por Gonzalo Rojas
Diario El Mercurio, Miércoles 24 de Octubre de 2012
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http://blogs.elmercurio.com/columnasycartas/2012/10/24/no-votar-tiene-consecuencias.asp
"El que nada hace, nada teme". La frasecita tantas veces repetida nada tiene de verdadero en la vida pública.
Quienes se abstuvieron de sufragar en el plebiscito para aprobar la Constitución de 1925, a pesar de que fueron mayoría, comprobaron con el paso de los años que su actitud sólo había servido para que el texto se impusiera sin contrapesos y para que, con todas sus deficiencias, imperara durante casi cinco décadas.
Los que aprovecharon el último fin de semana en la nieve en septiembre de 1970 -obviamente eran pocos, pero su mal ejemplo incidió en muchos otros- no sólo privaron a Alessandri de su triunfo, sino que permitieron que se iniciara en Chile el más riesgoso experimento jamás intentado: un gobierno marxista, de cuyo enorme fracaso los que se omitieron aquel día ciertamente no se sienten culpables.
Y aquellos que se dieron el gustito de no votar el 5 de octubre de 1988 -porque no querían quedar marcados en ningún sentido- después han lamentado haber dilapidado su derecho electoral, al sufrir los estropicios de la Concertación.
Del pasado, al presente.
Y ese presente consiste en que millones de chilenos -¡millones!- se aprestan para quedarse en sus casas el próximo domingo. River-Boca en el Monumental parece una mejor opción que concurrir a la mesa 17 del Insuco, o a la 29 o a la 87 de los liceos designados en Antofagasta o en Concepción. Y así en todo Chile.
Los que no van a votar tienen sus razones; y las esgrimen.
Unos alegan dificultades personales. Casi siempre es cierto, pero entre cientos de miles que dicen la verdad, hay decenas de miles que mienten. Son las mismas gentes que critican a los políticos porque -afirman- son todos unos mentirosos.
Otros viven con la comodidad del borrego. Ocuparse por un par de horas durante un domingo en tan extraños menesteres les parece una absurda pérdida de tiempo. La Concertación los acostumbró a estirar la mano para pedir, y esta vez -vaya dificultad- tendrían que usarla para preferir. Simplemente no están dispuestos: es demasiado esfuerzo para sus pobres vidas.
Un tercer grupo se abstiene porque rechaza el sistema. Viva su sinceridad, porque permite conocer el peligro que asecha a la democracia, ya provenga de niñitas escolares o de portadores de bombas caseras. A ambos hay que prestarles atención en sus afanes rupturistas.
Finalmente, están los que, al escudriñar las candidaturas, a todas las encuentran insustanciales e indignas. No han reparado en que, en medio de una generalizada mediocridad, hay notables excepciones que merecen apoyo. Un rechazo indiscriminado a todos los candidatos no es más que una clara señal de flojera personal.
Y no hay más fundamentos para el abstencionismo, ya que al menos hay dos grupos que no pueden quejarse en esta elección: los que critican el binominal (no se usa) o los que se molestan por la presencia de las mismas caras (hay miles de nuevos rostros).
El próximo domingo por la noche habrá dos niveles de conclusiones en los análisis. Por una parte, las típicas sobre ganadores y perdedores, comuna a comuna, partido por partido. Por otra, el decisivo comentario sobre la viabilidad de la democracia en Chile, muy relacionado con los millones de electores versus los millones de abstencionistas.
Si los análisis se centrasen sólo en lo primero, si se llegase a ignorar la gravedad de lo segundo, pobre sería el futuro para la democracia chilena, tan despreciada por millones de ciudadanos así como por los analistas más sutiles.
Conocidas las cifras el domingo por la noche, habrá que ser muy sinceros para advertir el riesgo que se corre: una abstención masiva y creciente es el camino pavimentado para los aventureros audaces.
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