La reelección de Evo Morales es significativa, porque da a entender que es imbatible, las gana todas. Vamos en su segunda reelección, no se terminan de contar todavía los votos y, sin embargo, ya le preguntan por una quizá reforma a la Constitución que le permitiría reelecciones a perpetuidad.
Ahora bien, la eternización en el poder no es algo novedoso en América Latina. Este es el continente de Tirano Banderas, El Señor Presidente, El Discurso del Método, Yo el Supremo, El Otoño del Patriarca; hace rato que deberíamos estar curados de espanto. Lo singular de Evo, Rafael Correa, los Kirchner-Fernández y Daniel Ortega, quienes actualmente mastican la tentación del poder sin límite (a otros la posibilidad puede que se les esté recién incubando), es que el viejo fenómeno que describían y repudiaban estos conocidos libros -muy del gusto del progresismo bien pensante tiempo atrás- viene mutando y, sin embargo, a ningún progresista pareciera ya importarle.
No se trata de dictaduras amparadas en la mera fuerza (ni las más represivas, como la Cuba castrista, se asientan sólo en la violencia), sino de intentos de querer establecer monocracias eliminando todo poder rival por medio del voto democrático (M. A. Bastenier). Según Alain Rouquié, calzarían más bien con esos regímenes que caen en la trampa que él llama “tentación mayoritaria”. Gobiernos refundacionales, antipolíticos, personalistas, plebiscitarios, “democráticos por naturaleza…, absolutos en su práctica” (A la sombra de las dictaduras: La democracia en América Latina, 2010). Rouquié formula esta caracterización a partir de cuatro gobiernos: los de Fujimori, Chávez, Evo y Correa, todos inicialmente electos por voto popular, pero que luego evolucionan a modalidades de autocracia no desconocidas en este continente de exotismos; al contrario, es como se nos conoce desde fuera, precisamente gracias a esos libros que los progresistas dejaron de leer o ya no recuerdan.
Por supuesto, hay diferencias. Si antes bastaba con eliminar a opositores de maneras no muy sanctas, ahora lo que interesa es perpetuar a una mayoría como sea, las alternativas y alternancias importándoles nada. Las minorías son poco menos que “una invención de Occidente”, dice Evo: “En nuestra cultura, la decisión se obtiene por consenso. Cuando uno empieza a interesarse en los pequeños grupos, el consenso es destruido”. En esquemas de este tipo no se admite disenso ni sucesión, ni siquiera dentro del propio bando.El líder y el programa que éste encarna serían insustituibles. El suyo, un poder por sobre todo necesario. De ahí que no se le suelte y se acuda al pueblo una y otra vez, pero para que simplemente ratifique este imperativo de “consenso”.
Rousseau hablaba así también cuando se refería a la voluntad general, una idea tan totémica como la tribal ancestral que invoca Evo. Nadie más romántico progresista que Rousseau. Tenía todo un cuento en contra de la civilización y a favor del hombre salvaje; se habría fascinado con Evo Morales.
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