El escritor mexicano habla de su más reciente volumen de cuentos, El Apocalipsis (todo incluido), y de su ensayo La pasión y la condena , publicado en Chile por Editorial de la Universidad de Valparaíso.
por Pedro Pablo Guerrero
Diario El Mercurio, Revista de Libros
Domingo 1˚ de marzo de 2015
El título del cuento y, por extensión, del libro más reciente de Juan Villoro (1956) surge de lo que él llama una "picardía mexicana". En Chichén Itzá hay un sitio llamado Tortuguero donde los arqueólogos descubrieron un friso que informaba de un ciclo astronómico que terminaría el 21 de diciembre de 2012. Excelentes astrónomos, los mayas pronosticaron una alineación de planetas que solo ocurre cada 26 mil años.
"Era una estupenda oportunidad de estimular la truculencia", dice el narrador de "El Apocalipsis (todo incluido)".
En efecto, Villoro estaba haciendo unos reportajes en Yucatán para una serie de televisión y lo sorprendió que la mayoría de los hoteles tuviera sus reservaciones agotadas para lo que los profetas New Age habían bautizado como el "Apocalipsis maya". "Cientos de personas querían estar en la primera fila del fin del mundo. Pero iban con repelente de mosquitos y un silbato, que es algo muy importante cuando llega el fin del mundo: alguien tiene que soplar el último silbato", ironiza.
Los hoteleros y las agencias turísticas no fueron los únicos que se beneficiaron del morbo. También los guías arqueológicos. En el cuento, uno de ellos viaja a España a dar una conferencia sobre el tema. En principio escéptico, termina abrazando las teorías catastrofistas para complacer a su audiencia. "Conoce a una chica como tantas que existen en Barcelona hoy en día: joven, guapa, con dos maestrías, habla tres idiomas y no tiene trabajo ni ningún futuro posible", dice Villoro.
Naturalmente la perspectiva de irse a México a ver el fin del mundo con su nuevo amante la maravilla.
"Desde mi última novela, Arrecife , me interesaba reflexionar sobre por qué a la especie humana le fascina tanto la posibilidad del acabamiento, del peligro y la destrucción. Muchos turistas europeos y norteamericanos vienen a México buscando una sacudida, algo adicional que les permita sentir que pusieron su vida en peligro y se salvaron de milagro. Esta adrenalina hace que México sea para mucha gente un deporte extremo", dice Villoro.
-"El mundo no se acabó, se volvió más raro", dice en el cuento.
-Efectivamente, pues todos los días se acaba un poco el mundo, ¿no? Pasa lo mismo que sucede con nuestras vidas. Lo único que sabemos es que estamos un poquito más cerca de un final que ignoramos. Y tanto nuestras vidas como el mundo muchas veces no terminan de golpe, pero sí se enrarecen. Todos los apocalipsis son mentirosos.
Padres separatistas
La presencia de la península de Yucatán en la obra del autor mexicano es de larga data. Ya en 1989 publicó el libro de crónicas de viaje Palmeras de la brisa de rápida . "Mi madre es de allá. He estado muy cerca de esa cultura, tanto en la búsqueda de los antecedentes mayas como del Yucatán contemporáneo", dice. "Yucatán y Barcelona son zonas de atracción muy importantes por mis orígenes. Mi padre era de Barcelona. Son dos regiones separatistas. Yucatán trató de independizarse de México muchas veces, y nosotros en burla le decimos la hermana república de Yucatán, porque es la región del país más diferenciada. Y de los catalanes sabemos que siempre han tenido una pulsión independentista. No es raro que mis padres viniendo de lugares separatistas se hayan separado muy pronto, cuando yo tenía 9 años", recuerda.
El 5 de marzo se cumplirá un año desde la muerte de su padre, Luis Villoro, destacado filósofo y profesor de la UNAM. El Colegio de México, al cual pertenecía, organizó una serie de homenajes en los que participará su hijo escritor, admitido en la institución días antes de que su padre falleciera. "Mi incorporación fue el último acto al que asistió", recuerda. Cuando era niño le desconcertaba su oficio. "Él me decía: 'Soy filósofo'. Al preguntarle qué era eso me respondía: 'Yo busco el sentido de la vida'. Entonces cuando mis compañeros en el colegio me preguntaban a qué se dedicaba mi padre yo les contestaba que buscaba el sentido de la vida, con lo cual todos pensaban que era un vagabundo que se pasaba en las cantinas bebiendo tequila y oyendo mariachis. Costaba trabajo pensar que eso era una profesión. Mis compañeros tenían padres con oficios tangibles: eran pilotos de aviación, vendedores de alfombras, comerciantes, cosas por el estilo. Me costó entender a qué se dedicaba mi padre porque la filosofía es una forma de la abstracción, pero una vez que empecé a leer y a relacionarme con la cultura en general pude sostener un diálogo con él sumamente rico. Fue una persona muy íntegra, un ejemplo moral y alguien volcado hacia los temas sociales. Fundó partidos políticos de izquierda, apoyó muchas causas, la mayoría de ellas perdidas, y terminó sus días muy cerca del movimiento zapatista".
