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Chile, ¿en fase de decadencia?


Alejandro San Francisco: "El conocimiento histórico tiene mucho que aportar para analizar el momento que vive el país, sobre todo si consideramos que en la crisis del Centenario y la de los años 60 el sistema político fue incapaz de dar solución pacífica a los problemas..."

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En 1925, con gran asertividad y un dejo de ironía, Vicente Huidobro protestaba sobre la situación de Chile: "No hay derecho a tener decadencia sin haber tenido apogeo". Quizá la afirmación era exagerada, propia del contexto en el que habló el poeta, pero manifestaba una idea que se ha repetido cada cierto tiempo. En otros momentos de la historia, y especialmente en las últimas tres décadas, existía una profunda convicción en la sociedad y en su clase política en el sentido de que el país había progresado mucho, con un crecimiento económico sostenido, disminución de la pobreza y mejora general en las condiciones de vida y en las oportunidades para todos.

Sin embargo, en el último tiempo ha renacido la desazón y el pesimismo. En la encuesta CEP de abril de 2015 el 62% señaló que el país está estancado y el 21% sostuvo que está en decadencia, frente a apenas un 16% que sostiene que está progresando. La información es consistente con sucesivas muestras de la encuesta Plaza Pública Cadem, que se concentra en el tema del progreso económico, en las cuales más del 80% señala que el país está estancado o retrocediendo. Finalmente, diversas mediciones que preguntan sobre la situación personal o del país dan cuenta de una sensación de decadencia, reafirmándose la idea de que los mejores tiempos ya pasaron y que hay que prepararse para las dificultades, que son económicas, pero también políticas, que requerirían reformas constitucionales o estructurales en diversas áreas.

En un interesante artículo, Gonzalo Vial sostenía que el siglo XX había tenido esa lamentable característica: la decadencia nacional, a la que se debe asociar la pérdida de los consensos en la sociedad chilena hacia 1973. Esta tesis fue contrastada, entre otros, por Cristián Gazmuri. Pero sin entrar en el debate historiográfico, lo cierto es que hacia el segundo tercio del siglo hubo numerosos autores que explicitaron su conciencia de crisis y el estancamiento que vivía Chile en esos años, con graves consecuencias económicas y sociales, que más tarde serían también políticas. Entre ellos podemos mencionar la denuncia radical de Salvador Allende en "La realidad médico social de Chile" (1939), del Padre Alberto Hurtado en "¿Es Chile un país católico?" (1941), de Julio César Jobet en el "Ensayo crítico sobre el desarrollo económico-social de Chile" (1953), que culminan con esos lapidarios libros de Jorge Ahumada, "En vez de la miseria" (1958) y Aníbal Pinto, "Chile, un caso de desarrollo frustrado" (1959).

En los hechos, Chile hoy tiene algo de los comienzos del siglo XX, desde que en 1900 Enrique Mac Iver denunció la "crisis moral de la República", hasta el famoso "Balance Patriótico" de Vicente Huidobro un cuarto de siglo después, pasando por la crisis social y la crítica nacionalista del Centenario. También se parece a la década de 1960, cuando todo se ponía en duda, y el discurso político contradecía a la democracia chilena, a la cual se calificaba de burguesa y al servicio del imperialismo y la burguesía, como destacaba el programa de gobierno de la Unidad Popular.

Convendría evaluar seriamente si Chile está viviendo una crisis del Bicentenario y cuáles serían sus manifestaciones más importantes, o si se trata de un mero sentimiento, respetable como tal, pero no necesariamente coherente con la realidad. Lo más seguro es que haya algo de ambas cosas y que debamos mirar con atención los datos y las percepciones, los éxitos y las limitaciones del desarrollo nacional. En esta línea, el conocimiento histórico tiene mucho que aportar, sobre todo si consideramos que en la crisis del Centenario y la de los años 60 el sistema político fue incapaz de dar solución pacífica a los problemas, que terminaron con sendas intervenciones militares.

La encuesta Adimark de julio de 2015 muestra el bajo prestigio de los poderes Ejecutivo y Legislativo, una pobre percepción sobre las coaliciones políticas más importantes, que se suman al auge de la delincuencia y una creciente polarización política, así como la sensación de decadencia y la pérdida de optimismo nacional. Estas son razones suficientes para la reflexión y, sobre todo, para la acción restauradora, en la convicción de que es necesario recuperar el rumbo y renovar las energías perdidas en la sociedad y en la economía chilena. Esto es relevante, porque Chile ya ha mostrado capacidad de avanzar hacia su desarrollo.

Alejandro San Francisco
Historiador

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