Veneno en el señorío
Con amigos así para qué tener enemigos. Los futbolistas alemanes, los autores de la paliza de todos los tiempos, la mayor humillación futbolística de la historia de Brasil, diez veces el Maracanazo, confiesan que se comportaron como caballeros en mitad de la masacre. Que podían haber propinado más golpes a la víctima, dejarse llevar por la saña y la alevosía, pero que como buenos deportistas se contuvieron y se pararon. Que lo hablaron al descanso y llegaron a una especie de pacto en la intimidad del camarín: señores, por hoy, ya vale; piedad con el vencido. Lo cuenta en alto Hummels (“se tiene que demostrar respeto al oponente, era muy importante que nosotros lo hiciésemos”), y también Schürrle para La Tercera (“bajé la intensidad, no quería verlos sufrir más”), como sacando pecho por su buenas y santorales obras del día. Muy en alemán.
Y en verdad la sensación que dio fue esa, que si la arrolladora máquina alemana hubiera seguido al ritmo de estampida sinfónica, podría haber marcado el doble. Pero también se vio la bronca monumental de Schweinsteiger a Özil por el gol que malogró en el 90’ (habría sido el 0-8) que degeneró en el 1-7. Como si les hubiera estropeado la fiesta. O sea, una imagen inequívoca de que Alemania sí quería más.Pero aunque fuera verdad lo del frenazo, elegante concesión de buen ganador, el mérito se pierde absolutamente con el alarde y la ostentación. El resultado, al publicitarlo, es más bien el contrario. Una manera de hurgar en la vejación. Brasil sigue en la lona.
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