Habría que mirar las fotos que componenMujeres/1992, la muestra que Paz Errázuriz está exhibiendo en la Galería AFA, como un conmovedor retrato de época. Todas las imágenes fueron tomadas en 1992 y, ordenadas en la secuencia que están, tejen una suerte de relato insoslayable, tan duro como acogedor, tan cercano como doloroso. Aquello quizás es una de las cosas que hacen que Errázuriz sea, ahora mismo, la fotógrafa más importante del país, pues ya sea en La manzana de Adán o en El infarto del alma, en sus boxeadores o bailarines de tango, en los artistas circenses o los habitantes de Paredones (el pueblo donde algunos de sus habitantes ven sólo en blanco y negro); en todas esas imágenes descansa la posibilidad de que sean leídas como historias, como la narrativa de un país desolador y a veces iluminado, acaso demasiado parecido a éste.
Mujeres/1992 no es la excepción. En la sala, los retratos de María Cánepa, Carmen Frei, Adriana Valdés, Nelly Richard, Sonia Montecino y Diamela Eltit se intercalan con las fotografías de otras mujeres captadas en la calle, en pueblos, en psiquiátricos y hospicios, en los living de casas que ya no existen. En ellas, nos importa la gramática de los rostros pero también el modo en que el maquillaje, la ropa o el fondo se convierten en continuaciones de la piel, en prótesis que ayudan a sostener la mirada. En ese contexto, no deja de ser perturbador que todas las imágenes correspondan a un mismo año. La suma de todas ellas las convierte en un relato colectivo donde sostienen la historia del país, presentándose como los bordes filosos del sueño del retorno a ese tiempo que ya pasó.
Pero no hay nostalgia alguna. La belleza de las fotos de Errázuriz es la de una desnudez existencial y muchas veces deviene en su opuesto, en el gesto valiente de exhibir la pobreza y la soledad expuestas sin ambigüedades escenificadas, como un estado del alma. Errázuriz es la viajera insobornable que atraviesa un país que no queremos ver. Ella es la que se interna en el horror o la locura o el amor o la fiesta y vuelve de ahí con imágenes que nos obligan a aprender a mirar todo eso de nuevo. La estética es una forma de ética, una manera de relacionarse con una nación, de dialogar con ella, de abrazar a sus ciudadanos. Porque las caras son el país, el paisaje. Los rostros son el mundo. Las mujeres son el tiempo.
Mujeres/1992 no es la excepción. En la sala, los retratos de María Cánepa, Carmen Frei, Adriana Valdés, Nelly Richard, Sonia Montecino y Diamela Eltit se intercalan con las fotografías de otras mujeres captadas en la calle, en pueblos, en psiquiátricos y hospicios, en los living de casas que ya no existen. En ellas, nos importa la gramática de los rostros pero también el modo en que el maquillaje, la ropa o el fondo se convierten en continuaciones de la piel, en prótesis que ayudan a sostener la mirada. En ese contexto, no deja de ser perturbador que todas las imágenes correspondan a un mismo año. La suma de todas ellas las convierte en un relato colectivo donde sostienen la historia del país, presentándose como los bordes filosos del sueño del retorno a ese tiempo que ya pasó.
Pero no hay nostalgia alguna. La belleza de las fotos de Errázuriz es la de una desnudez existencial y muchas veces deviene en su opuesto, en el gesto valiente de exhibir la pobreza y la soledad expuestas sin ambigüedades escenificadas, como un estado del alma. Errázuriz es la viajera insobornable que atraviesa un país que no queremos ver. Ella es la que se interna en el horror o la locura o el amor o la fiesta y vuelve de ahí con imágenes que nos obligan a aprender a mirar todo eso de nuevo. La estética es una forma de ética, una manera de relacionarse con una nación, de dialogar con ella, de abrazar a sus ciudadanos. Porque las caras son el país, el paisaje. Los rostros son el mundo. Las mujeres son el tiempo.
“Mujeres/1992”, de Paz Errázuriz. En Galería AFA hasta el 31 de enero.
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