La lengua trabada en el vértigo cotidiano
y atrapada en los vericuetos del idioma.
La lengua como laberinto silencioso
y el habla como inevitable naufragio
de la expresión del ser y del sentir.
La escritura como sucedáneo del habla,
o como alternativa contrapuesta al decir,
a fin de pulir y refinar
las estructuras del pensamiento
y las intuiciones del sentimiento.
Pretende así
hallar el tono y el matiz;
buscando encontrar el sentido
que flota entre las palabras
y que le confieren su música;
esa lírica que fluye más allá
de los vocabularios existentes,
incapaces de verbalizar lo inefable,
tal vez sólo de insinuarlo
para finalmente (no) decir (casi) nada...
No tengo
ResponderEliminarla menor idea
de lo que la
escritura trata.
No soy dueño
de las palabras
ni de su sintaxis,
ni menos
de su significado
(si es que lo llegara
eventualmente a tener).
Escribo de oído
y sobre la marcha,
sin pautas
ni anotaciones previas.
Improvisando
con el sonido
de las palabras,
y encontrando
para sorpresa mía,
la intuición de un sentido.
Y después, vuelvo
a la duda y al silencio...
No hay que hablar
en primera persona,
porque no tenemos idea
de lo que estamos diciendo...
Anyway, lo escrito,
para bien o para mal,
escrito está...
IGUALMENTE ERES UN GENIO DE LA PLUMA...!!!
ResponderEliminarEn el comentario de este Evangelio
ResponderEliminarhay algo que toca lo arriba expresado;
no es de extrañar pues se trata
del Verbo encarnado que es
y tiene Palabras de Vida Eterna...
Día litúrgico: Sábado VII del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mc 10,13-16):
En aquel tiempo, algunos presentaban a Jesús
unos niños para que los tocara;
pero los discípulos les reñían.
Mas Jesús, al ver esto, se enfadó y les dijo:
«Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis,
porque de los que son como éstos es el Reino de Dios.
Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios
como niño, no entrará en él».
Y abrazaba a los niños,
y los bendecía poniendo
las manos sobre ellos.
Comentario: Rev. D. Josep Lluís SOCÍAS i Bruguera (Badalona, Barcelona, España)
Dejad que los niños vengan a mí
Hoy, los niños son noticia.
Más que nunca,
los niños tienen mucho que decir,
a pesar de que la palabra “niño”
significa “el que no habla”.
Lo vemos en los medios tecnológicos:
ellos son capaces de ponerlos en marcha,
de usarlos e, incluso,
de enseñar a los adultos su correcta utilización.
Ya decía un articulista
que, «a pesar de que los niños
no hablan, no es signo de que no piensen».
En el fragmento del Evangelio de Marcos
encontramos varias consideraciones.
«Algunos presentaban a Jesús
unos niños para que los tocara;
pero los discípulos les reñían» (Mc 10,13).
Pero el Señor, a quien en el Evangelio
leído en los últimos días le hemos visto
hacerse todo para todos, con mayor motivo
se hace con los niños.
Así, «al ver esto, se enfadó y les dijo:
‘No se lo impidáis, porque de los
que son como éstos es el Reino de Dios’» (Mc 10,14).
La caridad es ordenada: comienza por el más necesitado.
¿Quién hay, pues, más necesitado, más “pobre”, que un niño?
Todo el mundo tiene derecho a acercarse a Jesús;
el niño es uno de los primeros que ha de gozar de este derecho:
«Dejad que los niños vengan a mí» (Mc 10,14).
Pero notemos que, al acoger a los más necesitados,
los primeros beneficiados somos nosotros mismos.
Por esto, el Maestro advierte:
«Yo os aseguro: el que no reciba
el Reino de Dios como niño,
no entrará en él» (Mc 10,15).
Y, correspondiendo al talante sencillo
y abierto de los niños,
Él los «abrazaba (...),
y los bendecía poniendo
las manos sobre ellos» (Mc 10,16).
Hay que aprender el arte
de acoger el Reino de Dios.
Quien es como un niño
—como los antiguos “pobres de Yahvé”—
percibe fácilmente que
todo es don, todo es una gracia.
Y, para “recibir” el favor de Dios,
escuchar y contemplar con “silencio receptivo”.
Según san Ignacio de Antioquía,
«vale más callar y ser, que hablar y no ser (...).
Aquel que posee la palabra de Jesús
puede también, de verdad,
escuchar el silencio de Jesús».