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Anécdotas contadas por Willy Arthur Aránguiz‏

[Extractado del libro De Memoria
de Germán Becker
Editorial Andújar, Santiago, 2001]


Domingo Durán estaba una vez
con un grupo de trabajadores
arreglando una alambrada.
De pronto se sintió el motor
de una nave aérea.

Uno de ellos gritó:
«¡Mire patrón la helicóptera!».

Domingo: «No hombre, helicóptero».
Trabajador: «Ave María la vista suya».

....

Me contaba el guatón De Ramón,
huaso, arquitecto, poeta y músico,
que en su Santa Cruz natal, en Colchagua,
había un juez entrado en años,
de una simpática pachorra.

Llegó a ejercer a ese lugar,
una chiquilla recién titulada de abogado.

El lunes, a primera hora,
fue a saludar al magistrado.
La puerta del tribunal estaba abierta.

Desde allí saludó:
«Buenos días su señoría»
a lo que el juez contestó:
«Mandandirum dirum da».

...

Del arzobispo de Santiago
monseñor Crescente Errázuriz
se cuentan muchas historias.

Este piadoso y erudito historiador,
era de firme carácter y ágil imaginación.

Un sector político, 
con prejuicios religiosos
le tenía una gran antipatía.

Un día monseñor Errázuriz
entraba -de sotana- al Club de la Unión
a dar una conferencia,
cuando en la puerta se cruza
con alguien que salía.

Este individuo
que venía con sus tragos,
lanzó una exclamación
con el propósito de ofender
al prelado: «Me cargan las polleras»,
a lo que don Crescente, 
sin inmutarse le contestó: «¡Maricón!».

Willy Arthur tenía una infinidad de anécdotas
y chascarros que le ocurrían con frecuencia
y que deleitaban a sus contertulios,
así como historias ocurridas a otros
como la que viene a continuación:

El marido mandó a lavar el auto,
ella se cambió para ir de compras.

Él le dijo a su mujer
que se quedaría en el departamento
para arreglar un desperfecto
que había con el lavaplatos.

Al hombre le gustaba maestrear.
Con una vieja camisa escosesa
y sus ya raídos jeans,
se metió debajo del artefacto,
mientras la señora salía
tirándole un beso a la pasada.

Después de media hora
de intentar infructuosamente
arreglar el problema,
utilizando la llave inglesa,
la francesa y demás herramientas,
no hubo caso y no pudo aflojar una tuerca.

Aburrido, fue al teléfono
y le pidió al conserje
que por favor le enviara
un gásfiter para solucionar el cuento.

Llegó el maestro, al cual le explicó
el problema y se fue a dar una ducha.

Entre tanto el maestro procedió
con sus también raídos jeans
a corregir la dificultad,
sumergiéndose bajo el lavaplatos
con diversas herramientas
que traía consigo incluyendo
una estopa y un soplete.

En eso estaba, en cuatro patas laborando,
y mientras hacía ingentes esfuerzos
por aflojar la pieza atascada,
afanado como estaba, la parte
trasera del pantalón comenzó
poco a poco a bajar develando
con cada movimiento, una
mayor proporción de su anatomía humana.

Por lo demás este especie de strip-tease
involuntario, es sumamente habitual
en este tipo de labores.

Cuando ya la ranura dorsal,
se asomaba plenamente
se sintió abrir la puerta
y entró la señora del dueño de casa
cargada de paquetes.

Cuando entró en la cocina
dejó las bolsas sobre una mesa
y, cariñosa, introdujo su mano
entre el jean y el cuerpo del
que creía su marido, diciendo:
¿De quién es este potito?

Dicen que el maestro paralogizado
entró en algo parecido a un coma
por varios días.  Fue atendido por Fonasa.

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