Hay que decirlo fuerte y claro: el recurso a La Haya por la demanda de Bolivia es el resultado de un fracaso de la política y la diplomacia.
por Carlos Ominami
LA DECISION de objetar la competencia de la Corte Internacional de Justicia para tratar la demanda de Bolivia ha generado una unanimidad sin precedentes. Contrastando con el clima enrarecido que ha creado el movimiento de oposición a las reformas, desde todos los sectores se alzan voces emocionadas para aplaudir esta patriótica decisión.
Aunque duela y moleste a varios, hay que decirlo fuerte y claro: el recurso a La Haya es el resultado de un fracaso de la política y la diplomacia. Es el reconocimiento de que a más de 130 años de una guerra fratricida las heridas todavía no cicatrizan y que la lógica de vencedores y vencidos continúa predominando.
Bolivia vive su mediterraneidad como una injusticia. Buenos o malos, los sentimientos de los pueblos son los que son y constituyen parte fundamental de la realidad objetiva. Sólo la prepotencia o la ceguera pueden llevar a ignorarlos o a tratarlos con desdén.
Es lamentable que estemos nuevamente en La Haya. Nadie puede pretender obtener una gran victoria. Al haber tomado la decisión de recurrir a la CIJ, el gobierno boliviano ha asumido una responsabilidad y un riesgo. Pesó en esta decisión el sentimiento de que finalmente no tienen nada que perder. Es triste que en una nación hermana predominen estos sentimientos y es también un problema.
Todo indica que será una disputa larga cuya duración no se medirá en meses, sino en años. De momento, la atención está centrada en la controversia sobre las excepciones preliminares. Las autoridades chilenas han declarado que su decisión es el producto de una amplia deliberación en la cual se consideraron todas las opiniones y puntos de vistas. Esperemos que así sea; que la doctrina sobre los actos unilaterales de los Estados no sea, a juicio de la corte, pertinente en este caso; que ésta acepte restringir su jurisdicción contrariando su propia jurisprudencia y que las opiniones sustentadas por su presidente, Peter Tonka, afirmando una visión amplia sobre las competencias de la CIJ, no sean más que devaneos académicos irrelevantes a la hora de dictar una sentencia.
Si por alguna razón esto no ocurriera, es de esperar que las mismas voces que se alzaron para presionar por la decisión adoptada lo hagan también para no eludir responsabilidades endosándolas unilateralmente a la Presidenta y su canciller.
Más allá de la cuestión jurídica, está en nuestro interés y del conjunto de América del Sur evitar que este diferendo lleve a congelar la relación bilateral. En una nueva vecindad, Bolivia y Chile tienen mucho que ganar. Existen complementariedades que están a la espera de tiempos más fecundos. De allí la importancia de dialogar, de no resignarse a la judicialización de nuestras relaciones. Si con Perú terminó por imponerse la política de cuerdas separadas, hagamos algo parecido con Bolivia. No le demos a la disputa en La Haya el poder de contaminar las relaciones. Es cierto, los intereses económicos son distintos, pero la razón es la misma: alcanzar una vecindad coherente con las tendencias a la integración en fronteras porosas que dominan en el siglo XXI, libre de los traumas y desconfianzas que nos persiguen desde el siglo XIX.
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