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Un centro inexistente


"No todas esas son mis opciones y quizás tampoco sean las suyas, pero qué bien le haría a Chile que esa alternativa, esa manera de vivir, llenara el espacio de un centro hoy inexistente..."


Jorge Pizarro ha sido elegido presidente de la Democracia Cristiana. En esos comicios han votado menos de 20 mil militantes de entre sus 113 mil inscritos. Algo así como el 15%. Los números son muy bajos, pero el problema fundamental no es la escasa participación, sino la débil identidad de los votantes.

Si en la izquierda hay problemas graves con su esquizofrenia (usamos la democracia para hacer lo que nos dé la gana con ella) y en la derecha los comportamientos son depresivos (creemos en las urnas, pero perdemos casi siempre), el supuesto centro político chileno colabora a la crisis integral con su paranoia (no queremos ser como la derecha, por lo que seremos como la izquierda).

Hace años que no hay centro en Chile y la elección de Pizarro lo confirma una vez más. Una democracia cristiana bacheletista no es verdaderamente ni demócrata ni cristiana, pero logra aferrarse a los circuitos del poder. Justamente por eso, no es ni demócrata ni cristiana: es simplemente una variante más de esas izquierdas renovadas que perdieron toda la agresiva mística revolucionaria de los 60, para convertirse desde los 90 en maquinitas de administración de posiciones. El Estado es su mercado.

Que hoy no haya en Chile un verdadero centro es muy grave. Muchos compatriotas buscan dónde comprometer sus adhesiones, pero no encuentran un espacio. Son esas personas que han sido formadas al calor del cristianismo, que pertenecen a sectores medios de esfuerzo continuo; que practican silenciosamente la solidaridad y quisieran proyectarla sin rencores a unos ámbitos más amplios; que valoran la vida, la familia, el trabajo, unas costumbres austeras y la libertad de educar a sus hijos. Si les preguntan por su afiliación, después de poco cavilar, dirán que no son de derecha ni de izquierda, que son de centro, que son cristianos y partidarios de una sociedad de colaboraciones.

¿Socialcristianos? Sí, eso, pero obviamente, no democratacristianos. ¿Por qué no? Porque perciben en la DC algo muy distinto.

Saben, por sus contactos del día a día, que las personas que hoy entran a militar a ese partido tienen una sensibilidad muy diferente; saben que se inscriben en la DC jóvenes que relativizan la vida del que está por nacer; que ven con buenos ojos la legalización de pitos y flautas; que carecen de un sentido nuclear de la familia; que prefieren entregar la educación de sus hijos al Estado; que reniegan de toda autoridad en nombre de la libertad; en fin, que citan al cristianismo como un lejano marco de referencia, como un horizonte crepuscular.

Es muy triste, pero muy evidente: cada vez que surge un problema, el democratacristiano de hoy no se pregunta qué exige el cristianismo, sino qué conviene a su partido y a la coalición de gobierno. No reacciona con el instinto de supervivencia, sino con la agresividad del depredador. Y cuando se le representa su falta, no recapacita, sino que profundiza en ella con una reafirmación del error. ¿Puede darse una peor señal a quienes sinceramente piensan que una doctrina socialcristiana debe vitalizar a la sociedad chilena?

Esa otra opción existe, pero hoy no tiene referentes. Hay, efectivamente, unos modos solidarios de organizar los emprendimientos; existen los que buscan darle un énfasis fuerte a la vida comunitaria y una especial valoración a la justicia social; hay quienes cultivan una sensibilidad fina respecto de los afectos y sentimientos. Eso y mucho más configura la mentalidad y el comportamiento socialcristiano.

No todas esas son mis opciones y quizás tampoco sean las suyas, pero qué bien le haría a Chile que esa alternativa, esa manera de vivir, llenara el espacio de un centro hoy inexistente.

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