Santiago Recobrado
por Diego Zúñiga
Revista Qué Pasa, Cultura, jueves 25 de octubre de 2012
Lo acaban de publicar en Argentina
y ahora está de vuelta
a las librerías chilenas
con Todo Santiago,
una recopilación de las crónicas
que Roberto Merino le ha dedicado a la capital.
Una serie de relatos que nos muestran
los cambios de una ciudad que Merino
nunca se ha cansado de recorrer y de escribir.
---
Minutos antes de que empecemos
a conversar en el Tavelli del Drugstore,
Roberto Merino (50) ha estado
escribiendo la columna que publica,
cada lunes, en Las Últimas Noticias.
Esta vez el tema que ha elegido
es esa inexplicable austeridad
por la que algunos padres optan
para la crianza de los niños.
Como toda columna de Merino
-como toda crónica escrita por él-,
los recuerdos de su propia vida
se mezclan con sus lecturas
-esta vez cita a Borges-
y así le va dando forma
a un relato escrito
con una prosa extraña, amable, única.
Lo dijo hace unos meses Alejandro Zambra
en un reportaje publicado por Revista Ñ,
dedicado a Merino y a la reedición
que se acaba de hacer en argentina de su libro.
En busca del loro atrofiado:
“Es difícil describir el estilo de Merino,
es inimitable: su sintaxis
es medio borgeana o medio inglesa,
y en sus frases suele haber un dejo coloquial,
algo muy chileno pero nada pintoresco.
Nunca aburre, y no estoy pensando
en los temas de sus crónicas,
sino en su lenguaje, en el ritmo de las frases.
Yo pienso que Merino
es el mejor escritor chileno actualmente”.
El titular del reportaje era
nada más ni menos
que “El secreto mejor guardado”.
Eso ha sido, hasta hoy, Merino:
un secreto, el autor de un estilo inimitable,
un poeta silencioso que creció escuchando
a otros poetas inmensos e inimitables,
como Enrique Lihn, Juan Luis Martínez y Rodrigo Lira.
Y también ha sido
uno de los cronistas chilenos
más obsesionados con Santiago,
con retratar la historia oculta
y personal de una ciudad
que a ratos pareciera
que nadie quiere,
pero que él ha captado
con mucha precisión
y belleza en sus crónicas,
que publicó hace años en dos libros
-Horas perdidas en las calles de Santiago
y Santiago de memoria- y que ahora
se reúnen en Todo Santiago (Hueders).
Se lanzará en la próxima
Feria Internacional del Libro de Santiago.
Y lo presentará Damián Tabarovsky,
uno de los editores y ensayistas
más respetados de Argentina.
Antes de que empecemos a conversar,
da la sensación de que estamos
llegando a ese momento
en el que un autor secreto deja de serlo,
a pesar de que a Merino
no le interesa ni lo uno ni lo otro.
***
-El primero que me pidió
que escribiera sobre Santiago
fue Andrés Braithwaite, en 1995,
cuando era editor en la revista Hoy
-cuenta Merino mientras se toma un té.
Se acuerda de esa primera crónica:
un texto sobre el barrio Lastarria,
cuando recién estaba comenzando
a ser ese lugar que conocemos ahora.
La crónica -antologada en Todo Santiago-
muestra a un Merino curioso, que se pasea
y se detiene en los nombres de las calles,
y en los transeúntes anónimos
y también en los más conocidos.
De ahí en adelante,
De ahí en adelante,
Merino no dejó
de escribir sobre la ciudad.
Lo hizo desde revista Hoy
y después en sus columnas semanales
en el diario Las Últimas Noticias (LUN).
Pero antes de empezar a escribir en Hoy,
Merino había pasado por las
redacciones de Apsi y de Don Balón,
y luego fue editor en revista Paula
y en la mítica revista Fibra.
Hoy, eso sí, está más alejado del periodismo.
