"Niños del Mapocho", de Sergio Larraín:
Invisibles
por Christian Ramírez
Invisibles
por Christian Ramírez
Diario El Mercurio, Artes y Letras, domingo 25 de mayo de 2014
Es innegable que algo en la obra de un artista "cambia" dependiendo de la perspectiva y del momento en que la apreciamos. Quien comienza a leer a Bolaño hoy, lo hace con la carga de su muerte y de las novelas póstumas, no como aquellos lectores que le seguían la pista libro a libro desde mediados de los años 90. Y que quede claro: el uno no está en mejor o peor posición que el otro. Solo están observando un mismo trayecto desde escenarios distintos. Algo parecido puede decirse de la exposición del fotógrafo Sergio Larraín, en el Museo de Bellas Artes, y sobre todo de su artefacto más misterioso: un breve cortometraje sobre los niños del río Mapocho, que el artista filmó alrededor de 1962 y luego envió a los cuarteles generales de la agencia Magnum, donde fue archivado y, años más tarde, descubierto.
¿Sergio Larraín cineasta? Puesta por escrito la idea suena atractiva y seductora, pero mejor no entusiasmarse. En blanco y negro, sin audio ambiente y con una duración de casi cinco minutos, la breve película es la gran excepción de una muestra repleta de obras brillantes y una sugerencia de lo que pudo haber ocurrido con su carrera de haber alternado su pasión por la imagen congelada con una vocación por la imagen móvil.
Y de hecho, el resultado parece a mitad de camino entre ambos oficios: un trío de niños vagabundos se asoma por las barandas del Mapocho, estamos a la altura de La Vega y la antigua Pérgola de las Flores y uno de ellos orina en plena calle Santa María (y frente a la cámara); los vemos calentar las manos en una fogata armada junto al resto de la pandilla, colgarse de la puerta trasera de una micro, jugar encaramados en un puente y marchar por la mitad de la calle. A la inversa de los "pelusas del río" que Larraín fotografió en forma indeleble para el Hogar de Cristo en 1955 -obras también presentes en la exposición-, estos chicos ya no figuran al centro de su drama. No son ni protagonistas ni actores secundarios. No podrían serlo. La cámara capta sus correrías y diabluras, pero estas resultan totalmente invisibles a su público inmediato, los indiferentes transeúntes. Y mientras estos pasan por el lado, ocupados en sus cosas o haciéndose los lesos, dándole la espalda a toda esta comedia y miseria, uno frente a la pantalla y a medio siglo de distancia tiene la sensación de ser la primera persona que "ve realmente" a estos cabros chicos, que los observa tal cual fueron, tal cual son. Cuando el filme acaba y comienza otra vez, el efecto vuelve a ser el mismo. Siempre "primera vez".
La ilusión se hace más intensa cuando la cámara de Larraín los sigue hasta los bordes mismos del río, mientras el grupo comienza a chapotear con quiltros tan callejeros como ellos. Son las mismas riberas en las que años más tarde Patricio Kaulen filmaría las nocturnas secuencias de lumpen de "Largo Viaje" (1967), donde la alegre patota se convierte en una furiosa jauría azuzada por la violencia, el exceso y el alcohol. Influenciado por los primeros neorrealistas, Kaulen está más interesado en desplegar ideas de fractura y denuncia social (y vaya que bien lo consigue); Larraín, en cambio, observa cara a cara un intenso y ambivalente momento de libertad, donde nadie te mira, ni te castiga, pero tampoco te educa o te protege. Estas ahí fuera. Totalmente solo.
Es la imagen que te llevas a la salida del museo y que te acompaña por la calle y más allá: la de un chico empapado que juega a atravesar el torrente del río llevando un perro en los brazos. Lanzado al mundo. Abandonado por el mundo.
Sergio Larraín. retrospectiva
Museo de Bellas Artes, hasta el 15 de julio.
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