Una habilidad social fundamental
es saber editar los contenidos propios,
de lo contrario ese vacío es ocupado
por intereses creados de diversa índole,
que se encargan de derramar profusamente
sobre nuestras conciencias
opiniones y pautas prefijadas
que nos convertirán,
más temprano que tarde,
en estación repetidora
de ese engendro ideológico-comercial
que la parrilla programática
-vía people meter/agenda progresista-
provee a través de los canales de televisión
y que es retroalimentado
-en clave alfanumérica-
a una velocidad más rápida
que el pensamiento
por crispadas redes sociales.
Lo anterior es complementado
con lo que se les ocurre
a un conjunto de especímenes,
en improvisado vuelo cotidiano,
reinventados ahora como panelistas
de programas conversados
que salen al aire,
aprovechando las ventanas
que la congestión vehicular
proporciona a las radios,
para insertarse en esa especie
de pseudo intimidad coloquial,
así como también
-and last but not least-
de los pelambres surtidos
a nivel laboral y familiar,
que a estas alturas
ni siquiera tratan tanto
de temas personales cercanos,
sino que son ocupados, cada vez más,
con las cuitas de famosillos,
provenientes de una farándula mediática
en perpetua decadencia.
Cosas del fútbol,
como diría algún filósofo mundialero.
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