Me despierto
en medio de la noche
y el encierro de la casa
me impulsa a salir al jardín
a respirar aire fresco.
Una suave luz cenital
se cuela por entre las hojas
dibujando en el suelo
la silueta del follaje
de los árboles
del bosquete contiguo.
Salgo al claro
y con los ojos
a medio restregar
contemplo la intensa luz
de una luna oblonga.
Intento racionalizar
lo que encandilado contemplo,
como la visión distorsionada
de un momento
de la fase decreciente
de nuestro satélite natural.
No obstante,
el niño que hay en mí,
continúa preguntándose,
¿quién fue el que
a altas horas de la noche,
puso un huevo luminoso
para que lo anidara
hasta el amanecer
nuestro cielo nocturno?
Estoy en estas
cavilaciones infantiles,
cuando escucho cantar
a un gallo de nuestro barrio,
allá abajo en el valle.
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