Coincidencias
por Gustavo Santander
Diario El Mercurio, Martes 14 de octubre de 2014
Probablemente sí, pensó, y contuvo esa rabia desconocida que le subía por la garganta; al fin y al cabo, siempre había sido un tipo pasivo, y no se permitía exabruptos en un lugar público. Llamó al mozo, pidió la cuenta y le propuso a su acompañante terminar la noche (y la relación) lo antes posible.
Ya en su casa, sintió ese desasosiego con que el cuerpo parece acusar el golpe de lo perdido. Debería haberle preguntado ¿por qué se dio cuenta ahora?, pero su respuesta habría aumentado la humillación del momento. Fue entonces en que abrió su mail y reconoció el nombre de Ana.
Ya en su casa, sintió ese desasosiego con que el cuerpo parece acusar el golpe de lo perdido. Debería haberle preguntado ¿por qué se dio cuenta ahora?, pero su respuesta habría aumentado la humillación del momento. Fue entonces en que abrió su mail y reconoció el nombre de Ana.
"Llevo un mes por acá: hace unas semanas encontraron muerto a mi padrastro y mi madre me llamó desesperada. Ella dice que nunca se imaginó que lo haría, y entonces la culpa le ha llegado nuevamente como una ráfaga". El padre de Ana también se había suicidado, eso se lo contó una noche en que tomaban algo en una casa de Maitencillo que arrendaron: "parece que hubiese querido que yo lo viera", le dijo aquella vez, como si se tratara de un disparo al aire. Nunca más le volvió a comentar nada del asunto. Un año después le dijo que se iba, que necesitaba tiempo para ella.
Se sorprendió con las coincidencias que le daba el destino. Primero una cena difusa con argumentos difusos, y luego esta carta, tan a su manera, tan inteligente y sobria, tan eso que le gustaba de ella. "He aprendido algunas cosas más sobre la muerte, Rodrigo, y no sé por qué he sentido un inmenso deseo de compartirte esto. Perdona por lo desagradable de la anécdota, pero sé que me entenderás".
Dejó las dos páginas impresas en el velador. Luego se quedó mirando un punto fijo y recordó aquella escena de El mago de Oz en que el hechicero, mirando al hombre de hojalata, le dijo: "los corazones nunca serán prácticos, pues para ello tendrían que ser irrompibles". En eso estaba cuando se quedó dormido.
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