzuela y Tirso Troncoso, con quienes compartió -dice- "unas hermosas sesiones de trabajo -un tiempo común- en torno a la realidad de la plaza y del bar chilenos"... Dicho así, el asunto suena un poco vago, un poco menos concreto, menos cotidiano de lo que fue: esas sesiones de trabajo -años antes de la publicación del libro- con sus alumnos (sus amigos) fueron jornadas en bares, en plazas, en cortejos fúnebres; en la calle. Fueron el desarrollo de un proyecto de investigación para el que Giannini pidió financiamiento; pero no para comprar libros ni para viajar al primer mundo a quizás qué universidad o biblioteca, sino para comprar una grabadora y una cámara fotográfica. "Nadie se imaginaba qué función podían cumplir en la filosofía", dice hoy Cecilia Sánchez, profesora de las universidades Academia de Humanismo Cristiano y Arcis.
Simple: registrar la cotidianidad para pensarla. "Tuvimos una experiencia insólita en La Piojera: llegó un matrimonio que se había comprado recién una enceradora y venían a celebrar la compra... Celebramos por mucho tiempo la enceradora de ese matrimonio", recuerda Sánchez. "Y con la grabadora nos ocurrió otra cosa increíble: nos infiltrábamos en algunos cortejos fúnebres y grabábamos las conversaciones; y una vez nos pasó que estaban metiendo el cajón en una sepultura, pero al parecer el cajón era levemente más grande; entonces, lo que tenemos grabado es algo tan tétrico como el crujido del cajón forzado".
La experiencia común
Humberto Giannini murió el pasado martes a los 87 años. El jueves, sus familiares, amigos, colegas, alumnos y ex alumnos llenaron la parroquia Nuestra Señora del Carmen, en la Plaza Ñuñoa, para despedirlo. Con lágrimas, con aplausos. Fue un homenaje post mortem para alguien que -raro en la filosofía chilena- fue también homenajeado en vida: Premio Municipal de Literatura, Premio Nacional de Humanidades, doctorado honoris causa de la Universidad de París 8, miembro de número de la Academia Chilena de la Lengua, titular de la Cátedra de Filosofía de la Unesco, integrante del Comité de Honor del Colegio Internacional de Filosofía de París y profesor emérito de la Universidad de Chile.
También con un libro que Cecilia Sánchez editó en 2010, junto a Marcos Aguirre: "Humberto Giannini: filósofo de lo cotidiano", que reúne textos sobre su pensamiento y algunas de sus circunstancias. En la introducción del mismo, Sánchez se refiere a Giannini como "filósofo", "profesor", "escritor", "entretenido e innato conversador", "y también 'polemista'". Y habría que agregar amigo -de ella, de todos los que hablan en este artículo y de muchos otros-, y vecino de Ñuñoa: llegaron a llamarlo "el Spinoza de la Plaza Ñuñoa".
"La preocupación permanente de Humberto, desde los comienzos de su carrera intelectual, fue la búsqueda de principios y criterios de experiencia común que no fueran simplemente formas teóricas de dar cuenta de ella, sino que pudieran emerger de lo que uno llamaría el caldo elemental de las propias relaciones humanas", dice el filósofo y profesor de la Universidad de Chile Pablo Oyarzún -ex alumno y ex ayudante de Giannini. "Y eso, además de ser una preocupación intelectual de Humberto, también fue una muestra permanente de su propia disposición vital hacia las demás personas, lo convirtió en una persona querida por todos". "Tenía humor y humanidad", agrega Sánchez, "te acogía, por eso todos lo aman: yo creo que todos se han sentido excepcionales conversando con él".
Reflexión corporal
Cuando Humberto Giannini dice "reflexión cotidiana" no se está refiriendo a la reflexión en sentido teórico o psíquico. No es algo mental, sino más bien corporal o, mejor, espacial y temporal; que hacemos... cotidianamente: salir de nuestros hogares hacia el trabajo, pasando por la calle, para luego volver -calles mediante, y quizás con algún desvío hacia una plaza o un bar que quiebre la rutina- al hogar. Ese ciclo diario es la "reflexión" cotidiana. Y al reflexionar sobre ella -ahora sí en el sentido común de la palabra-, y desde ella sobre los otros, el lenguaje, la moral, la ética, dedicó su vida de filósofo Giannini.
La "expresión más definitiva" de esa meditación es "La 'reflexión' cotidiana", pero también se realiza en obras anteriores y posteriores, entre ellas: "Desde las palabras" (1981), "La experiencia moral" (1992), "Del bien que se espera y del bien que se debe" (1997), "Metafísica del lenguaje" (1997), "El pasar del tiempo y su medida" (2001) y "La razón heroica" (2006).
