A sólo dos meses y ya están a la vista
los vértices críticos del segundo gobierno
de la Presidenta.
Su administración tendrá que aprender a ser mayoría,
lo cual no necesariamente es una ganga.
También tendrá que leer mejor
los datos que está entregando la economía.
Y tendrá que comenzar a poner límites,
porque de otro modo el proceso se saldrá de control.
Hay que tener cuidado
con la administración de las mayorías.
Hubo un momento en que la conciencia de mayoría
se convirtió en arrogancia.
Las mayorías no eximen de la obligación de explicar,
de fundamentar con transparencia de datos
y en detalle las iniciativas y proyectos.
Una cosa es diagnosticar que
con los actuales niveles de desigualdad,
el actual modelo no es sustentable en el largo plazo;
que el puro crecimiento económico no alcanza
para reducir las brechas que siguen abiertas.
Por eso, tal vez se imponen programas sociales
más agresivos y frontales tanto de rescate
a quienes la modernización les pasó por encima,
sin tocarlos, como de restitución de oportunidades
que han estado bloqueadas por la desigualdad.
Hay un mundo de violencia y pobreza;
de alcoholismo, drogas, disolución y falta de horizontes;
de hogares no sólo deshechos sino que, además, nunca fueron,
ante el cual no sirve de nada esconder la cabeza.
Hay varias generaciones
que se están pudriendo en la marginalidad,
y aunque sea poco lo que a estas alturas
el Estado pueda hacer respecto de ellas,
al menos hay que parar la cadena de producción
de excluidos y perdedores que está operando ahí.
Ese es el núcleo duro de las heridas de la modernidad:
hogares destrozados, malas escuelas, deserción escolar,
empleos precarios y distancias siderales
entre los estereotipos de la publicidad
y la miseria de la vida diaria.
Si esta no es
una fábrica de frustración colectiva,
entonces es una máquina de destrucción social.
Cómo hacer para que
las dos palancas de la superación
-la educación y el trabajo-
logren sincronizarse de una vez por todas.
Si hay preocupación tanto en Chile como afuera,
lo que se impone no son gestos de dignidad herida
sino algo más simple: clarificaciones.
La incertidumbre
se despeja con información,
no con voluntarismo.
Es una torpeza pensar
que para alcanzar lo que viene
hay que renunciar a lo que ya ganamos.
Establecer consensos o ir a la confrontación.
Transmitir certezas o seguir con palos de ciego
que, aparte de confundir, terminan por alarmar.
Lo que está en juego aquí
no es sólo el éxito o fracaso de este gobierno.
Es el éxito o fracaso del país.
La sociedad civil es la que requiere
de argumentos y planteamientos de buena fe.
Menos eslóganes, reduccionismos e ironías.
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Extractado de la columna de Héctor Soto
Diario La Tercera, sábado 10 de mayo de 2014
Diario La Tercera, sábado 10 de mayo de 2014
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