Después del ataque a las oficinas de la revista satírica Charlie Hebdo, vuelven a surgir inquietudes sobre el rol del fundamentalismo en el Islam y vice versa. Para muchos, ataques de esta índole no hacen más que confirmar las peores caricaturas del Islam – las mismas que publicaba Charlie Hebdo– como una religión de fanáticos violentos.Para otros, se demuestra una vez más el fracaso del modelo francés de (no) integración de minorías, cuyos síntomas anteriores incluyen la polémica sobre los símbolos religiosos en los colegios, los disturbios del 2005 en los suburbios de Paris, e incluso el ataque anterior a las oficinas del mismo diario el año 2011.
Como suele ocurrir, las distintas hipótesis contienen granos de verdad. Francia tiene, sin duda, un problema de integración. Como en otras partes de Europa, son los hijos de los inmigrantes los que más aislados se sienten. En los banlieues, o suburbios, de Paris, hasta un 40% de los jóvenes viven en condiciones de pobreza. No es la pobreza misma la que lleva a la radicalización, sino la frustración de promesas incumplidas (en Chile ocurre algo parecido). Las razones por dicha marginalización son multicausales, pero sin duda que el modelo republicano francés, con sus orígenes en el universalismo de la ilustración francesa del Siglo XVIII, simplemente pareciera ser inadecuado para una sociedad globalizada, donde las personas, los idiomas y las culturas se mezclan a nivel local y virtual.
La línea editorial de Charlie Hebdo refleja dicha tensión. La revista publica regularmente caricaturas que son –y están derechamente concebidas para ser – ofensivas, no solamente a musulmanes, pero a todas las religiones, a los papas, a los judíos, a minorías. La iconoclasia esconde detrás un concepto de libre expresión absoluta, concepto que rara vez existe y menos en sociedades complejas y diversas. Si bien todos debieran tener el derecho a ofender y a ser ofendido, cuando las caricaturas –dibujadas u otras– se apoyan en antiguos prejuicios, o son usadas para propagar nuevos prejuicios, las sociedades modernas suelen poner límites a esa libertad en particular. La ley en contra de la incitación al odio apoyada por la Senadora Lily Pérez y otros, apunta precisamente a esos límites, para tratar de evitar los tipos de conflictos que estamos viendo hoy.
En este sentido, si bien los editores y periodistas de Charlie Hebdo son víctimas de un crimen, no son precisamente angelitos.
Por otro lado, no se puede permitir que las posibles explicaciones pseudo-culturales le quiten peso al real problema que sufre el Islam. Es verdad que todas las religiones tienen sus fundamentalistas y extremistas, pero la historia del Siglo XXI ha estado, hasta el momento, marcada por los problemas de las sociedades musulmanas, desde las Torres Gemelas y los Talibán, hasta la Primavera Arabe y el Estado Islámico.
La respuesta adecuada no es ni la islamofobia ni las excusas academicistas, sino entender bien qué es lo que han buscado los inmigrantes al llegar a sus nuevos hogares, y qué es lo que ha impedido que lo encuentren. Existen distintos modelos de integración, desde el multiculturalismo hasta la integración total, pero ninguno ocurre sin el apoyo y la promoción activa del Estado. Son múltiples los ámbitos donde esto debe ser trabajado, desde los sistemas de educación y justicia, hasta la capacitación antirracista y políticas públicas para promover la diversidad y contra la incitación al odio. De esa forma, y sin limitar las libertades, ni los medios como Charlie Hebdo ni los grupos radicalizados y terroristas encontrarán mercados para lo que venden.
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