"Pablo Oyarzún tiene un texto muy bello sobre Giannini como ensayista", refiere Sánchez, "porque una escritura ensayística, dice, no es una historia lineal, sino que es una escritura interrumpida por los sobresaltos de la experiencia". De hecho, en "La metafísica eres tú" (2007), Giannini, que integró la Comisión Chilena de Derechos Humanos fundada en 1978, reconoce que el "quiebre" de 1973 -no solo un quiebre institucional, sino "de las formas más elementales de la existencia en común"- fue clave para transitar "a una reflexión sobre la vida humana". Esa que se vive en las casas, pero sobre todo en la ciudad.
"La ciudad es donde él experimenta la democracia", explica Sánchez. "Como transeúntes somos todos iguales, ontológicamente hablando, dice él. Apuesta a ser transeúnte y a partir de ahí busca equivalencias con su ejercicio filosófico y se siente, también, transeúnte como filósofo". Por eso les da importancia a los "espacios conversacionales". "Jamás dejó de ir a conversar después de clases", afirma Sánchez. "Nunca olvidaré la diferencia que, según él, había entre diálogo y conversación: en el primero, en el diálogo filosófico, se sabe de lo que vas a hablar; en cambio, en la conversación, que a él le gustaba tanto, partes en un punto y no sabes dónde vas a parar. Ese caos o ese azar, dice él, también forma parte de la experiencia del transeúnte".
Una prueba de su esfuerzo por acercar la filosofía a la calle es "Breve historia de la filosofía", que lleva veinticinco ediciones y ha pasado por las manos de miles de escolares y de quienes empiezan en la filosofía. "Esta forma conversacional de pensamiento está en una suerte de proceso de extinción o al menos de escasez en el presente, debido a una filosofía muy escolarizada", dice Pablo Oyarzún. "Me parece que ese es uno de los testimonios más importantes de toda su trayectoria, un testimonio que interpela a todos los que siguen trabajando en filosofía entre nosotros".
Una granada
Humberto Giannini nació en 1927, en San Bernardo, pero se crió en Valparaíso. Reprobó el cuarto año de Humanidades, y como su padre, un hombre estricto, quería que estudiara mecánica dental, decidió retirarse del colegio e ingresar a la marina mercante como pilotín. Navegó durante un año y medio alrededor de América, desde Ecuador hasta Buenos Aires. Una experiencia que, según contó en 2011 en una entrevista a este mismo suplemento, fue dura, casi violenta, "pero en el fondo fue hermoso y, claro, lo más hermoso es la soledad de la noche".
De vuelta en tierra, terminó el colegio en un liceo nocturno, trabajó y se instaló en Santiago en 1953 para estudiar en la Universidad de Chile, su "segunda casa". Intentó con Psicología, pero se resolvió finalmente por la filosofía. Nueve años después, en 1962, ya era profesor. Y en 1972, junto con otros profesores de todas las tendencias políticas fundó el Departamento de Filosofía de la sede Santiago norte de la Universidad de Chile. La idea era tener un espacio de trabajo académico libre de intervenciones políticas, interdisciplinario y donde se estudiara también la filosofía chilena.
Giannini lo dirigió durante los cuatro años que existió: en 1976 fue cerrado por las nuevas autoridades y la mayoría de los profesores fueron "descontinuados", salvo Giannini y algunos otros, como Jorge Acevedo, filósofo de la Universidad de Chile y colega desde aquellos años: "Fue muy traumático para todos -académicos, estudiantes, personal de colaboración-", y él se preocupó de apoyar a todas las personas de su departamento, especialmente a las que habían sido más perjudicadas". "Efectivamente, quedó muy solo", complementa Cecilia Sánchez, por entonces estudiante. "Yo pensaba irme a otra universidad y me dijo: 'por favor no me abandones, estoy solo viviendo este exilio'".
De esos años hay dos actuaciones suyas que se recuerdan en el mencionado libro homenaje. Una en la Universidad Católica, donde hacía algunos cursos: el director del Instituto de Filosofía lo citó a su oficina para llamarlo al orden; sin embargo, la reunión terminó a los gritos, con la autoridad acusando a Giannini de subversivo, de desordenarle el Instituto. "¿Cómo?, respondió él -mientras tiraba al suelo los libros, papeles y todo lo que había sobre el escritorio del director, para luego dar vuelta la mesa-, yo no estoy desorganizando su Instituto, estoy desorganizando su escritorio"... Y el segundo, en la U. de Chile: a través de un alumno, Giannini hizo llegar al decanato de la Facultad de Filosofía la noticia de que habría un paquete con una granada en medio del patio: saltaron las alarmas, llegó el GOPE, abrieron el paquete y efectivamente había una granada... un fruto, "que se veía pletórico y sabroso", según recuerda Cristóbal Holzapfel en un comentario.
Jorge Millas y Giannini, cree Maximiliano Figueroa -director del Departamento de Filosofía de la U. Adolfo Ibáñez- "son los dos grandes filósofos de Chile". "Fueron pensadores de la democracia, de la dignidad humana, de la educación y la universidad, defendieron los fueros de la razón y la libertad en los tiempos de la hybris ideológica de los años setenta, opusieron integridad a la violencia de la dictadura y no cesaron de advertirnos ante los peligros de la mercantilización que amenazan a la sociedad moderna".
