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Cultura Pro Vida: Hacernos cargo

SOLEDAD NEUMANN, 
embarazo 2



Quienes tenemos una postura favorable a la acogida de la vida sin condiciones y pensamos que la sociedad será mejor si se organiza eficazmente para proteger a los más débiles y vulnerables, debemos revisarnos para detectar los puntos en los que, sin advertirlo tal vez, no contribuimos a una cultura “pro vida”. Para ser coherentes, es necesario visualizar los obstáculos que distintos actores de la sociedad someten a veces a las mujeres que son madre.
El desafío para el sector empresarial es que la mujer no termine asociando la maternidad con un alto costo tanto profesional como personal: sacrificando sus expectativas de ingresos y desarrollo de carrera y/o desincentivándola a querer formar una familia. En la actualidad, la brecha salarial es cercana al 30% entre hombres y mujeres y en algunas empresas no siempre es comprendido que una mujer se ausente de su trabajo por atender una situación familiar. El sistema de salud privado, por diversas consideraciones, pone, sobre los hombros de las mujeres, mayores costos al definirla como persona con “factor de alto riesgo”, algunos de éstos asociados directamente a la maternidad. Esta es un área que la sociedad debe debatir para encontrar formas que no penalicen la maternidad.
Lo anterior, también incide en el hecho que la tasa de natalidad en Chile haya descendido a 1,83 hijos por mujer (una baja de un 54% en los últimos 40 años). Ello es sintomático de una sociedad que no ofrece las condiciones necesarias para que la maternidad sea una prioridad.
La actual ley laboral presenta una serie de rigideces que impide se den fórmulas novedosas para que las mujeres, puedan integrar mejor su rol familiar y laboral. El actual proyecto de reforma no contempla hasta ahora esta realidad del mundo del trabajo femenino, como tampoco aborda la necesidad de que el derecho a sala cuna sea un derecho del niño y no de la madre, entre otras.
Una madre que sabe que tendrá un hijo enfermo, ¿qué apoyo encontrará? Sabe de antemano que tendrá que dejar de trabajar para abocarse a su cuidado y nadie suplirá ese ingreso que dejará de percibir. Aquí se refleja por una parte, un sesgo cultural en relación con los roles que desempeñan hombres y mujeres en el cuidado familiar y por otra, cómo la disparidadde remuneraciones entre hombres y mujeres atenta también en la misma dirección. 
La empresa puede hacer más, jugando un rol activo en lograr un mayor equilibrio trabajo-familia y en no inhibir la opción de la mujer a realizarse como madre.

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