Diario El Mercurio, Jueves 27 de noviembre de 2014
Dejó los estudios durante la secundaria para unirse a la marina mercante. Es probable que no haya sido solo el gusto por la aventura, sino la curiosidad intelectual, el deseo de ver otros lugares, otros mundos y otros seres, lo que lo movió a ello. De vuelta de esa experiencia, pero sin abandonar esos anhelos, ingresó al Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. De esos años le quedó un rostro de marinero en el que a veces se confundían las huellas del aire libre y el gesto adusto y pacífico de quien pasaba pensando.
Humberto Giannini siempre resistió las pasiones de la hora y los vientos de la multitud. En "Reflexiones acerca de la convivencia humana" (1965), escrito en una época que bullía de entusiasmos revolucionarios, advirtió el peligro de dejarse embriagar por ideas y por relatos que hacían del individuo un objeto de cálculo en la gran marea de la historia. Y al igual que Jorge Millas, uno de sus maestros, fue crítico de la reforma universitaria de los años sesenta, la que, a su juicio, podía desproveer a la universidad de la insobornable independencia y del quehacer intelectual que debía animarla.
Una mañana de 1967, cuando la agitación cundía, se dispuso a sumarse a una manifestación. Finalmente no lo hizo. Y es que al excusarse con Jorge Millas, entonces su profesor, se vio obligado a darle las razones de por qué se sumaría a esa protesta. Supe entonces, confesó Giannini, que "la filosofía tiene el trágico destino de ser el contra-tiempo del tiempo de una acción sin mayor respaldo que su propio impulso; que era justamente la reflexión del filósofo el contratiempo visible y embarazoso que nos había inmovilizado aquella mañana".
La convicción de que la filosofía era, en algún sentido, la búsqueda de asentimiento reflexivo para lo que hacemos, no lo abandonó nunca. Fue también crítico de la dictadura, y sin demorarse en aspavientos ni alardes de valentía, defendió a quienes eran perseguidos por ella; se opuso a la resolución violenta o autoritaria de los conflictos estudiantiles y se integró a la Comisión Chilena de Derechos Humanos.
Se formó en lo que, sin exageración, fue una época de oro de la cultura universitaria en Chile. La migración, sumada a una institución fuerte y prestigiosa (aunque en esa época aún de minorías) reunió en el Instituto Pedagógico de entonces a Bogumil Jasinowski, Jorge Millas, Luis Oyarzún, Félix Schwartzmann, Gerold Stahl, Gastón Gómez Lasa, Francisco Soler. Humberto Giannini fue uno de los herederos del ethos intelectual que por esos años cultivó la Universidad de Chile.
Buena parte de su trabajo filosófico (especialmente "Desde las palabras", 1981, "La reflexión cotidiana. Hacia una arqueología de la experiencia", 1987) estuvo animada por una pregunta: ¿Existe una experiencia común en la que los individuos puedan reconocerse, superando una temporalidad que parece estar inevitablemente disgregada? En esos trabajos, emboscados en las líneas de una escritura sencilla y clara, se encuentran algunos de los problemas más acuciantes de la reflexión contemporánea.
Para Humberto Giannini, la experiencia moral, la búsqueda de asentimiento reflexivo antes de actuar, solo es posible gracias a un suelo de experiencia común, un entramado de significados que hace posible la subjetividad, sus extravíos y sus reencuentros. Por eso -porque la experiencia común era la base del mundo o de lo que él llamó el espacio civil- la filosofía no era un quehacer abstracto, descontextualizado, un simple juego de ajedrez conceptual. Como Félix Schwartzmann -el silencio que siguió a su muerte puso de manifiesto la banalidad insoportable que nos inunda, dijo Giannini-, creyó que Latinoamérica era una experiencia común y que por eso también tenía un destino en la filosofía. Como la tenían la calle, el bar, la plaza, los lugares de los que hizo la hermenéutica para mostrar cómo allí refulgía un ámbito de igualdad y de reconocimiento.
