Un incapaz en el laberinto de la soledad...‏


La lengua trabada en el vértigo cotidiano
y atrapada en los vericuetos del idioma.

La lengua como laberinto silencioso
y el habla como inevitable naufragio 
de la expresión del ser y del sentir.

La escritura como sucedáneo del habla, 
o como alternativa contrapuesta al decir, 
a fin de pulir y refinar 
las estructuras del pensamiento
y las intuiciones del sentimiento.

Pretende así 
hallar el tono y el matiz;
buscando encontrar el sentido 
que flota entre las palabras
y que le confieren su música;
esa lírica que fluye más allá 
de los vocabularios existentes,
incapaces de verbalizar lo inefable,
tal vez sólo de insinuarlo 
para finalmente (no) decir (casi) nada...

3 comentarios:

  1. No tengo
    la menor idea
    de lo que la
    escritura trata.

    No soy dueño
    de las palabras
    ni de su sintaxis,
    ni menos
    de su significado
    (si es que lo llegara
    eventualmente a tener).

    Escribo de oído
    y sobre la marcha,
    sin pautas
    ni anotaciones previas.

    Improvisando
    con el sonido
    de las palabras,
    y encontrando
    para sorpresa mía,
    la intuición de un sentido.

    Y después, vuelvo
    a la duda y al silencio...

    No hay que hablar
    en primera persona,
    porque no tenemos idea
    de lo que estamos diciendo...

    Anyway, lo escrito,
    para bien o para mal,
    escrito está...

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  2. En el comentario de este Evangelio
    hay algo que toca lo arriba expresado;
    no es de extrañar pues se trata
    del Verbo encarnado que es
    y tiene Palabras de Vida Eterna...

    Día litúrgico: Sábado VII del tiempo ordinario

    Texto del Evangelio (Mc 10,13-16):
    En aquel tiempo, algunos presentaban a Jesús
    unos niños para que los tocara;
    pero los discípulos les reñían.

    Mas Jesús, al ver esto, se enfadó y les dijo:
    «Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis,
    porque de los que son como éstos es el Reino de Dios.
    Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios
    como niño, no entrará en él».

    Y abrazaba a los niños,
    y los bendecía poniendo
    las manos sobre ellos.

    Comentario: Rev. D. Josep Lluís SOCÍAS i Bruguera (Badalona, Barcelona, España)

    Dejad que los niños vengan a mí

    Hoy, los niños son noticia.

    Más que nunca,
    los niños tienen mucho que decir,
    a pesar de que la palabra “niño”
    significa “el que no habla”.

    Lo vemos en los medios tecnológicos:
    ellos son capaces de ponerlos en marcha,
    de usarlos e, incluso,
    de enseñar a los adultos su correcta utilización.

    Ya decía un articulista
    que, «a pesar de que los niños
    no hablan, no es signo de que no piensen».

    En el fragmento del Evangelio de Marcos
    encontramos varias consideraciones.

    «Algunos presentaban a Jesús
    unos niños para que los tocara;
    pero los discípulos les reñían» (Mc 10,13).

    Pero el Señor, a quien en el Evangelio
    leído en los últimos días le hemos visto
    hacerse todo para todos, con mayor motivo
    se hace con los niños.

    Así, «al ver esto, se enfadó y les dijo:
    ‘No se lo impidáis, porque de los
    que son como éstos es el Reino de Dios’» (Mc 10,14).


    La caridad es ordenada: comienza por el más necesitado.

    ¿Quién hay, pues, más necesitado, más “pobre”, que un niño?

    Todo el mundo tiene derecho a acercarse a Jesús;
    el niño es uno de los primeros que ha de gozar de este derecho:
    «Dejad que los niños vengan a mí» (Mc 10,14).

    Pero notemos que, al acoger a los más necesitados,
    los primeros beneficiados somos nosotros mismos.

    Por esto, el Maestro advierte:
    «Yo os aseguro: el que no reciba
    el Reino de Dios como niño,
    no entrará en él» (Mc 10,15).

    Y, correspondiendo al talante sencillo
    y abierto de los niños,

    Él los «abrazaba (...),
    y los bendecía poniendo
    las manos sobre ellos» (Mc 10,16).

    Hay que aprender el arte
    de acoger el Reino de Dios.

    Quien es como un niño
    —como los antiguos “pobres de Yahvé”—
    percibe fácilmente que
    todo es don, todo es una gracia.

    Y, para “recibir” el favor de Dios,
    escuchar y contemplar con “silencio receptivo”.

    Según san Ignacio de Antioquía,
    «vale más callar y ser, que hablar y no ser (...).

    Aquel que posee la palabra de Jesús
    puede también, de verdad,
    escuchar el silencio de Jesús».

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