Hace clases
en la Universidad Diego Portales
y en los últimos meses ha visto
cómo el interés por su trabajo
ha crecido tanto
en Chile como en Argentina,
donde la nueva edición
de En busca del loro atrofiado,
publicado por Mansalva,
lo tuvo unos días en Buenos Aires
para presentar el libro.
Y ahora está de vuelta
para presentar Todo Santiago,
libro que nació a partir
de la idea de Rafael López,
uno de los editores de Hueders,
quien habló con Andrés Braithwaite
para que estuviera a cargo de la edición.
Y listo.
Aquí está: más de 300 páginas
que funcionan como
el relato personalísimo de Merino
sobre lo que es Santiago
desde mediados de los 90 hasta la actualidad,
pero sin abandonar nunca la memoria
y el recuerdo de una ciudad que ya no existe.
No hay nostalgia en estas crónicas,
pero sí la mirada atenta de un transeúnte
que se percató, antes que muchos,
del cambio que empezaba a sufrir la ciudad.
Sobre todo en las crónicas escritas en los 90:
“Pero así son las cosas.
El empobrecimiento
y el afeamiento son cosa viva.
Donde hubo un palacete
se instaura un sitio eriazo -por años-,
con enrejado, casucha y perro guardián.
Luego brota, en el mejor de los casos,
un esperpento arquitectónico
con estucados siúticos y vidrios polarizados (…)
La lista de edificaciones meritorias
echadas abajo sin aviso ni argumento
es interminable”, escribía Merino.
-Hay tantos elementos que concluyeron
en la destrucción del Santiago antiguo
que ya parece una fatalidad.
Y el Santiago nuevo me atrae, me gusta,
pero me siento un poquito superado
-explica Merino, aunque su voz no es de lamento.
Dice, de hecho, que ya no sufre.
Por eso el tono de las crónicas
está construido con una cierta distancia
que, paradójicamente, genera cercanía.
Es la voz de un caminante escéptico, en realidad.
“Nunca nos es posible recobrar
por completo lo que hemos olvidado
-escribió Walter Benjamin-.
Y quizá que eso sea bueno.
Pues el shock sufrido al recobrarlo
sería tan destructivo que al instante
dejaríamos de comprender
nuestra fuerte nostalgia”.
Justamente, Merino está en contra
de esa fuerte nostalgia
de la que habla Benjamin.
Y eso se nota al leer Todo Santiago:
es inevitable que aparezca
en algunos momentos
-es inevitable porque Merino
trabaja codo a codo
con la memoria-, pero él desconfía.
En una de las pocas crónicas
publicadas este año
y que fue recogida en el libro,
Merino escribió sobre una foto
que circuló por internet,
donde aparecía Plaza Italia
después de un día de lluvia, en 1967.
Y anotó:
“En verdad se veía tan bonito todo,
la ciudad parecía a la medida
de la vida promedio,
sin ansiedades ni estridencias (…).
Sin embargo recuerdo haber pasado ese año
por el mismo lugar sin sentir
ninguna de estas sensaciones positivas.
Era la realidad no más:
las micros eran viejas,
les sonaban las latas,
por lo general iban atestadas
y olían pésimo;
el Mapocho estaba
más sucio entonces que hoy…”.
-Creo que la nostalgia es muy tramposa.
Está muy cerca de la capacidad de ficción,
entonces construye ficciones del pasado -dice Merino-.
Quizás por eso no le gusta,
por ejemplo, una serie como Los 80.
-O sea, me cae superbién Daniel Muñoz,
lo encuentro un gran actor,
pero la serie en general no me gusta.
Tiene una delectación nostálgica,
y la vida no era tan terriblemente triste.
Había momentos, pero había otras realidades.
***
Hay, en las páginas de Todo Santiago,
una autobiografía involuntaria.
Porque no sólo recorremos una ciudad
que se debate entre la destrucción de la memoria
y la construcción de un lugar nuevo,
sino que también asistimos a la vida de Merino,
a su cambio de casa, por ejemplo,
desde el barrio Santa Lucía hacia Providencia,
o nos quedamos detenidos en las imágenes
de un Santiago Centro que ya casi no existe,
por donde transitaba el Merino
que estudiaba en el Instituto Nacional.
