por Harald Beyer
Diario El Mercurio, sábado 10 de septiembre de 2011
En todos los asuntos públicos
debatidos con intensidad se entrecruzan
diversos ejes reveladores de la naturaleza humana,
pero que no siempre se expresan de modo transparente.
Por eso,
las soluciones que resultan sensatas
para resolver problemas específicos
no siempre encuentran su camino.
Sin duda, el acceso a la educación superior
ha significado una carga financiera
presente o futura elevada
para las familias de ingresos medios y bajos
o para los egresados cuyo desempeño futuro
es inferior al esperado.
También es evidente
que el sistema de educación superior
no está sometido a suficientes exigencias
y, más aun, carece de garantías
que aseguren que las ayudas estudiantiles,
como ya ha estado ocurriendo,
no se van a traducir en alzas de aranceles.
Complementariamente,
algunas instituciones
pueden tener incentivos
para incorporar estudiantes,
aunque sea por plazos breves,
a cambio de elevar sus ingresos.
Además, en un sistema
que está presionado para financiar
el acceso de nuevos estudiantes,
que provienen de hogares
cada vez de menores ingresos,
el riesgo es que se lesione
el apoyo a la investigación
en nuestras universidades más complejas.
Todos estos problemas y otros
pueden ser resueltos razonablemente bien
si hay un proceso de deliberación apropiado.
Muchos expertos han acudido
con propuestas que parecen ser
un buen punto de partida
para estos propósitos.
El Gobierno,
como un experto más,
ha ofrecido sus propias respuestas.
No se ven tan alejadas
de las que se sugieren
desde distintos sectores.
Pero sabemos, hace rato,
que la discusión
no está planteada en ese nivel.
Desde muy temprano
los actores han sostenido
el fracaso del sistema.
Claro que nunca son
muy explícitas sus causas.
La verdad es que diversos indicadores
sugieren más bien que la política
de facilitar el acceso a la educación superior
ha sido exitosa, a pesar de las dificultades observadas.
Existen por lo menos
dos aristas que afectan el debate
y que alimentan la imagen del fracaso.
Quizás la menos interesante
y que aparece con mayor grado de transparencia
busca, a través de las movilizaciones,
la refundación del sistema de educación superior
con el objetivo de propinarle, a través de esta vía,
una derrota a la sociedad capitalista.
Es una demanda que va más allá
de la discusión del modelo específico
de educación superior y que recibe
un apoyo adicional en grupos
que creen que el involucramiento
de instituciones privadas en educación
nunca será un mayor aporte
en ninguna dimensión.
Más interesante y menos transparente
es el malestar que ocasiona
un acceso más amplio a la educación superior.
La masividad les resta estatus
a grupos específicos de nuestra sociedad
que resienten esta situación.
La austeridad chilena
ha resistido esos "licenciados"
y "doctores" tan comunes en el trato
de otros países latinoamericanos,
pero igual se dejan notar de formas más sutiles.
Por eso que no es raro,
aunque siempre se podrá argumentar
que son los de mayor "conciencia crítica",
que este movimiento sea liderado
por los estudiantes de las universidades
de más larga tradición y más selectivas del país.
Si bien ahí se sigue realizando la mejor investigación,
seleccionando a los estudiantes mejor preparados
y atrayendo a los nuevos científicos,
algo del "glamour" de antaño se ha perdido.
Es una consecuencia natural
de un sistema universitario
que ofrece ahora
mayores oportunidades
a jóvenes cuyas habilidades
o trayectorias
no les permitieron acceder
a las instituciones más complejas.
El lucro es un puente entre ambos ejes
y por eso adquiere un carácter tan simbólico.
Es una demostración
de la presencia del capitalismo,
pero también es el combustible
que ha allegado las inversiones necesarias
para ampliar el acceso a la educación superior
y ha reducido el "capital simbólico"
que representa para muchos
un acceso más limitado a la educación superior.
Sin embargo, el acceso masivo
parece haber llegado para quedarse.
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