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Ventarrones y borrascas‏


Sombras en el espejo
por Antonio Gil
Diario Las Últimas Noticias
Jueves 15 de mayo de 2014

El pasado de nuestro territorio
está tan repleto de sorpresas, laberintos y olvidos
que nunca deja de asombrarnos.

Buscando información relativa
al acorazado alemán Dresden,
hundido en Juan Fernández
y tras cuya estela estuvimos
buscando evidencias
en el fiordo de Quintupeu,
a unas 80 millas náuticas
al sur de Puerto Montt,
dimos de sopetón
en un libro desvaído
con los cadáveres
de miles de marinos británicos
perdidos en la batalla
del Día de Todos los Santos.

Un partido a muerte
que enfrentó en aguas chilenas,
a la altura de la bahía de Coronel,
a británicos y alemanes.

En el lugar murió también
el almirante inglés Cradock.

Es decir, la más feroz batalla naval
de la Primera Guerra Mundial
se libró en Chile y casi nadie lo sabe.

El orgullo británico,
tan enfermizamente 
amigo de los triunfos
como maniaco de las derrotas,
sólo ha dejado frente 
a esos mares agitados
un modesto monolito,
casi invisible, en recuerdo
de esos bravos que cayeron
bajo los cañones 
y la metralla germana
un día primero de noviembre,
el mismo que se fue a pique
en la noche del tiempo.

Una muy modesta placa de bronce
casi ilegible reza: "A la memoria
de los 1418 oficiales y gente de mar
de la Escuadra de Guerra Británica
y su comandante en jefe, raer admiral 
sir Christopher Cradock, Royal Navy,
quienes sacrificaron sus vidas
en la Batalla Naval de Coronel.
1 de noviembre de 1914.

Recorremos las playas
de la vieja comarca carbonífera
y el viento negro parece traer todavía
unos ecos remotos que nuestra imaginación
convierte en gritos de mando,
voces de ánimo y gemidos de dolor.

Como bajo centenarias capas geológicas
ese combate naval formidable
y sus pormenores han desaparecido
de la memoria colectiva.

Y esos jóvenes de Bristol, Liverpool o Belfast
se han esfumado para siempre en su tumba marina
y ya nadie recuerda sus nombres.

Sabemos que esta añeja noticia
vale mil cuatrocientos catorce veces menos
que los masacrados meniscos de Arturo Vidal,
varios millones de veces menos
que la reforma tributaria y sus bemoles,
o la participación de algún ministro en funciones
en el imperdonable escándalo de ferrocarriles.

Sabemos muy bien que lo que ahora vale
es la habilidad de Pellegrini para manejar
el camarín de Manchester City,
lo que trajo como resultado
el triunfo de su equipo en la Premier League,
y que el pasado es algo parecido 
a la sombra de humo en un espejo.

Pero como no escribimos estas líneas
frente a una pantalla de televisión
sino ante la vastedad de un Pacífico chileno
que fue el teatro de operaciones
de un encuentro sin tregua
entre la selección alemana y la inglesa,
sin tener arte ni parte, 
no podemos dejar de consignar 
que no hay en este estadio serpentinas
ni bocinas cargadas con aire comprimido.

Viento helado y olvido
es lo único que llega
de entre los oleajes.

La estrategia del almirante Cradock
no tuvo la fortuna ni la actualidad
de la de Manuel Pellegrini.

Para bien o para mal,
el pasado es sólo eso:
ventarrones y borrascas.



Sombras en el espejo
por Antonio Gil
Diario Las Últimas Noticias
Jueves 15 de mayo de 2014

El pasado de nuestro territorio
está tan repleto de sorpresas, laberintos y olvidos
que nunca deja de asombrarnos.

Buscando información relativa
al acorazado alemán Dresden,
hundido en Juan Fernández
y tras cuya estela estuvimos
buscando evidencias
en el fiordo de Quintupeu,
a unas 80 millas náuticas
al sur de Puerto Montt,
dimos de sopetón
en un libro desvaído
con los cadáveres
de miles de marinos británicos
perdidos en la batalla
del Día de Todos los Santos.

Un partido a muerte
que enfrentó en aguas chilenas,
a la altura de la bahía de Coronel,
a británicos y alemanes.

En el lugar murió también
el almirante inglés Cradock.

Es decir, la más feroz batalla naval
de la Primera Guerra Mundial
se libró en Chile y casi nadie lo sabe.

El orgullo británico,
tan enfermizamente 
amigo de los triunfos
como maniaco de las derrotas,
sólo ha dejado frente 
a esos mares agitados
un modesto monolito,
casi invisible, en recuerdo
de esos bravos que cayeron
bajo los cañones 
y la metralla germana
un día primero de noviembre,
el mismo que se fue a pique
en la noche del tiempo.

Una muy modesta placa de bronce
casi ilegible reza: "A la memoria
de los 1418 oficiales y gente de mar
de la Escuadra de Guerra Británica
y su comandante en jefe, raer admiral 
sir Christopher Cradock, Royal Navy,
quienes sacrificaron sus vidas
en la Batalla Naval de Coronel.
1 de noviembre de 1914.

Recorremos las playas
de la vieja comarca carbonífera
y el viento negro parece traer todavía
unos ecos remotos que nuestra imaginación
convierte en gritos de mando,
voces de ánimo y gemidos de dolor.

Como bajo centenarias capas geológicas
ese combate naval formidable
y sus pormenores han desaparecido
de la memoria colectiva.

Y esos jóvenes de Bristol, Liverpool o Belfast
se han esfumado para siempre en su tumba marina
y ya nadie recuerda sus nombres.

Sabemos que esta añeja noticia
vale mil cuatrocientos catorce veces menos
que los masacrados meniscos de Arturo Vidal,
varios millones de veces menos
que la reforma tributaria y sus bemoles,
o la participación de algún ministro en funciones
en el imperdonable escándalo de ferrocarriles.

Sabemos muy bien que lo que ahora vale
es la habilidad de Pellegrini para manejar
el camarín de Manchester City,
lo que trajo como resultado
el triunfo de su equipo en la Premier League,
y que el pasado es algo parecido 
a la sombra de humo en un espejo.

Pero como no escribimos estas líneas
frente a una pantalla de televisión
sino ante la vastedad de un Pacífico chileno
que fue el teatro de operaciones
de un encuentro sin tregua
entre la selección alemana y la inglesa,
sin tener arte ni parte, 
no podemos dejar de consignar 
que no hay en este estadio serpentinas
ni bocinas cargadas con aire comprimido.

Viento helado y olvido
es lo único que llega
de entre los oleajes.

La estrategia del almirante Cradock
no tuvo la fortuna ni la actualidad
de la de Manuel Pellegrini.

Para bien o para mal,
el pasado es sólo eso:
ventarrones y borrascas.

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