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Sucesoras de Circe


por Jorge Edwards
Diario La Segunda, Viernes 14 de Febrero de 2014
http://blogs.lasegunda.com/redaccion/2014/02/14/sucesoras-de-circe.asp
Me gusta seguir una historia. Pertenezco a la especie de los aficionados a seguir una historia. Un antiguo diplomático, personaje de altos destinos, me confesaba que habría preferido, en lugar de ser ministro, de ser embajador, de esas cosas, radicarse en Sevilla y seguir la pista de sucesos coloniales a través del Archivo de Indias. Los sucesos coloniales pueden ser novelescos. Las viejas mitologías suelen rematar en obras de teatro y en óperas del siglo XVIII y hasta del siglo XX. La afición a profundizar en temas es mal mirada por la gente insegura, por los Estados autoritarios (también, a su modo, inseguros), por los comisarios políticos de extrema izquierda o de extrema derecha. Y es uno de los principales estímulos del pensamiento, de la literatura, delarte. Es el verdadero punto de partida.
Después de una jornada interminable consigo un asiento, el último que sigue disponible, de precio mediano, en la Opéra Garnier, y me lanzo a escuchar música cantada. Siento frío en los pies, los ojos me lagrimean, tengo que hacer cola en la guardarropía para dejar los implementos de invierno, además de un libro y algunos periódicos, pero llego, por fin, sin dificultades mayores, ayudado por acomodadoras amables, desinteresadas, a mi asiento. Estoy en el medio de lo que nosotros llamamos platea, en las últimas filas, y mi visión del gran escenario y de los letreros que reproducen los diálogos encima de las cortinas es impecable, mejor que en los lugares más caros. El programa del espectáculo está lleno de firmas ilustres y de reproducciones de cuadros de todas las épocas. Hay lujuriosas pinturas del siglo XVI y XVII, además de un Ingres de comienzos del XIX, de algunos Max Ernst, de un misterioso Man Ray: la espalda de una mujer desnuda que contempla islas lejanas.
“Alcina”, la ópera de Haendel, puesta en escena por una compañía inglesa, interpretada en el rol principal por una extraordinaria cantante griega, es uno de los espectáculos importantes de la Europa de estos días. Haendel utilizó el libreto de un autor desconocido, imitador de una obra de Riccardo Broschi, compositor, libretista y hermano de Farinelli, el famoso cantante castrado del siglo XVIII. Se sabe que el competidor más peligroso del conjunto musical que dirigía Haendel era, justamente, el de Farinelli. Son cosas de la intrahistoria, entretelones.
Al parecer, el libretista de Haendel se inspiró en la historia de Alcina cantada por Ariosto en su “Orlando furioso”. Pero Alcina, a su vez, en numerosos textos europeos, se inspiraba en la Circe de la “Odisea”. En el poema homérico, Ulises y sus compañeros se acercan a una isla, seducidos por el canto y por la belleza legendaria de su dueña. Pronto saben que es una hechicera peligrosa, que después de hacer el amor con los marineros que llegan en sus viajes, les da una pócima secreta y los convierte en cerdos. La isla está llena de barracones con cerdos que patalean en el barro. Ulises, sin embargo, se entiende con seres dotados de poderes mágicos y aplica a las bebidas que le ofrece la bella, la seductora, que algunos creían que estaba representada por Boticelli en su Venus salida de las aguas, un poderoso contraveneno. Esto le permite hacer el amor con la hechicera sin mayores riesgos y ayuda a los cerdos a recuperar su forma humana. Es decir, humaniza a Circe, y en la ópera de Haendel humaniza también a Alcina. El erotismo grosero se relaciona con la bestialidad, con lo inhumano, y el amor lo redime.
El canto de Haendel, maravillosamente interpretado por Myrtò Papatanasiu, es un himno a la vida, a la redención, a la superación de los límites. Alcina, en lugar de transformar a sus amantes en cerdos, los convertía en rocas y en alimañas repartidas por su isla. En la escenografía, son hombres vestidos como oficinistas, o enteramente desnudos, tendidos en la penumbra, rígidos como escollos rocosos. Pero la pasión de Alcina por un personaje que llega de visita le quita gradualmente sus poderes mágicos. Los paralizados, los condenados, empiezan a levantarse. Son comparsas y forman parte del coro. La belleza musical salva a Alcina y nos salva a todos.
En el “Ulises” de James Joyce también hay una Circe. Y Leopold Bloom, personaje que encarna la mediocridad, al dublinés que bebe cerveza y pasa sus noches de farra en los bajos fondos de Dublín, es el Ulises o el Odiseo de la epopeya del siglo XX. Este Odiseo extraviado entra a un prostíbulo y encuentra a su regenta, Bella Cohen, una Circe de suburbio algo masculina, bigotuda. La excitación lo hace olvidarse de su familia, de su ambiente, hasta de su nombre. Al perder el nombre, adquiere una identidad de cerdo o de roca. Pero consigue escapar y recuperar su Itaca y su Penélope. Son operaciones de un músico que amaba a los autores clásicos y de un escritor enamorado de la música: Haendel y Joyce, maestros curiosamente hermanados.

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