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Aliento por Francisco Mouat



Diario El Mercurio, Sábado 27 de Octubre de 2012
http://blogs.elmercurio.com/revistasabado/2012/10/27/aliento.asp

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A cabo de hablar por teléfono con mi papá. Me dice que pasó buena noche -ya en casa- acompañado de mi hermano mayor y la fiel Edith. Se recupera de una seguidilla de días malos que lo tuvieron monitoreado y asistido con cuidados especiales en una clínica particular de la ciudad. Debe ser que extrañó a mi vieja, que se fue a Estados Unidos a ver a mi hermana, porque al día siguiente de su partida hubo que internarlo. Poco a poco recobra el humor habitual que lo caracteriza y una cierta dosis de bienestar, después de un par de días muy malos y otro par de días en que transmitió en onda corta y con alucinaciones. Aprovecha el contacto telefónico de esta mañana para reiterarme lo que viene señalando desde que pudo salir de la crisis: que los afectos, el cariño y el cuidado de sus cercanos lo ayudaron a levantarse y llenan de sentido el proceso de recuperación. Yo lo escucho y asiento con la cabeza y con el corazón. Me gusta la palabra aliento. "Alentar: animar, infundir esfuerzo, dar vigor".
En tiempos bravos, de dolor físico o espiritual, de desasosiego e intranquilidad, el afecto y el cariño abrazan, contienen, alientan. Le decía en un correo el otro día a mi querida doctora Valdés, en medio de las dificultades que vivía mi papá, que hay momentos en que los médicos deben ser capaces de tomar a sus pacientes con las dos manos firmes y abrazarlos. Esa es la imagen que a mi juicio expresa el compromiso de ayudar a sanar hasta donde sea posible. Mi papá es doctor, y en estos días en que nos hemos paseado por la medicina de estos tiempos, más de una vez hemos discutido. Yo, que no soy médico sino paciente, reclamo contra el sistema, no acepto lo de los cheques en garantía, me violenta la legislación que nos impide decidir por nosotros si queremos permanecer enchufados artificialmente a una máquina o vivir y morir de manera más natural; él también es crítico, reconozco en sus juicios un espíritu humanista, pero morigera sus juicios porque ha estado ahí adentro y porque tiene sesenta años de medicina en el cuerpo que por supuesto le aportan nuevos puntos de vista. Yo no concibo que una clínica parezca centro comercial. Él no le asigna mayor importancia a la forma, en la medida que la atención de salud que se dé sea de excelencia y tenga al paciente en el centro. Los dos coincidimos en que no puede ser que la salud pública esté tan descuidada y que se discrimine por dinero. Mi papá es doctor de la vieja guardia, y es capaz de reconocer cuando se ha equivocado. No se cree Dios ni mucho menos. Me cuenta cuando no acertó en un diagnóstico, cuando fue desaprensivo con una paciente que no lo encontró en el momento en que más lo necesitaba, cuando una cirugía no dio el resultado esperado y lo dejó con un sabor amargo. Hay un viejo cuento familiar de una paciente con la que se encontró bastante tiempo después de ser operada que mi viejo narra mejor que nadie y que nos saca carcajadas: no lo relataré en estas páginas para no correr el riesgo de que me quite el saludo. El otro día, en plena recuperación, me contaba de sus primeros años en el Hospital Traumatológico. Prolijo y ordenado, acostumbraba a llamar a sus pacientes para ver cómo habían evolucionado de sus operaciones o tratamientos. Aquella costumbre terminó el día en que uno de ellos le contestó: "¿Cómo querís que esté? ¡Como las huevas!".
Con mis hermanos le facilitamos la comunicación diaria con mi madre que lo acompaña desde Estados Unidos, le hacemos cariño, le preparamos el cóctel de pastillas y pensamos en su fragilidad como una señal. Él por supuesto se pone orgulloso y rápidamente quiere volver a valerse en casi todo por sí mismo. Buena cosa. A sus hijos nos tocó darle de comer en la clínica por las limitaciones que le imponían los cables a los que lo conectaron en la sala de cuidados intermedios. No he hablado con mis hermanos, pero puedo imaginar lo que nos ocurrió: que en el fondo agradecemos vivir esta experiencia de cariño y cuidado, que él probablemente experimentó con nosotros cuando éramos niños.
Viejo: esta crónica te pertenece y está hecha de aliento.

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