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Disparates


No me extrañó la noticia de que la Dibam envió a bibliotecarios a la reciente Feria del Libro para confeccionar la lista de adquisiciones para bibliotecas públicas. Dicha lista es para espantar a cualquiera. ¿Otro "maletín literario"?

por Alfredo Jocelyn-Holt -Diario La Tercera 22/02/2014 



INCREIBLE, no lo podíamos creer con la Sofía, mi señora. En la vitrina de una conocida cadena de ropa (marca nacional) del mall de Viña del Mar en mayo del año pasado, exhibían junto a los maniquíes una estantería con libros viejos a modo de decoración. Libros estupendos, valiosos. Entramos a la tienda y pregunté si se vendían. Me miraron raro y respondieron que, por supuesto, no. Les dije que era una aberración, como tener una pantera enjaulada. Los libros eran notables: varios tomos de las obras completas de Alfonso Reyes (mi propia colección está trunca), otros tantos de Emile Zola y una historia de Europa que pudo haber sido la de Lord Acton de la Universidad de Cambridge (en español), si no, la de Cantú (de hecho, fui al mall a comprar anteojos). 
A las dos dependientas que me miraban como si fuera un extraterrestre intenté explicarles mi shock, y eso que cuesta escandalizarme. Pero esto era más que pornográfico. Los libros no estaban ahí para ser leídos o consultados; figuraban en calidad de fetiches, servían para vender cualquier otra cosa. Las prostitutas al menos arriendan su propio cuerpo, aquí se traficaba con algo que, en verdad, no “pertenecía” a la tienda. Si ni siquiera sabían que podía tratarse de una monstruosidad. Increíble lo que la ignorancia impune puede hacer en este país.
Ahora que lo pienso, exageré la nota con las pobres dependientas. En mi universidad donde intento hacer clases, institución que debiera ser un ejemplo de respeto para con la cultura, estos insultos al conocimiento son pan de cada día. En 2006 encapuchados (¿estudiantes?) quemaron en la vía pública 1.200 libros de colecciones donadas por Mariano Latorre, Ricardo Latcham y Mario Góngora. Cada semestre, “genios” de la Vicerrectoría Académica, me ordenan incluir el ISBN de los libros en mis bibliografías de curso, lo que es  embarazoso para un profesor que trata de enseñar historia de períodos en que  no aparecía aún en el firmamento el ISBN. Obviamente para burócratas académicos sólo existe “conocimiento actual” y, dicho de paso, “ítems comprables” (conste que en el maldito formulario se destina un casillero para el “número de ejemplares”). Lo que trato de hacer leer no importa, no es cuantificable. En eso se llevan en “Servicios Centrales” de la Torre 15.
No es lo único que pasa en mi universidad. En mayo también pasado recibí un correo del Museo de Arte Contemporáneo, perteneciente a la Facultad de Artes, que decía: “Trae los libros que no uses al Museo y colabora con la próxima exposición de Luis Camnitzer”. Insólito lo de “tus libros que no usas”, y el “uso” que pretendía darle el MAC. La foto era temible: mostraba una suerte de bloque o fardo con libros aplastados y compresos. Apuesto lo que quieran que libros sin ISBN. Muy “decorativo” también.
Dadas así las cosas, no me extrañó la noticia que la Dibam, otra institución que debe dar ejemplo, envió a bibliotecarios a la reciente Feria del Libro para confeccionar la lista de adquisiciones para bibliotecas públicas. La lista, para espantar a cualquiera -predominan los libros de autoayuda y otras sandeces saldables (¿otro “maletín literario”?)-, fue defendida por el burócrata de turno. Coincidía, según él, con la de los “libros más vendidos”.

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