Alguna vez dijo que el filósofo era quien se había despojado, a fuerza de reflexionar, de todas las certezas metafísicas o absolutas. Lo hacía, dijo, para no privarse del más precioso de los bienes que él, filósofo como el que más, siempre buscó con esmero: la argumentación razonada de los otros.
Carlos Peña
Humberto Giannini siempre resistió las pasiones de la hora y los vientos de la multitud. En "Reflexiones acerca de la convivencia humana" (1965), escrito en una época que bullía de entusiasmos revolucionarios, advirtió el peligro de dejarse embriagar por ideas y por relatos que hacían del individuo un objeto de cálculo en la gran marea de la historia. Y al igual que Jorge Millas, uno de sus maestros, fue crítico de la reforma universitaria de los años sesenta, la que, a su juicio, podía desproveer a la universidad de la insobornable independencia y del quehacer intelectual que debía animarla.
Una mañana de 1967, cuando la agitación cundía, se dispuso a sumarse a una manifestación. Finalmente no lo hizo. Y es que al excusarse con Jorge Millas, entonces su profesor, se vio obligado a darle las razones de por qué se sumaría a esa protesta. Supe entonces, confesó Giannini, que "la filosofía tiene el trágico destino de ser el contra-tiempo del tiempo de una acción sin mayor respaldo que su propio impulso; que era justamente la reflexión del filósofo el contratiempo visible y embarazoso que nos había inmovilizado aquella mañana".
La convicción de que la filosofía era, en algún sentido, la búsqueda de asentimiento reflexivo para lo que hacemos, no lo abandonó nunca. Fue también crítico de la dictadura, y sin demorarse en aspavientos ni alardes de valentía, defendió a quienes eran perseguidos por ella; se opuso a la resolución violenta o autoritaria de los conflictos estudiantiles y se integró a la Comisión Chilena de Derechos Humanos.
Se formó en lo que, sin exageración, fue una época de oro de la cultura universitaria en Chile. La migración, sumada a una institución fuerte y prestigiosa (aunque en esa época aún de minorías) reunió en el Instituto Pedagógico de entonces a Bogumil Jasinowski, Jorge Millas, Luis Oyarzún, Félix Schwartzmann, Gerold Stahl, Gastón Gómez Lasa, Francisco Soler. Humberto Giannini fue uno de los herederos del ethos intelectual que por esos años cultivó la Universidad de Chile.
Buena parte de su trabajo filosófico (especialmente "Desde las palabras", 1981, "La reflexión cotidiana. Hacia una arqueología de la experiencia", 1987) estuvo animada por una pregunta: ¿Existe una experiencia común en la que los individuos puedan reconocerse, superando una temporalidad que parece estar inevitablemente disgregada? En esos trabajos, emboscados en las líneas de una escritura sencilla y clara, se encuentran algunos de los problemas más acuciantes de la reflexión contemporánea.
Para Humberto Giannini, la experiencia moral, la búsqueda de asentimiento reflexivo antes de actuar, solo es posible gracias a un suelo de experiencia común, un entramado de significados que hace posible la subjetividad, sus extravíos y sus reencuentros. Por eso -porque la experiencia común era la base del mundo o de lo que él llamó el espacio civil- la filosofía no era un quehacer abstracto, descontextualizado, un simple juego de ajedrez conceptual. Como Félix Schwartzmann -el silencio que siguió a su muerte puso de manifiesto la banalidad insoportable que nos inunda, dijo Giannini-, creyó que Latinoamérica era una experiencia común y que por eso también tenía un destino en la filosofía. Como la tenían la calle, el bar, la plaza, los lugares de los que hizo la hermenéutica para mostrar cómo allí refulgía un ámbito de igualdad y de reconocimiento.
Alguna vez dijo que el filósofo era quien se había despojado, a fuerza de reflexionar, de todas las certezas metafísicas o absolutas. Lo hacía, dijo, para no privarse del más precioso de los bienes que él, filósofo como el que más, siempre buscó con esmero: la argumentación razonada de los otros.
Carlos Peña
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