Señor Director:
A la pregunta de si Chile puede ayudar a producir un cambio democrático en la hoy desventurada Venezuela, mi opinión es que sí puede, pero el problema es que el gobierno de la Nueva Mayoría no ha querido promoverlo hasta ahora.
Chile puede, porque -después de la experiencia de Pinochet- los chilenos quedamos vacunados con las dictaduras y sus violaciones, y hemos asumido como principios fundamentales de nuestra política exterior la defensa de la democracia y la protección de los derechos humanos. Asimismo, podemos y debemos hacerlo porque Venezuela fue especialmente solidaria con nuestro país en esas difíciles circunstancias históricas.
Lamentablemente, por distintas razones domésticas o de política externa, la Cancillería chilena no ha sido capaz de intervenir en este delicado asunto. En el plano interno, está claro que la Presidenta Bachelet no quiere verse enfrentada al PC, al MAS o a los extremistas de la izquierda chilena. Para ellos, el terrorismo de Estado solo concierne a los regímenes de derecha y no a los Castro y a los Maduro. Por otra parte, nuestra diplomacia no se anima a encarar con resolución el cinismo de los populistas de la región (ALBA) ni a sus compañeros de ruta circunstanciales (Argentina y Brasil). Para qué hablar de la idea de promover la defensa de la democracia en instancias tan anquilosadas como la OEA o trabadas como la Unasur. Hacerlo sería una cuestión políticamente incorrecta o infructuosa.
Chile se destacó en el pasado por sostener una política internacional apegada a los principios del derecho internacional, siendo reconocido por los países de la región como un gran referente (en Naciones Unidas se hablaba de "votar como lo hace Chile"), pero en la actualidad hemos perdido tanto esa línea como el prestigio que la acompañaba. Sea por el consumismo, el pragmatismo o el nuevo ideologismo que inunda a los chilenos, el hecho es que ya no ponemos en práctica los valores que predicamos.
Juan Salazar Sparks
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