Diario El Mercurio, sábado 9 de abril de 2011
Es chistoso husmear en los textos legales y hallar, por ejemplo, que el artículo transitorio de la ley 19.327 (la de Violencia en los Estadios) les daba a los clubes sesenta perentorios días para "empadronar" a sus barristas. Es decir, debían tener listo el documento el 30 de octubre de... 1994. E ir actualizando ese padrón, cómo no.
En la misma línea de sana diversión, el artículo 7° marcaba como "circunstancia agravante especial" para el hooligan criollo la sola condición de hincha registrado, chanza que muchos garreros y bullangueros se tomaron, era que no, a la joda: espérate sentado que de ahí me empadrono.
Otra humorada, volviendo al artículo transitorio, eran los ciento veinte días -generoso el legislador- exigidos a los clubes para acreditar ante las intendencias que sus estadios cumplían con las normativas de seguridad. Era tan buena la broma que el parrafito legal, casi diecisiete años después, goza de excelente salud.
En el afán de darle un giro al guión de esta comedia, en 2002, ocho años después de su promulgación, la ley se aplicó en régimen por primera vez. El incidente que le dio origen funciona hasta hoy como ícono de los desmanes en el tablón: la pelea a cuchillazo limpio del Barti y el Huinca, líderes por aquel entonces de la Garra Blanca. El Barti fue el que las vio más negras: condenado a cinco años por doble homicidio frustrado... no por Ley de Violencia en los Estadios. Otra, de 2006, condenó a un forofo de la UC por apuñalar a un... cruzado.
Ya.
El ministro Hinzpeter, que puede mostrar buenos números en control de la delincuencia, anuncia un plan para terminar de una buena vez con esta fruncia, pero al definir algunas de las características que tendrá dice que "a las barras sólo podrá entrar la gente que de una buena vez hayan empadronado los clubes".
Federico Valdés, ahora sí molesto con el escandalete del Santa Laura (se mostró bastante menos enfático cuando hubo destrozos en el Nacional recién reestrenado), juega sus fichas a la morigeración -y hasta la ausencia total- de las barras rivales, en una muestra más que el chiste del sillón de don Otto nunca pasa de moda.
Seamos optimistas, el plan de Interior puede ser un éxito, pero aunque lo sea, la violencia que habita en los "piños" no desaparecerá por arte de magia. Los podrán sacar de los estadios, y ahora sí los padres, siguiendo a Hinzpeter, podrán llevar a sus hijos a la cancha de la mano "por amor y no por temor". Pero seguirá latiendo en algún lado. Aplicar el criterio de puerta giratoria en el fútbol -queremos a estos delincuentes fuera de los estadios, clamor popular- ya sabemos las contraindicaciones que tiene.
¿No hay caso? No, sí hay.
La ley, aunque mala, funciona si hay jueces dispuestos a aplicarla (el ministro Sergio Muñoz dio un ejemplo palmario de esto en 2004); si hay dirigentes dispuestos a invertir en sus estadios (como el zarandeado Jorge Segovia); y , sobre todo, si los nuevos dueños del fútbol le dan un giro a su mirada, si convierten a sus "infiltrados violentistas" (esos que siempre son "unos pocos", así que ni tan caro) en objeto de una política de responsabilidad social empresarial. Pero una política en serio. Donde las papas queman. Donde vive la gente. Si se meten ahí, quizás esto pueda comenzar, algún día, a mejorar de verdad.
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