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Un desafío contra sí misma. Hacerlo mejor que la primera vez.‏



El gabinete como cubo de Rubik




En la carta de colores de la política chilena, la gran ausencia desde hace más de cien años es la del liberalismo. Los liberales, sin embargo, escribieron páginas gloriosas en la historia política del siglo XIX. Se eclipsaron después y, peor, se anduvieron confundiendo durante el gobierno militar. Hoy, cuando soplan otros vientos, no pinchan ni cortan.
La estructuracion final del gabinete ministerial de Michelle Bachelet se encontró en unas pocas horas con el primer desafío: la impugnación, por parte de los principales dirigentes estudiantiles, de la subsecretaria de Educación, Claudia Peirano. Los motivos son parciales, semidirectos y especiosos. Tienen más cara de prueba de fuerza que de justicia, aunque todo maximalismo se reviste con lo segundo para ganar lo primero. Si fuese necesario hallar un símil, el más próximo sería la presión sobre el Presidente Piñera para frenar la central Barracones a sólo meses de su instalación en La Moneda, que lo llevó a liquidar la institucionalidad ambiental y, a la larga, convertir la política energética en el peor vacío de su gobierno.
Esta vez, la exigencia no ha esperado ni el 11 de marzo, ni la “luna de miel”, ni los cien días mágicos. Tampoco se ha dirigido sobre el titular del nuevo ministerio, Nicolás Eyzaguirre, sobre quien es evidente que recaen las principales sospechas de los estudiantes, ni se ha detenido en los revulsivos componentes de una discrepancia filial tratada con el tono estalinista de un problema ideológico. Antes de una semana, Bachelet ha recibido una notificación sobre lo que le espera. ¿Está su equipo de ministros preparado para esto?
La estructura del gabinete ofrece algunos indicios. La presidenta eligió conformar el núcleo político con dos personas de su confianza -en Interior, Rodrigo Peñailillo, y en Secretaría General de Gobierno, Alvaro Elizalde- que sólo responden a ella misma. No es un esquema nuevo: se parece al que ensayó Piñera en su debut, y al menos en ese caso se vio que presentaba un flanco gravemente débil, porque los partidos que le daban base no lo aceptaron con la pasividad que se esperaba. Parte de esa fragilidad inicial está en el origen de la balcanización que vive la derecha cuatro años después y que la ha dejado fuera de competencia por tiempo indefinido.
El equipo económico se configura de una manera parecida: un hombre de confianza -Alberto Arenas, en Hacienda- y dos figuras que representan algo más que sí mismas: en Economía, Luis Felipe Céspedes, un profesional de las filas de Fuerza Pública, y en Trabajo, Javiera Blanco, mujer del comando de campaña, filo DC, todoterreno; ella debió estar en el equipo político, pero las confusiones de la DC llevaron, de manera inopinada, a la senadora Ximena Rincón hasta la megavitrina de La Moneda.
A pesar de las gentilezas que se le han brindado, este equipo enfrenta las sospechas más fuertes. Los empresarios no lo dicen, porque aún enfrentan a) la deuda de la dirigencia lamentable que tuvieron en los 80 y parte de los 90, y b) el desprestigio irrigado por los escándalos de los años recientes. Pero sotto voce expresan su alarma por los alcances de la reforma tributaria (en especial, la eliminación del FUT) y el freno de las inversiones derivado de la temible convergencia entre la incertidumbre local y un nuevo ciclo negativo de la economía internacional. La exageración maximalista de estos temores tiene cierta simetría con el de quienes creen que todo esto es irrelevante frente al problema mayor de la inequidad.
En la zona de roce de los problemas vecinales, que han llegado a su peor momento en muchos años, Bachelet eligió a dos hombres experimentados -Heraldo Muñoz, en Relaciones Exteriores, y Jorge Burgos, en Defensa- y esto impone un cierto tono conservador en políticas que entraron, en contra de todo lo que creyó el gobierno saliente, en un estado delicado.
La verdadera “división Panzer” del gabinete está en las dos carteras que serán más problemáticas en el cuatrienio que viene. Educación, a cargo del ex ministro de Hacienda Nicolás Eyzaguirre, concentra los proyectos estelares del programa del nuevo gobierno, los más costosos, los que dependen de la reforma tributaria y, por lo tanto, los que plantean más encrucijadas en la relación con Hacienda, cuyo nuevo ministro fue un subalterno del más nuevo jefe de Educación.
Energía, donde ha ingresado el ejecutivo Máximo Pacheco, no tiene una expresión notable en el programa, pero la presidenta sabe que el déficit dejado por el actual gobierno la pondrá frente a encrucijadas muy difíciles. Otra cosa es que su gestión disponga de la audacia para escapar de las trampas actuales.
Si es preciso elegir un eje en el gabinete, este es, sin duda, el que forman Eyzaguirre y Pacheco, sin conexión el uno con el otro. Sin todavía imaginar otros problemas, estos serán los dos que armarán el juicio vertebral sobre el segundo gobierno de Bachelet, como lo están siendo la reconstrucción y el empleo con Piñera.
El resto del gabinete de la presidenta es, en lo grueso, un gran esfuerzo intelectual por guardar los equilibrios de una coalición que pasó de cuatro a siete partidos y que, además, hace guiños a otro movimiento, Fuerza Pública. Parece evidente que en esto último hay un llamado a Andrés Velasco para regresar al redil, pero es igualmente notorio que esa convocatoria se parece más a una subordinación que a cualquier otra cosa. Quizás expresa cierto afecto, pero no mucha identidad política.
Todo gabinete se mide por el desempeño de sus miembros. El de Bachelet, en un Chile más complicado, se medirá, además, por su complementación y sus contradicciones, por su entrega al interés común y su resistencia al sentido común, por su capacidad de conservación y de innovación, por la lealtad interna y la del programa, por…
En fin: si la presidenta ha querido gobernar por segunda vez, será porque quiere hacerlo mejor que en la primera. Es un desafío contra sí misma. Los ministros, a temblar.

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