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Repasando la vida y escuchando a «La Voz» y con ganas de tomarse un Martini...‏

La voz y las voces 

Quizás no estaría mal que Justin Bieber o Nick Jonas vean este nuevo documental/concierto de Alex Gibney, porque si bien ahora están en la cresta de la ola, es altamente probable que la ola se estrelle contra la arena. Justin Timberlake, en cambio, se nota que ha estudiado la carrera de Sinatra y quizás hizo un posgrado en el tema (los creadores de Mad Mentambién).

Sinatra: All or Nothing at All suma cuatro horas, en dos partes, y tiene algo de clase de historia (la historia del cantante, de los Estados Unidos, de los cambios tecnológicos, de las mutaciones de la cultura pop). A pesar que la vida de Frank Sinatra no es para nada secreta (pocas vidas, de hecho, han sido tan públicas), lo impresionante es que casi inventó la fama (fue famoso durante seis décadas y sigue siéndolo ahora como mito o  Dios). En efecto, fue una de las primeras estrellas pop, usó los medios mientras los medios intentaron usarlo a él y, más allá de su talento innegable e irrepetible, le dio otro significado a la palabra cool,  le escupió en la cara al rock y a la moda hippie, pasó de ser pro Kennedy a líder de las causas republicanas y, de paso, fundó las parejas-célebres-malditas (sus matrimonios con Ava Gardner y Mia Farrow) a las que nos acosan. Como si eso no bastara, se convirtió en un actor de cine serio (y comercial también), puso en el mapa a Las Vegas e inventó el Rat Pack y un estilo de ropa que hoy los hipsters imitan sin garbo y, más encima, es el culpable de que existan las fans, las groupies o, como se llamaron en ese momento, las calcetineras.

Además cantaba. Y nada de mal y con un estilo propio inimitable (¿cantaba de verdad? Quizás monologaba, sostienen algunos). No componía, pero sabía elegir, tenía claro qué temas conectaban con lo que vivía y esa capacidad de cantar/narrar temas acerca de la soledad, la nostalgia y el abandono hizo que trascendiera las modas y los tiempos. 

Al documental de HBO quizás le falta una hora más de metraje, pero funciona. Lleva el found footage al público masivo. Nada en el documental es nuevo, lo nuevo es cómo el director montó todo y les sacó provecho a voces perdidas, a voces muertas (qué voces tenían Lauren Bacall y Ava Gardner) y voces vivas que aparecen debajo de trozos de todo tipo de material fílmico (lo contrario a lo que hizo Gibney en el menos inspirado-y-de-denuncia documental Going Clear, contra la cienciología). 

La estructura que eligió Gibney es casi-perfecta: el recital de 1971 donde Sinatra, cansado y sintiéndose sin mucho más que decir, optó por despedirse. Optó por interpretar once temas, entre ellos “Fly Me to the Moon” y “My Way”, y son esos temas los que van tiñendo y explicando su vida en algo así como capítulos. Usando un material riquísimo de clips, entrevistas a Sinatra, trozos de otros conciertos o películas (hasta de El Padrino, para ilustrar el mito de cómo el cantante de Hoboken logró el rol que lo hizo ganar un Oscar en De aquí a la eternidad), la cinta deja hablar a muchas voces, vivas y muertas, pero nunca los muestra: lo que está en pantalla es siempre material de época y eso funciona muy bien. Los temas son los que al final hablan por él y vaya qué temas: son colosales y qué manera de “no interpretarlos”. Sinatra fue más que un cantante; ayudó -dicen- a formar el modo cómo vemos el mundo. O cómo quisiéramos enfrentarnos a él. Ya eso es un inmenso legado y uno termina las cuatro horas armando una playlist adhoc y con ganas de tomarse un Martini.
“Sinatra: All or Nothing at All”, de Alex Gibney.

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