Las relaciones padre-hijo están en el centro de un relato de El Apocalipsis (todo incluido) : "El día en que fui normal". En él, Villoro emplea por primera vez la voz de una mujer en primera persona. La historia surgió de algo que le pasó con su hija. "Me pregunté cómo podría verme en el futuro. Entonces concebí el cuento de una mujer ya madura que recuerda un momento especial de su infancia en compañía de su padre. Es una historia de fantasmas y al mismo tiempo una historia realista".
-En ese cuento el padre protesta contra la inseguridad de las calles de Ciudad de México.
-Es una experiencia que hemos tenido en los últimos años en México. Mi hija ha conocido el Distrito Federal básicamente a través de los traslados en coche. Es muy peligroso que los niños jueguen solos en la calle. Esto contrasta con mi infancia, cuando me pasaba casi el día entero en la calle y mis padres no tenían la menor idea de dónde estaba. Esto hoy sería escalofriante. Por supuesto que mi hija recorre unas cuantas calles hacia su escuela o hacia un Starbucks que le gusta, pero eso es todo. En una ocasión yo caminé con ella, nos metimos por unas calles y me dijo: "Papá, este es un pueblo secreto". En efecto, entramos en un barrio de casas bajas, antiguas y era como un pueblito encerrado en la ciudad. Esa situación me hizo pensar que para los niños de hoy la ciudad que se camina es fantasmal porque no se relacionan con ella.
-Tanto en ese relato como en " Forward >> Kioto" está presente Japón. ¿Sus visitas a ese país calaron hondo en usted?
-He estado muy poco. Solo dos viajes, pero han sido reveladores. Yo no iba con una predisposición al cambio total y sin embargo fue una experiencia deslumbrante. Sin compararme con él, te puedo contar que en una ocasión conocí a Kenzaburo Oé y me dijo que siendo un joven escritor estuvo dos años en México porque sintió una afinidad muy especial con este país desde que leyó en Japón los cuentos de Juan Rulfo. Vino, aprendió español y quedó deslumbrado con un país absolutamente diferente al suyo. Bueno, Japón ha sido para mí una revelación muy grande. Me encantaría vivir ahí, pasar más tiempo, pero no he podido hacerlo, y esto se lo he transmitido a mi hija, que tiene 15 años, y los dos pensamos ir algún día juntos.
-En su reciente ensayo "La pasión y la condena" habla del viaje imaginario "en torno a una mesa de trabajo" que practica el escritor, a la manera de Xavier de Maistre. Pero también se refiere al viaje real. ¿Usted, que ha practicado los dos, cuál considera más importante para su obra?
-Los dos son necesarios, complementarios y muchas veces paralelos, porque en ocasiones estás viajando por un país y mentalmente estás recordando otro. Kafka decía que le gustaría ser un chino que regresa a casa. Eso solo tiene sentido si no eres chino y vives en Praga. De lo que hablaba es de esa sensación extraña de ser alguien que estando en un paraje muy lejano de pronto siente que ahí tiene un hogar. Muchas veces vivimos esa contradicción. A mí me sucede con enorme frecuencia que cuando viajo sueño claramente con México. Es como si mi inconsciente no fuera de exportación y en la noche estoy mentalmente en mi país.
Por qué leer autores de segunda fila
-¿Qué opina del uso de mexicanismos en la narrativa? Comparado con otros escritores, da la impresión de que usted los esquiva.
-El verdadero trabajo literario no tiene que ver con calcar lo coloquial, con reflejar al modo de un espejo lo que la gente ya dice en la calle, que por lo general es intrascendente, porque si no lo fuera todos los diálogos casuales serían literatura. Lo más sorprendente es reinventar posibilidades espontáneas de lenguaje. Esto por supuesto es una contradicción, porque trabajar con el lenguaje es siempre un artificio. Pero uno de los milagros de la escritura es que ese artificio puede sonar natural. Me parece mucho más interesante encontrar un nuevo coloquialismo. Es lo que vemos en las grandes películas de gánsters o cowboys , en donde no hablan propiamente como lo haría un gánster o un cowboy , y por eso son tan interesantes. En México nadie ha escrito mejor sobre el campo que Juan Rulfo y la gran paradoja de sus diálogos es que nunca un campesino real ha hablado como un personaje de Rulfo, pero tampoco un campesino ha sonado jamás tan real como un personaje suyo.
