por Claudio Arqueros
Diario La Tercera, martes 26 de mayo de 2015
El principio de subsidiariedad enfrenta nuevos desafíos,
tanto en el ámbito sociológico como en el político.
Esto, por cuanto los imaginarios sociales
sobre los que se levantó y desarrolló su tradición
desde el mundo clásico hasta su expresión formal
en la doctrina social de la Iglesia, han mutado.
Como la política implica
hacerse cargo de los contextos
desde ciertos principios
sobre los cuales se pretende
influir y liderar la contingencia,
dichos cambios implican
que los actores se hagan cargo
de la forma sobre las cuales
es posible seguir aplicando
–por principio- la subsidiariedad.
En Chile se ha iniciado una revisión
respecto de cómo ésta se ha aplicado
y de cómo debería ser entendida.
Dicha discusión -al menos en parte-
ha pretendido inicialmente dejar
fuera de esa tradición a Jaime Guzmán.
Sin embargo, dicho esfuerzo
(por la forma en que se ha iniciado la discusión)
resulta estéril y errado tanto en
su dimensión metodológica como comprensiva.
Metodológicamente encontramos al menos dos problemas.
Hemos enfrentado más bien una crítica
a la aplicación que en nuestro país se ha hecho
del principio de subsidiariedad por parte de un sector,
antes que un detenido esfuerzo conceptual que devele su ontología.
Este ejercicio es legítimo,
pero debemos acotar entonces la discusión
transparentando la extensión que tendrá ésta,
cuestión que es clave y sana
si consideramos que dicho principio,
como elemento clave de la filosofía política
de la organización social, tiene una extensión amplia.
Señalo esto, pues si bien comparto
que el principio de subsidiariedad
no se agota en la dimensión económica
que algunos le han dado, o bien incluso
que en dicha aplicación
se ha mal entendido su genuino sentido,
no resulta objetivo desconocer que sí existe
una dimensión económica que hacer de él.
Por eso, señalar que se ha hecho
una equivocada o reducida aplicación
de la subsidiariedad en la aplicación
de cierto modelo de políticas públicas
no es razón suficiente para afirmar
que estamos ante la revisión holística de ella.
Pero además, en dicha dimensión crítica
se ha pretendido iniciar
una discusión sobre dicha aplicación
–y también de superación de esa aplicación-
sin transparentar e incluir explícitamente
la importancia de Guzmán.
Esta metodología del bypass presenta un déficit,
por cuanto si se busca una nueva forma de comprensión
desde el análisis y crítica de cómo se ha hecho hasta ahora,
es necesario discutir sobre Guzmán.
Pero esa discusión obliga
a develar entonces su pensamiento,
y eso no se ha hecho seriamente,
cuestión que lleva entonces
a ese segundo error metodológico
pero que también devela
un conflicto de comprensión.
La crítica a Guzmán
es una crítica inacabada
que expresa falta de exposición
de su proyecto humano-social,
y por ende, de su pensamiento
a lo largo de su derrotero público.
Esa crítica ha sido más bien eco
del cuestionamiento del filósofo Renato Cristi
y no es capaz de hacerse cargo del móvil
del relato político del ideólogo gremialista.
Guzmán recoge
de la doctrina social de la iglesia
que la subsidiariedad
guarda un sentido ético social
antes que económico,
pero sin desconocer la importancia
del progreso y el rol redistributivo (ético)
que el Estado tiene al respecto
(Pío XI ya se hace cargo de esta dimensión
en Quadragesimo anno, N° 79, por ejemplo;
así también Benedicto XVI en Deus caritas est, Nº 28).
El punto es que dicha dimensión
no es un fin en sí misma; por el contrario,
debe estar dotada de un sentido espiritual,
porque lo que finalmente preocupa a Guzmán
es la forma en que el materialismo,
en su dimensión colectivista e individualista,
generan un socavo al ser humano.
Por eso, por ejemplo,
es que para el senador asesinado
el estatuto de la educación pública
no pasaba por su forma de financiamiento,
sino más bien por su contribución al bien común.
Por ejemplo: la aceptación
de la diversidad y dignidad
de cada uno de los miembros,
la enseñanza de virtudes,
respeto por las normas sociales,
e investigaciones que contribuyan
al desarrollo del país.
Hay en Guzmán
una preocupación
por la esencia del sujeto
que marca su naturaleza social,
la organización de la sociedad
y el rol del Estado.
Considerar todos estos elementos presentes en su proyecto
abre puertas para una comprensión más acabada y justa con su obra.
Hoy, además, el principio de subsidiariedad enfrenta
-desde la perspectiva de las libertades individuales
vinculadas al rol del Estado y el resguardo de la dignidad humana-
desafíos que debiesen llevarnos a pensar en las condiciones
de posibilidad de su justa promoción y aplicación.
Así por ejemplo, se hace necesario
enfrentar los ideologismos
que se vierten en contra de la libertad religiosa,
de enseñanza, de expresión, del derecho a la vida
y la dignidad de los niños, porque con ello
lo que se vulnera precisamente
es el principio de subsidiariedad
en cuanto el rol del Estado
desarrolla equivocadamente sus funciones
imponiendo globalmente políticas
que sólo consideran la autonomía personal
sin importar si dañan la dignidad de otros, incluso indefensos.
Y es que en un imaginario posmoderno,
la sociedad, la política y por ende el Estado,
corren el riesgo de quedar huérfanos de sustancialidad,
porque si algo caracteriza esta época
es precisamente su negación a lo sustancial,
y con ello la concordia política se hace más difícil.
En este contexto,
si la discusión contemporánea
se dará en gran parte sobre lo que somos
o sobre cómo nos comprendemos,
para desde ahí establecer
el sentido de la vida en sociedad
y qué tradiciones e instituciones
mantener o abandonar
en términos organizacionales,
entonces la discusión contemporánea
no puede obviar a Jaime Guzmán,
porque Guzmán es precisamente
parte de la tradición que hoy está en cuestión.
Pero además, porque su proyecto se hace cargo
de dar respuesta integral a los actuales dilemas políticos,
ya que su propuesta esencial era preservar la libertad del espíritu
frente a la amenaza del materialismo colectivista
e individualista expresado en relativismo e ideología.
En rigor, resulta sano si se quiere enfrentar
los diferentes desafíos de la subsidiariedad,
al menos en la dimensión ofrecida aquí,
transparentar la necesidad de discutir sobre Guzmán
y ser honestos con su pensamiento.
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