Revista Qué Pasa, miércoles 26 de noviembre de 2014
Culpables todos
¿Cómo sintetizar y definir lo que hace como ninguno Haruki Murakami? Fácil de decir, difícil de hacer: el genio de Murakami reside en poner por escrito -para que la leamos- la voz de quien escucha. Así, en todos sus libros -en sus cuentos y novelas-siempre hay un momento en que un personaje se pone a contar una historia para que otro personaje (por lo general el protagonista) la oiga y tome nota de ella. Y sea iluminado y comprenda mejor el sinsentido de este mundo que nos ha tocado. Y ese protagonista -generalmente un yo anónimo al que los adoradores del escritor han dado en llamar Boku, para no caer en la incómoda obviedad de decirle Haruki- escucha y escucha y escucha.
Y nunca Murakami escuchó más y mejor que en este Underground (Tusquets). Cuenta Jay Rubin -biógrafo y traductor al inglés del escritor japonés- que, luego de terminar la muy historicista y nacional Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (donde el inverosímil pero verídico y poco conocido “Incidente en Nomohan 1939” acaba superando toda ficción), y llevando casi una década dando vueltas por el mundo, Murakami sintió una inesperada necesidad de reconectarse con su país, de “entenderlo mejor”. Y, de paso, terminar con su autoexilio de fugitivo de fama, fans y críticos de lo suyo.
Y de pronto, dos grandes catástrofes made in Japan -compartiendo una “violencia aplastante y arrolladora”- sacudieron su conciencia y la de toda una nación. La primera fue el gran sismo de Osaka-Kobe del 17 de enero de 1995 (y que le inspiró los relatos de Después del terremoto). La segunda fue, el mismo año y pocas semanas después, el ataque del lunes 20 de marzo con gas sarín en el metro de Tokio a cargo de la secta/culto de Aum Shinrikyo o Suprema Verdad.
La noticia -la malísima nueva- movilizó a Murakami y lo llevó a entrevistar (preguntando generalidades y particularidades) a lo largo de casi dos años, y publicando por entregas, los diálogos e interrogatorios tanto a inocentes sobrevivientes y lisiados como a culpables y responsables. Buscando, como un detective privado de lo público, una explicación a cómo fue posible que su gurú Shoko Asahara -un personaje más bien patético y demencial- hubiese inspirado a actuar así. El resultado de su investigación -que aporta numerosas conclusiones más o menos racionales a un impulso inexplicable, irracional y sin respuesta más allá de tantas preguntas- es este Underground. Una magistral crónica donde lo que acaba contándose es el retrato muy movido y muy estremecido de una sociedad siempre sacudiéndose entre modales antiguos y la compulsión futurista de una nación en la que -bajo una muy fina y frágil capa de maniqueísmo- ancianos y jóvenes chocan y las víctimas y victimarios se funden y confunden. Una sociedad en la que, de algún modo, suele ocurrir, todos son culpables.
Y nunca Murakami escuchó más y mejor que en este Underground (Tusquets). Cuenta Jay Rubin -biógrafo y traductor al inglés del escritor japonés- que, luego de terminar la muy historicista y nacional Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (donde el inverosímil pero verídico y poco conocido “Incidente en Nomohan 1939” acaba superando toda ficción), y llevando casi una década dando vueltas por el mundo, Murakami sintió una inesperada necesidad de reconectarse con su país, de “entenderlo mejor”. Y, de paso, terminar con su autoexilio de fugitivo de fama, fans y críticos de lo suyo.
Y de pronto, dos grandes catástrofes made in Japan -compartiendo una “violencia aplastante y arrolladora”- sacudieron su conciencia y la de toda una nación. La primera fue el gran sismo de Osaka-Kobe del 17 de enero de 1995 (y que le inspiró los relatos de Después del terremoto). La segunda fue, el mismo año y pocas semanas después, el ataque del lunes 20 de marzo con gas sarín en el metro de Tokio a cargo de la secta/culto de Aum Shinrikyo o Suprema Verdad.
La noticia -la malísima nueva- movilizó a Murakami y lo llevó a entrevistar (preguntando generalidades y particularidades) a lo largo de casi dos años, y publicando por entregas, los diálogos e interrogatorios tanto a inocentes sobrevivientes y lisiados como a culpables y responsables. Buscando, como un detective privado de lo público, una explicación a cómo fue posible que su gurú Shoko Asahara -un personaje más bien patético y demencial- hubiese inspirado a actuar así. El resultado de su investigación -que aporta numerosas conclusiones más o menos racionales a un impulso inexplicable, irracional y sin respuesta más allá de tantas preguntas- es este Underground. Una magistral crónica donde lo que acaba contándose es el retrato muy movido y muy estremecido de una sociedad siempre sacudiéndose entre modales antiguos y la compulsión futurista de una nación en la que -bajo una muy fina y frágil capa de maniqueísmo- ancianos y jóvenes chocan y las víctimas y victimarios se funden y confunden. Una sociedad en la que, de algún modo, suele ocurrir, todos son culpables.
Y no: no hay gatos que hablan en Underground.
Lo que sí hay es mucha gente cuyos gemidos suenan a maullidos desesperados.
Y la voz de Haruki Murakami los escucha a todos.
“Underground”, de Haruki Murakami.
“Underground”, de Haruki Murakami.
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