-Aconseja leer escritores de segunda fila. ¿Cuáles le han servido?
-Muchísimos, pero no quisiera decir los nombres, porque todo escritor se siente de primera fila. Te dan su libro y tú sabes que no está muy bien hecho, pero justamente por eso te sugiere ideas que en ocasiones la obra perfecta, acabada, no te otorga. Es tan imponente leer un texto de Borges, que dices: "aquí no le puedo agregar ni una coma". En cambio autores de la zona policiaca, como Patricia Highsmith, Eric Ambler o el propio Henning Mankell, tienen tramas interesantes con posibilidades que ellos no explotan del todo. Ahí encuentras una cantera para historias propias.
-¿Ha sentido el miedo de dejar de escribir?
-Sí, es un fantasma de todo escritor, hasta de los más prolíficos. En mi novela El testigo el protagonista asistió en su juventud a talleres de cuento y una vez escribió uno que le encantó a todos. Pero ese autor de un cuento único, muy bueno, se queda sin gasolina y no puede escribir un segundo relato, lo cual es muy inquietante, porque una cosa es no tener talento y reconocerlo y otra más rara es haberlo tenido por una sola ocasión.
-El crítico literario Christopher Domínguez dijo que con "El testigo" usted volvió a intentar la gran novela mexicana, como lo hicieron Carlos Fuentes, Fernando del Paso y Juan García Ponce.
-Es un juicio que me halaga y que desde luego no tuve presente en el momento de la escritura porque yo no sabía qué tipo de novela estaba haciendo ni qué tan larga iba a ser. Simplemente quería escribir una historia que se me fue alargando, como suele ocurrir, y donde fueron entrando otros temas. Me tardo mucho en escribir novelas. Hay seis o siete años entre una y otra. Yo veía El testigo como una novela grandota, pero de manera generosa Christopher la vio como una novela total.
-¿Va a intentar de nuevo algo parecido?
-No creo. Soy como esos futbolistas que ya si corren muy rápido luego necesitan un taxi para volver a la media cancha. Lo veo en términos de desgaste personal... pero nunca se sabe. Estoy ahora metido en otra novela que tiene tres historias básicas y en mi mente ocupa unas 250 páginas. Hoy. Pero a lo mejor en cuatro años se convierte en una novela más larga que El testigo . No lo sé. En principio lo dudo, sobre todo por la fatiga. Es como los viejos barcos balleneros que zarpaban y se iban seis años a cazar. Es una expedición demasiado larga escribir una novela de ese tipo.
"El verdadero trabajo literario no tiene que ver con calcar lo coloquial, con reflejar al modo de un espejo lo que la gente ya dice en la calle, que por lo general es intrascendente".
Estrenará en Chile obra de teatro sobre dos astrónomos
La relación de Juan Villoro con el teatro es poco conocida en nuestro país, pero ha escrito tres piezas dramáticas, todas puestas en escena. En su cuento "La jaula del mundo", de El Apocalipsis (todo incluido) , demuestra un acabado conocimiento de ese ambiente y lo relaciona con la política. "Hay una teatralidad en la vida y la sociedad mexicanas, que fue un virreinato durante mucho tiempo y que psicológicamente no ha dejado de serlo. Es una sociedad muy cortesana, que depende mucho de las apariencias, de las palabras adecuadas que se le digan a cualquier persona según su jerarquía", afirma.
Por invitación de Chantal Signorio, el autor escribió una obra de teatro que originalmente iba a estrenarse en el Festival Puerto de Ideas de Antofagasta 2015, pero Villoro pidió un año más para revisarla. Es un diálogo entre los astrónomos del siglo XVI Johannes Kepler y Tycho Brahe, quienes tuvieron grandes discusiones.
"Gracias a esa polémica, resolvieron la forma en que los planetas circulan en el universo. La teoría elíptica se desarrolló mediante la matemática de Kepler y las observaciones de Brahe. Uno tenía la observación fáctica y el otro, la teoría. Solo entre los dos se podía hacer eso, lo cual naturalmente los llevó a una competencia y a una enemistad, pero también a una amistad. La obra trata de esa tensión. Hay una subtrama acerca de esa zona mucho más misteriosa del universo que no son las estrellas, sino lo que pasa entre las personas. El misterio cósmico de la vida íntima", adelanta Juan Villoro.
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