El Chile de Varas
por Marcelo Simonetti
Diario La Tercera, 25 de septiembre de 2011
http://blog.latercera.com/blog/msimonetti/entry/el_chile_de_varas
Comencé a leer a José Miguel Varas de manera tardía. Cuando me dijeron
que él iba a presentar mi primer libro, me apresuré a buscar alguna de
sus obras. Me era más familiar su voz que su pluma, de los días en que
oía el programa Escucha Chile, de radio Moscú. Me conseguí Cuentos de
ciudad y, tras leerlo, pensé que José Miguel Varas no escribía como
ningún otro escritor. Había en esos textos, y en los otros que leí
después, una naturalidad mayor, una sencillez asombrosa en la forma
narrar, una falta de pretensiones que se agradecía.
Recuerdo haber ido un par de veces a su departamento, que lo
entrevisté para una revista, y que me quedé, involuntariamente, con un
libro de Antonio di Benedetto que me prestó. Es uno de los pocos
libros que no he devuelto, junto con uno de su autoría, El seductor,
que en una de sus primeras páginas lleva una dedicatoria amorosa de
Franco para Claudia (dueña del libro). Varas también servía para
enamorar.
En El seductor, como en casi toda su obra, hay una frescura
emparentada con la ironía. A pesar de ese semblante adusto, de esa
seriedad que rezumaban sus movimientos, a Varas le gustaba reírse de
sí mismo y del mundo circundante. Es imposible leer sus cuentos sin
una sonrisa, cuando no con una carcajada asomando en mitad de la
lectura.
Pero quizá su legado mayor sea el retrato social de un Chile en vías
de extinción. Un Chile sencillo, cálido, solidario que Varas supo
recoger de su propia experiencia. Le bastaba un viaje en taxi con un
chofer que trataba de pasarle gato por liebre mientras le hablaba
largamente del Apocalipsis para hacer un cuento (El fin está cerca). O
bien, el encuentro con una antigua nana mapuche en una micro, quien
termina compadeciéndolo y le pide que la llame mientras le pasa su
tarjeta, en la que se lee su nombre, Rufina Hueiquiñir Laflén, el
símbolo de una AFP y un teléfono.
De Chéjov se dice que sus cuentos son como la vida. No pasa mucho en
ellos y, sin embargo, ahí está la existencia humana desperdigada en
unas cuantas páginas. Con Varas ocurre algo parecido. Deberíamos leer
más a Varas. Debería leerse en los colegios. Para no olvidarnos de lo
que somos o, a estas alturas, de lo que fuimos. Un pedazo de Chile se
va con él. Hay razones para llorar.
CLASE DEL 70 SGC
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Una frescura emparentada con la ironía de un Chile en vías de extinción...
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