Columnistas
Sábado 15 de febrero de 2014
De colipatos y coliguachos
"No sé si los coliguachos corresponden a los tábanos, pero a veces pienso que una cosa son los tábanos, moscardones negros que existen y me consta, y los coliguachos en cambio son seres abstractos, fantásticos y francamente literarios..."
Crecí escuchando historias de colipatos y coliguachos.
Algunas pocas de mariposones, variante escasa y rebuscada, que en cierta forma equivalía al manierismo, corriente artística brevísima.
Crecí, entonces, entre el Renacimiento y el Barroco: entre cuentos de colipatos y de coliguachos.
Nunca he visto un colipato en mi vida e incluso dudo de su existencia. Lo más cerca han sido las mariposas colipato de Costa Rica, llegué a ellas porque lo leí en alguna enciclopedia, pero no conozco sus costumbres ni vuelo ni colores.
Acudí a los libros y en el Bestiario del Reyno de Chile (1972) de Lukas, encontré el dibujo de un colipato, una suerte de gallo típico que gusta de andar en grupo y no vuela, aunque está catalogado de "antigallo".
Gordito, color mezclilla y cresta roja, pero nunca vi nada parecido ni en el campo ni en la ciudad. No sé si los coliguachos corresponden a los tábanos, pero a veces pienso que una cosa son los tábanos, moscardones negros que existen y me consta, y los coliguachos en cambio son seres abstractos, fantásticos y francamente literarios.
Y de una literatura oral que se extinguió, como las viejas historias de los colipatos.
La verdad es que no retengo ninguno de esos cuentos, porque parece que no eran realmente buenos; más bien eran muchos. Y se contaban a cada rato y no había quién no lo hiciera y se hacía gracia y mofa con esos relatos.
Apenas me acuerdo.
Vislumbro datos, señas, imágenes y figuras raras. Nada coherente y con significado.
Alguna visión y canción: el Infinito y que se quede el cielo sin estrellas.
Y cuestiones adjetivas: como un coliguacho perdido o un colipato a la vela o un coliguacho se ríe en las filas y a un colipato se le sueltan las trenzas.
Variantes tan específicas como inexistentes, porque si ya lo general era difícil de encontrar y detectar, lo particular es imposible.
Figuras quiméricas del relato oral.
En el terreno de las ideas y principios, recuerdo con nitidez una afirmación, apenas una: no existía arrepentimiento entre colipatos y coliguachos, porque estaban felices con su condición.
Y algo del carácter de esas especies maravillosas, como que su tendencia natural era la alegría y despreocupación, porque iban por la vida entre brincos, música y optimismo.
Un amigo, con más gracia y memoria que la mía, recuerda esos chistes y me los cuenta en privado y sin testigos, con cautela y precaución.
Las nuevas generaciones, educadas con otros mitos y leyendas, no aceptan ni toleran cuentos calificados de primitivos.
Los intelectuales los repudian por discriminadores, abusivos, hirientes y salvajes.
Nadie quiere saber de su existencia y querrían borrarlos de la faz de Chile.
Nuestra idea, la de mi amigo y mía, es arriesgada y revolucionaria: escribirlos y conservarlos en un texto prohibido, para que queden en el papel y la memoria.
Y alguna vez, a lo mejor, son rescatados como patrimonio del pasado. Y a lo mejor se reeditan, como los de Pedro Urdemales o los del perro Cuatro Remos *.
Algunas pocas de mariposones, variante escasa y rebuscada, que en cierta forma equivalía al manierismo, corriente artística brevísima.
Crecí, entonces, entre el Renacimiento y el Barroco: entre cuentos de colipatos y de coliguachos.
Nunca he visto un colipato en mi vida e incluso dudo de su existencia. Lo más cerca han sido las mariposas colipato de Costa Rica, llegué a ellas porque lo leí en alguna enciclopedia, pero no conozco sus costumbres ni vuelo ni colores.
Acudí a los libros y en el Bestiario del Reyno de Chile (1972) de Lukas, encontré el dibujo de un colipato, una suerte de gallo típico que gusta de andar en grupo y no vuela, aunque está catalogado de "antigallo".
Gordito, color mezclilla y cresta roja, pero nunca vi nada parecido ni en el campo ni en la ciudad. No sé si los coliguachos corresponden a los tábanos, pero a veces pienso que una cosa son los tábanos, moscardones negros que existen y me consta, y los coliguachos en cambio son seres abstractos, fantásticos y francamente literarios.
Y de una literatura oral que se extinguió, como las viejas historias de los colipatos.
La verdad es que no retengo ninguno de esos cuentos, porque parece que no eran realmente buenos; más bien eran muchos. Y se contaban a cada rato y no había quién no lo hiciera y se hacía gracia y mofa con esos relatos.
Apenas me acuerdo.
Vislumbro datos, señas, imágenes y figuras raras. Nada coherente y con significado.
Alguna visión y canción: el Infinito y que se quede el cielo sin estrellas.
Y cuestiones adjetivas: como un coliguacho perdido o un colipato a la vela o un coliguacho se ríe en las filas y a un colipato se le sueltan las trenzas.
Variantes tan específicas como inexistentes, porque si ya lo general era difícil de encontrar y detectar, lo particular es imposible.
Figuras quiméricas del relato oral.
En el terreno de las ideas y principios, recuerdo con nitidez una afirmación, apenas una: no existía arrepentimiento entre colipatos y coliguachos, porque estaban felices con su condición.
Y algo del carácter de esas especies maravillosas, como que su tendencia natural era la alegría y despreocupación, porque iban por la vida entre brincos, música y optimismo.
Un amigo, con más gracia y memoria que la mía, recuerda esos chistes y me los cuenta en privado y sin testigos, con cautela y precaución.
Las nuevas generaciones, educadas con otros mitos y leyendas, no aceptan ni toleran cuentos calificados de primitivos.
Los intelectuales los repudian por discriminadores, abusivos, hirientes y salvajes.
Nadie quiere saber de su existencia y querrían borrarlos de la faz de Chile.
Nuestra idea, la de mi amigo y mía, es arriesgada y revolucionaria: escribirlos y conservarlos en un texto prohibido, para que queden en el papel y la memoria.
Y alguna vez, a lo mejor, son rescatados como patrimonio del pasado. Y a lo mejor se reeditan, como los de Pedro Urdemales o los del perro Cuatro Remos *.
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