por Roberto Merino
Diario Las Últimas Noticias
Lunes 1 de Octubre de 2012
A veces creo que
en la esfera del entendimiento
estoy mucho más cerca
de los niños que de los jóvenes.
Es posible que tantos años
escuchando hablar de los jóvenes
en términos reivindicativos
me haya producido un bloqueo
en relación con a cómo piensan
o a lo que sienten, el caso es
que muchas veces me resultan
incomprensibles sus motivos
y poco claro sus propósitos.
Sin duda la juventud constituye
un trance largo de la existencia
que para la publicidad y el lugar común
presenta una cara humorística,
afirmativa, energética,
pero en la vida real o íntima
trasunta incomodidad existencial,
dolores sordos, seriedad
y adscripciones vanas.
Trato de recordar bien el joven
que fui y el que me empeñé
en ser y sólo vislumbro
una cadena de equivocaciones.
Durante esos perdidos años
un adulto era para mí un censor,
un rectificador, un juez,
y la chaqueta y la corbata
eran parte del uniforme
de su irrebatible posición.
Veía gestos de burla hacia aquellas cosas
que me eran más preciadas: los ideales.
No sabía bien qué eran los ideales,
pero experimentaba una tremenda
necesidad de adquirir unos cuantos.
Admiraba a los hombres que
se habían inmolado por alguna causa
y despreciaba a aquellos
que no tenían otro horizonte
en la vida que su jubilación.
Ahora sospecho que cuando
un joven me saluda
está escaneándome la ropa,
los anteojos, los tics,
las opiniones políticas
y las palabras pasadas de moda
con la acuciosidad de un fiscal.
Me quedé viendo hace poco
un documental de Charles Manson
donde se afirmaba que el juicio
por el asesinato de Sharon Tate,
estando Manson en la cárcel,
sus seguidores se multiplicaron.
El horror del crimen actuó
no como barrera sino al revés,
como un llamado siniestro.
El fundamentalismo psicopático
de Manson entregaba algo
a miles de jóvenes que buscaban
la línea recta y odiaban
la frivolidad y el materialismo.
A cada cual lo suyo.
Al parecer la vida nunca
termina de ser un ensayo general.
Uno nunca es otra cosa
que un prospecto
de ese ser humano íntegro
que pregonan los psicólogos.
Al madurar, uno sigue tropezando
con las piedras que entran
en el campo del punto ciego del ojo
y lo que más se le acrecienta en el alma
son las incertidumbres.
Ezra Pound dijo poco antes de morir:
«Yo me equivoco siempre».
Hay algo de lo cual
los jóvenes nunca se dan cuenta:
que tienen el aura, esa cuestión
entre angelical y adánica,
esa belleza sin erosiones aparentes.
Se ven bien puestos en cualquier paisaje,
como si fueran hijos directos de la naturaleza.
No pretendo al decir esto promover
ninguna clase de rousseaunismo.
Hablo simplemente de algo que se constata
al revisar viejos álbumes de fotos,
esos ojos despejados, ese brillo indefinible
de las miradas que captó la cámara
en una fiesta o en un muelle o en lo que
parece ser un cerro de las cercanías de Santiago.
Es precisamente eso lo que el tiempo
se encarga después de borrarnos a escobazos.
___________
Comment:
Comment:
Ese brillo lo tienen más los niños,
los párvulos a los que le brillan los ojos,
y que parecieran tragarse el mundo
con su mirada. Todo lo quieren tocar,
probar y todo les resulta novedoso
un descubrimiento continuo...
No hay comentarios:
Publicar un comentario
COMENTE SIN RESTRICCIONES PERO ATÉNGASE A SUS CONSECUENCIAS