La imaginación nos resulta inmanejable.
La audacia nos parece anárquica.
La poesía nos suena a pura fantasía.
La valentía nos resulta temeraria.
Confundimos la prudencia con la cobardía.
Queremos vivir tranquilos sin sobresaltos.
Nos escudamos en la mediocridad.
Que todo permanezca igual para peor.
No se trata de cambiar por cambiar.
Sino de saber qué conservar y qué no.
Abrir la mente para reconocer lo que
hay de diferente en los nuevos desafíos
y hasta dónde la experiencia es aplicable.
La vida es demasiado corta para hacerla pequeña,
convertida en cálculo mezquino y actitud timorata.
Es cierto que no se avanza cuando nos hemos convertido
en móviles perpetuos, trabajólicos, no pensantes.
Es verdad que no nos acercamos a plenitud alguna,
alejados del sentido, parapetados en frágiles seguridades.
Nos sobra el empeño para destruir lo valioso
y nos excedemos en el afán de construir lo espantoso.
En la sensibilidad y en el contemplar
se puede encontrar la sabiduría
que nos impulse a actuar
cuando el momento lo requiera
y que nos motive a recrearnos
con el entorno, para nutrirnos de él,
para descubrir sus relaciones simbióticas,
alimentando la capacidad de crear e inventar.
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