La fiesta de la primavera
por Héctor Soto
Diario La Tercera, domingo 25 de septiembre de 2011
Puede ser un desatino recordarlo ahora, justo en este momento, pero era la Fech la entidad que organizaba todos los años en Chile las fiestas de la primavera. Los historiadores dicen que la primera convocatoria tuvo lugar en 1915 y que fue tanta la diversión y zalagarda generada por la iniciativa que la efeméride pareció quedar instalada para siempre. Qué duda cabe que eran otros tiempos.
La gente más antigua y memoriosa recuerda que todavía algo quedaba de esto en el país a comienzos de los años 50. Pero a partir de ahí el entusiasmo por las fiestas de la primavera fue decayendo. El horno nacional ya no estaba para estos bollos, no obstante que en algún momento y por algún período el gobierno militar trató de reivindicar la tradición con muchas flores artificiales, sonrisas un tanto bobas desde la Secretaría Nacional de la Juventud y carros alegóricos más bien dudosos. No hubo caso: el asunto no prendió y los nostálgicos se tuvieron que quedar con las ganas.
Estando claro en la actualidad que los estudiantes ya no están para estos alardes de alegría -porque como lo sabe cualquiera son otras las causas que los convocan-, sigue intacta la evidencia de que después de las Fiestas Patrias hemos entrado a la mejor estación del año. En Santiago, donde el calor llega un poco antes, los árboles liberan cantidades de polen que suponen horas extraordinarias para abejas y pájaros y pareciera que las mujeres hacen lo suyo empeñándose en ganarle a la naturaleza en eso de florecer. No sólo eso. En Santiago se limpia el aire y hay viento para encumbrar volantines. Los alérgicos lo pasan mal con los plátanos orientales -nada que una buena cápsula de desloratadina no pueda arreglar- y los gatos botan más pelo que nunca. Pero las noches empiezan a ser más cálidas y, aunque al 90 por ciento de los santiaguinos no le interese ni lo advierta, la ciudad se vuelve mucho más acogedora, sobre todo a la hora del atardecer.
Santiago no tiene cerezos como Washington ni tulipanes como Amsterdam. Sin embargo, en el jardín de las casas hay mucha buganvilla y flor de la pluma y en las afueras preciosos algarrobales y lirios silvestres.
No andaremos muy bien en términos de urbanidades o de confianza en las instituciones. Quizás tampoco en alegrías y consensos.
Pero no todo está perdido. La primavera ha llegado con la misma majestad de siempre.
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