El arte de la caligrafía va calibrando la mano
para que la tipografía alcance el necesario equilibrio
que le permita expresar con gracia y elegancia
el ímpetu del pensamiento interpelado por la crítica
y refinado en el raciocinio abstracto, cotejado y meditado.
En pleno siglo XXI hay disponibles
una enorme variedad de caracteres caligráficos,
algunas de las cuales al ser utilizados
nos transportan a los tiempos de las cartas de amor
escritas en pleno período del Romanticismo
-de siglos casi completamente olvidados-
en el que la habilidad de la mano entrenada
manejaba con destreza una amplia variedad
de ligaduras con que enlazaba sus diversos caracteres
cuya exuberancia de ornamentos, detalles florales
e ideogramas, intentando explicitar sentimientos desbordantes,
ambiciones y sueños desmedidos, bordeaban en el alarde del gesto
o derechamente entraban en el ámbito de la cursilería.
En todo caso es notable cómo la tecnología digital
ha sido capaz de construir en forma automática
ligaduras y sustituciones de glifos, pareciendo reflejar
con una perfección que nunca existió en la práctica,
la naturaleza fluida y dinámica de la caligrafía manual de otrora.
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