Del comentario de san Cirilo de Alejandría, obispo,
sobre la segunda carta a los Corintios
(Caps. 5, 5-6, 2: PG 74, 942-943)
DIOS NOS HA RECONCILIADO POR MEDIO DE CRISTO
Y NOS HA CONFIADO EL MINISTERIO DE ESTA RECONCILIACIÓN
Los que poseen las arras del Espíritu
y la esperanza de la resurrección,
como si poseyeran ya aquello que esperan,
pueden afirmar que desde ahora
ya no conocen a nadie según la carne:
todos, en efecto, somos espirituales
y ajenos a la corrupción de la carne.
Porque, desde el momento
en que ha amanecido para nosotros
la luz del Unigénito,
somos transformados
en la misma Palabra
que da vida a todas las cosas.
Y, si bien es verdad
que cuando reinaba el pecado
estábamos sujetos por los lazos de la muerte,
al introducirse en el mundo la justicia de Cristo
quedamos libres de la corrupción.
Por tanto, ya nadie vive en la carne,
es decir, ya nadie está sujeto
a la debilidad de la carne,
a la que ciertamente pertenece la corrupción,
entre otras cosas; en este sentido, dice el Apóstol:
Si alguna vez juzgamos a Cristo según la carne,
ahora ya no. Es como quien dice:
La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros,
y, para que nosotros tuviésemos vida,
sufrió la muerte según la carne,
y así es como conocimos a Cristo;
sin embargo, ahora ya no es así como lo conocemos.
Pues, aunque retiene su cuerpo humano,
ya que resucitó al tercer día
y vive en el cielo junto al Padre,
no obstante, su existencia
es superior a la meramente carnal,
puesto que murió de una vez para siempre
y ya no muere más;
la muerte ya no tiene dominio sobre él,
porque su morir fue un morir al pecado
de una vez para siempre;
y su vivir es un vivir para Dios.
Si tal es la condición de aquel
que se convirtió para nosotros
en abanderado y precursor de la vida,
es necesario que nosotros,
siguiendo sus huellas,
formemos parte de los que viven
por encima de la carne, y no en la carne.
Por esto, dice con toda razón san Pablo:
El que es de Cristo es una criatura nueva.
Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado.
Hemos sido, en efecto,
justificados por la fe en Cristo,
y ha cesado el efecto de la maldición,
puesto que él ha resucitado para librarnos,
conculcando el poder de la muerte;
y, además, hemos conocido
al que es por naturaleza propia Dios verdadero,
a quien damos culto en espíritu y en verdad,
por mediación del Hijo,
quien derrama sobre el mundo
las bendiciones divinas que proceden del Padre.
Por lo cual, dice acertadamente san Pablo:
Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo
nos reconcilió consigo, ya que el misterio de la encarnación
y la renovación consiguiente a la misma
se realizaron de acuerdo con el designio del Padre.
No hay que olvidar que por Cristo
tenemos acceso al Padre,
ya que nadie va al Padre,
como afirma el mismo Cristo, sino por él.
Y, así, todo esto viene de Dios,
que por medio de Cristo nos reconcilió
y nos encargó el ministerio de la reconciliación.
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