-Tengo todo Santiago cifrado autobiográficamente.
Por eso mis hijos se ríen de mí,
porque por donde pasamos les digo:
“Aquí tuve una polola”.
Y ellos dicen:
“Pero tuviste pololas por todos lados.
¡Nos estás mintiendo!”.
-Me imagino que tienes muy marcada la ciudad.
-Sí, claro que sí -dice
y se queda
unos segundos en silencio.
Luego vuelve-.
Para mí esas cosas son ultrapersonales,
son parte de ese tipo de experiencias incontables.
Pero claro, para mí el barrio Santa Lucía
implica una cosa biográfica muy fuerte.
Ahí fue donde nació mi primer hijo,
entonces cuando llego siento
que estoy ingresando a algo propio
y a la vez está imantado en ciertos misterios
como un lugar que se abandonó.
Me pasan cosas raras cuando circulo por esa zona.
Hoy casi no va por esos lugares.
Hoy casi no va por esos lugares.
Desde 1992 tiene problemas renales
y eso, de una u otra forma,
le ha hecho dejar de moverse tanto.
-Es una enfermedad crónica,
pero nada, la incorporo.
He durado mucho enfermo, entonces está bien.
No le veo mucha importancia,
capaz que la tenga,
pero no le quiero dar más dramatismo -dice.
Principalmente circula por Providencia
-se le puede encontrar con mucha frecuencia
entre el Tavelli del Drugstore y el café Sebastián-
y por el barrio República, donde queda
la facultad en la que hace clases.
Hace poco, la UDP le pidió
escribir un texto sobre este barrio.
También terminó una biografía de Enrique Lihn
y está preparando un libro en el que recopilará
sus textos sobre arte, publicados en catálogos
de exposiciones de artistas como
Eugenio Dittborn, Gonzalo Díaz y Carlos Altamirano.
Así es la vida del Merino actual.
Ya no camina tanto, porque siente
que no tiene el tiempo ni la energía necesaria.
Tampoco se horroriza con el Santiago actual.
Le pregunto si ha ido al Costanera Center, y me dice que sí.
-Fui el día después
de que se había inaugurado
y era algo aplastante, mucha gente.
Pero lo encuentro entretenido.
Y sobre todo porque está en Providencia,
que es un sector donde el comercio
ha ido empobreciéndose un poco
y esto es un movimiento en contra de eso.
Para mí es útil,
hay un supermercado,
me entretiene ir,
me entretengo comprando huevadas.
Está lleno de proyectos,
pero en realidad
sólo una cosa le preocupa:
su nuevo libro.
Lo viene escribiendo hace años,
no tiene título y parece que será una novela.
Un proyecto que nació
cuando Germán Marín era editor
de Random House Mondadori.
Merino recuerda:
-Una vez Marín tuvo que ir a Argentina
a dar cuenta de lo que estaba haciendo.
Y me urgió que le dijera en qué consistía el libro.
Entonces le dije
que era sobre un japonés
que venía a Chile
y que le daba un ataque de amnesia
y que tenía que sobrevivir,
digamos sin recuerdos, sin saber castellano.
Y era un chiste. Pero él contó eso,
y de seguro que le puso más de su cosecha.
No sabe cuándo la terminará,
pero ha estado planificando todo
-cosa que nunca había hecho-
para tener el tiempo necesario
para escribir el libro.
-He estado diciendo que no a todo.
He pasado mucho tiempo
haciendo cosas que no tienen
para mí, en el fondo, mucho sentido.
El tiempo es escaso,
la energía es escasa
-dice finalmente Merino.
Alguien me cuenta,
mucho después de esta conversación,
que antes de ponerse a escribir sus columnas,
Merino cierra los ojos por unos segundos
-tal vez como un clavadista
que aún mira todo desde allá arriba-,
luego los abre y sólo entonces empieza a escribir.
Me pregunto si el secreto de la lucidez estará en cerrar los ojos.
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