Las bondades del año
Entre los libros que durante el año fueron reseñados en esta columna hubo algunos que, como siempre cabe esperar, resultaron ser absolutamente prescindibles. Pero a la vez hay otros que por mucho tiempo que transcurra, siempre se volverán a leer con placer y provecho. El quinto volumen de las Crónicas reunidas de Joaquín Edwards Bello es uno de ellos; la novela Tierra amarilla, de Germán Marín, es otro ejemplo. Lo mismo con la magnífica biografía de Juan Carlos Onetti escrita por Carlos María Domínguez: Construcción de la noche. La reedición de un clásico del género hampón, El río, novela de Alfredo Gómez Morel, también cabe en este grupo.
Entre los volúmenes de cuentos, cabe destacar las narraciones de terror de la argentina Mariana Enriquez (Cuando hablábamos con los muertos). También tenemos Los muertos, de Alvaro Bisama y, ahora en registro erótico, las historias de una joven debutante, Romina Reyes (Reinos)”.
En el flanco de la poesía, el hecho más importante del año fue la publicación de Temporal, los poemas inéditos de Nicanor Parra milagrosamente rescatados desde una grabación. Vida pasión y muerte de Violeta Parra, el fenomenal homenaje en décimas que a la cantautora le dedicó su hermano Roberto, es una lectura asombrosa y conmovedora. Finalmente, un gran libro de un poeta más bien secreto: El codo del dibujante, de Cristián Leontic. Ahora, en cuanto a traducciones poéticas, destacaron el Hamlet de Raúl Zurita y la selección de poemas de Philip Larkin que tradujeron Bruno Cuneo, Cristóbal Joannon y Enrique Winter (Decepciones).
Las novelas chilenas que más sorprendieron a este reseñador fueron El tarambana, de Yosa Vidal; Autoayuda, de Matías Correa y Racimo, de Diego Zúñiga. La primera plantea un giro muy bien logrado hacia la picaresca clásica; la segunda le entrega profundidad a un ambiente que, por lo general, se aborda en sólo dos dimensiones: la clase alta chilena. Y la tercera rescata para la literatura los terribles crímenes del psicópata de Alto Hospicio. Puesto a elegir una novela internacional, mi voto indudablemente va para Lionel Asbo, la descarnada sátira con que Martin Amis se burla de la Inglaterra contemporánea.
Dentro del género más íntimo, aquel en donde el ensayo se mezcla con las vivencias, hay que destacar la biografía del escritor colombiano Andrés Caicedo que compuso Alberto Fuguet (Mi cuerpo es una celda). Los diarios de Mario Levrero, el insoslayable autor uruguayo, son una joya (Diario de un canalla / Burdeos, 1972). Aun así, nada supera, en cuanto a humanidad, humor y profundidad, la inestimable selección de columnas de Roberto Merino titulada Pista resbaladiza.
Llamativo y corajudo es el testimonio de Lina Meruane acerca de su palestinidad (Volverse palestina). Y muy enjundiosa es la Enciclopedia del amor en los tiempos del porno que escribieron Josefa Ruiz-Tagle y Lucía Egaña Rojas. Tampoco ha de quedar fuera la genial introducción a la personalidad y obra de un grandísimo escritor: El Cristo de la rue Jacob y otros textos, de Severo Sarduy.
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