"Todos los chilenos sabemos que en nuestra patria hay lugares físicos, porciones del territorio, en los que no se está aplicando la legislación vigente ni se hacen cumplir las decisiones de los gobernantes..."
Ningún chileno contemplaba como destino turístico para los próximos días una navegación por la zona que desde La Haya se nos ha quitado. Pero qué importa ese dato. Lo que ha dolido es la pérdida -en el grado que sea- de lo que era nuestro.
Solo puede vislumbrarse una ventaja a partir de lo sucedido: que todos, ciudadanos de a pie y funcionarios públicos, aprendamos a valorar y a defender la soberanía sobre cada porción del territorio.
¿Solo en nuestras fronteras? Por cierto que no. La dimensión limítrofe es una de las tantas coordenadas en que se concreta la soberanía. Otras muchas tienen que ver con esos espacios interiores, con esos múltiples ambientes del Chile profundo, que hoy también están amenazados y en los que a veces hay una evidente privación de soberanía.
Ya en 1963 escribió el maestro Silva Bascuñán, en su Tratado de Derecho Constitucional: "El territorio sirve para sostener la independencia con que se prepara y manifiesta el querer del Estado; proporciona el marco dentro del cual se aplican las reglas que adopta y se cumplen las decisiones de sus gobernantes".
Da lo mismo nuestro reciente comportamiento electoral: todos los chilenos sabemos que en nuestra patria hay lugares físicos, porciones del territorio, en los que no se está aplicando la legislación vigente ni se hacen cumplir las decisiones de los gobernantes.
Zonas cada mes más extensas de La Araucanía entran en un limbo jurídico, mientras otras parecen campos de batalla; enormes porciones de las regiones australes pasan a dominio de ecologistas profundos, quienes desafían las normas comunes y abogan por zonas de exclusión humana; poblaciones completas -de la calle tal a la calle cual- quedan bajo dominio de los narcos locales: Carabineros no entra ahí, es la frase reiterada; ni por tierra ni por mar se puede acceder a ciertos puertos, ya que el sindicato al mando establece su propia frontera para proteger la huelga; durante largos meses, campus universitarios completos han sido tomados, sin que los rectores pidan el desalojo, los profesores puedan ocupar sus oficinas, el 99% de los alumnos logre asistir a clases.
En escala menor -pero el fenómeno es el mismo-, grandes y céntricas avenidas son cerradas para que pasen miles de manifestantes; parques completos son copados por adolescentes de exuberante actividad nocturna; calles o caminos son cortados para reclamar por olores o basuras; playas supuestamente privadas resultan inaccesibles para otros usuarios; extensas vías de circulación son entregadas los fines de semana a ciclistas, corredores, patinadores y skaters : muchos de ellos, en otro momento, seguramente son entusiastas manifestantes a favor o en contra de situaciones similares; casas sin habitantes pasan a las manos de okupas que se resisten a toda acción reivindicatoria o policial.
Por cierto, ninguno de los anteriores es tema del Ministerio de Relaciones Exteriores, al que habitualmente asociamos con los problemas de soberanía. Todos son prioritariamente asuntos de Interior, aunque en muchas de aquellas situaciones ciertamente hay influencia o presencia de extranjeros.
Va a ser esta una de las tareas más arduas para el joven ministro Peñailillo: asegurarles a los chilenos que pueden vivir en un país soberano, en que el Estado controla el cien por ciento del territorio, corrigiendo así los desaciertos de la actual administración.
Para eso, por una parte, hará falta clarificar bien la participación de elementos foráneos y, por otra, hacer declaración explícita a favor de la soberanía y del Estado de Derecho.
Bajo escrutinio público estará.
Solo puede vislumbrarse una ventaja a partir de lo sucedido: que todos, ciudadanos de a pie y funcionarios públicos, aprendamos a valorar y a defender la soberanía sobre cada porción del territorio.
¿Solo en nuestras fronteras? Por cierto que no. La dimensión limítrofe es una de las tantas coordenadas en que se concreta la soberanía. Otras muchas tienen que ver con esos espacios interiores, con esos múltiples ambientes del Chile profundo, que hoy también están amenazados y en los que a veces hay una evidente privación de soberanía.
Ya en 1963 escribió el maestro Silva Bascuñán, en su Tratado de Derecho Constitucional: "El territorio sirve para sostener la independencia con que se prepara y manifiesta el querer del Estado; proporciona el marco dentro del cual se aplican las reglas que adopta y se cumplen las decisiones de sus gobernantes".
Da lo mismo nuestro reciente comportamiento electoral: todos los chilenos sabemos que en nuestra patria hay lugares físicos, porciones del territorio, en los que no se está aplicando la legislación vigente ni se hacen cumplir las decisiones de los gobernantes.
Zonas cada mes más extensas de La Araucanía entran en un limbo jurídico, mientras otras parecen campos de batalla; enormes porciones de las regiones australes pasan a dominio de ecologistas profundos, quienes desafían las normas comunes y abogan por zonas de exclusión humana; poblaciones completas -de la calle tal a la calle cual- quedan bajo dominio de los narcos locales: Carabineros no entra ahí, es la frase reiterada; ni por tierra ni por mar se puede acceder a ciertos puertos, ya que el sindicato al mando establece su propia frontera para proteger la huelga; durante largos meses, campus universitarios completos han sido tomados, sin que los rectores pidan el desalojo, los profesores puedan ocupar sus oficinas, el 99% de los alumnos logre asistir a clases.
En escala menor -pero el fenómeno es el mismo-, grandes y céntricas avenidas son cerradas para que pasen miles de manifestantes; parques completos son copados por adolescentes de exuberante actividad nocturna; calles o caminos son cortados para reclamar por olores o basuras; playas supuestamente privadas resultan inaccesibles para otros usuarios; extensas vías de circulación son entregadas los fines de semana a ciclistas, corredores, patinadores y skaters : muchos de ellos, en otro momento, seguramente son entusiastas manifestantes a favor o en contra de situaciones similares; casas sin habitantes pasan a las manos de okupas que se resisten a toda acción reivindicatoria o policial.
Por cierto, ninguno de los anteriores es tema del Ministerio de Relaciones Exteriores, al que habitualmente asociamos con los problemas de soberanía. Todos son prioritariamente asuntos de Interior, aunque en muchas de aquellas situaciones ciertamente hay influencia o presencia de extranjeros.
Va a ser esta una de las tareas más arduas para el joven ministro Peñailillo: asegurarles a los chilenos que pueden vivir en un país soberano, en que el Estado controla el cien por ciento del territorio, corrigiendo así los desaciertos de la actual administración.
Para eso, por una parte, hará falta clarificar bien la participación de elementos foráneos y, por otra, hacer declaración explícita a favor de la soberanía y del Estado de Derecho.
Bajo escrutinio público estará.
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