En la filosofía de Giannini se puede rastrear la presencia de tradiciones contemporáneas como la fenomenología, el existencialismo y la hermenéutica. Es más, según Jorge Acevedo, en cuanto reflexión sobre el ser humano en su integridad, el pensamiento de Giannini podría situarse en el ámbito de la "filosofía de la existencia" (fue discípulo de Enrico Castelli, filósofo e historiador cercano al existencialismo religioso). Si de filósofos se trata, se pueden rastrear nombres que van desde Platón y Aristóteles, hasta Levinas y Bachelard, pasando por Tomás, Spinoza, Heidegger y Ricoeur. Sin embargo, y en esto coinciden todos, Giannini no fue un epigonista ni divulgador de esas ideas, más bien se las apropió y muchas veces las discutió. Pensó.
Dudas finales
¿Se puede reír con los ojos? Sí, Humberto Giannini lo hacía; en vivo, en fotos: "No sé por qué siempre salgo riéndome en las fotos", decía. Arturo Infante, su editor en Catalonia y ex alumno, recuerda que cuando pasaba a verlo a la Editorial (para conversar, por supuesto) "siempre tenía una muy buena disposición, tenía una actitud optimista y alegre frente a la vida. A pesar de que era un hombre que reflexionaba sobre los aspectos adversos de la vida, siempre tenía una bonhomía muy grande".
Bonhomía, pero no candidez. En sus últimas intervenciones públicas, Giannini mostraba un escepticismo importante respecto de la situación actual de Chile. Siempre -y más todavía a partir de 2011 cuando irrumpieron las protestas estudiantiles- se la jugó por la gratuidad de la educación, por un Estado docente, por la educación pública (o social, como también la llamaba); y en general, por reformas que hicieran salir a Chile de lo que consideraba un excesivo individualismo. Sin embargo, recuerda Oyarzún, en una entrevista publicada este mes en El Paracaidista (un medio de la Universidad de Chile) teme que "las negociaciones que se están haciendo terminen restringiendo al máximo esas reformas". No hay optimismo ahí, dice Oyarzún, sino "una prudente duda que no resta en absoluto al carácter promisorio del pensamiento de Humberto". "La promesa es una forma de abrirse sin ninguna garantía de que sea recibida o que llegue a cumplirse, pero abre un horizonte, abre un futuro, y abre una esperanza". Como la conversación.
Jorge Millas y Humberto Giannini "son los dos grandes filósofos de Chile", cree Maximiliano Figueroa.
He tenido el regalo de haber cultivado una amistad con Humberto que se fue profundizando cada vez más en los últimos 25 años. En lo académico realizamos por mucho tiempo un curso de Ética en el Doctorado en Psicología de la Universidad de Chile. En los últimos años compartíamos este curso a la vez con Gabriela Sepúlveda, psicóloga y doctora en filosofía de nuestra universidad. Incluso en el primer semestre de este año realizamos el mencionado curso, el que probablemente fue el último que dictara nuestro querido amigo. Para los doctorandos de las distintas promociones y también para mí, que solía asistir, las clases de Humberto fueron siempre un acontecimiento. Él tenía esa virtud incomparable de hacer de la clase una conversación con los alumnos, a los que a cada rato inquietaba con suaves y cruciales preguntas.
Si al psiquiatra-filósofo Karl Jaspers se lo puede describir como el pensador de la comunicación, y esa comunicación se entiende en él como entre interlocutores que se reconocen mutuamente en la posibilidad de ser-sí-mismos, Humberto hacía valer esto.
Y si acaso corresponde distinguir entre conversación y argumentación, teniendo esta última inevitablemente un carácter competitivo, diríamos, agonal, y que se encamina obsesivamente a la posesión de una última palabra sobre la materia que se discute, con Humberto se hacía valer más bien lo contrario: la conversación, el arte de simplemente conversar, procurando que lo válido, lo justo, lo propio, lo genuino, lo verdadero se esclareciera desde ese ámbito, en cierto modo infinito, de la conversación.
Y en esto radica para mí el agradecimiento mayor que tengo hacia mi queridísimo amigo: haber conversado en tantos encuentros en la casa de él, la propia, la de otros amigos, como donde Carla Cordua y Roberto Torretti, donde Jorge Acevedo u Olga Grau.
No es mi propósito ahora referirme a la obra de Humberto, pero sí quiero decir solamente que el pensamiento de Humberto Giannini tiene indudablemente una proyección internacional, y agregaría al respecto que el sello de su pensamiento ha estado sobre todo en profundizar en el ámbito de la cotidianidad que descubriera Martin Heidegger y que con Humberto se enriqueció, se hizo redivivo y se esclareció en sus íntimos pliegues. Y esto es de una relevancia enorme, porque ha contribuido a acercar, como probablemente nadie como él ha hecho, la filosofía a la gente, y sin perder su altura y esencialidad.
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