Diario El Mercurio, Sábado 03 de mayo de 2014
La gran belleza
"Jep es un descendiente de las socialites noctámbulas de La dolce vita y de los intelectuales en crisis de La noche, aunque la visualidad del cineasta Paolo Sorrentino está más cerca del espíritu esperpéntico de Fellini que de la frigidez analítica de Antonioni. Estas referencias son demasiado obvias como para que constituyan la novedad de su cinta..."
Esta película comienza con una cita de Céline que describe la vida como un viaje hacia la muerte. A los 65 años, Jep Gambardella (Tony Servillo), periodista, escritor (aunque no ha publicado más que una novela), perfecto flâneur según la memorable definición de Baudelaire y sobre todo protagonista de la excéntrica, viciosa, elegante y desquiciada noche romana, repasa su vida justamente desde esa perspectiva: la del viajero que se siente cerca de la estación final.
Jep y Roma parecen una misma cosa. Las bellezas y los monstruos que pueblan la ciudad semejan extensiones de su psicología, o quizás la han configurado. El diálogo silencioso entre Jep y Roma tiene el aspecto de un amor perdido: en esta ciudad no hay pobres ni trabajadores, sino aristócratas seniles, intelectuales de poca monta, artistas fallidos, cardenales que solo hablan de cocina, monjas, muchas monjas, y múltiples vivarachos de ocasión.
La gran belleza es el repertorio de esta Roma personal. De las varias respuestas que Jep ofrece a la pregunta de por qué no ha escrito más, una de ellas es: “Por esta fauna”, como si la jungla romana fuese un inhibidor de la inspiración. Otra, más compleja, más confesional y más creíble, es el problema dificultoso de buscar una “gran belleza”, una que esté a la altura del arte que ha convertido a Roma en un centro tumultuoso de la cultura occidental. Jep es un descendiente de las socialites noctámbulas deLa dolce vita y de los intelectuales en crisis de La noche, aunque la visualidad del cineasta Paolo Sorrentino está más cerca del espíritu esperpéntico de Fellini que de la frigidez analítica de Antonioni. Estas referencias son demasiado obvias como para que constituyan la novedad de su cinta.
Lo nuevo, lo sorpresivo, es que Sorrentino los supera a ambos con una idea del tránsito, la impermanencia, la circulación del tiempo y el espacio dentro del imparable camino a la muerte que su cámara en continuo movimiento transmite con singular intensidad. Nada está fijo, ni quieto, ni inmóvil. Todo se muere un poco a cada instante y los añosos monumentos que son el símbolo de la “gran belleza” conservan en las sombras el testimonio de lo que murió hace tiempo.
La gran belleza es una película barroca, intensa, recargada y no poco pedante. Está poblada de citas literarias, plásticas y fílmicas, pero no se hunde del todo en ellas. Se deleita con la monstruosidad, pero encuentra en cada esperpento alguna forma oscura de nobleza (uno de sus grandes personajes es la Santa que solo come raíces en Mali). Tiene una visualidad que puede llamarse operática, aunque la solemnidad está siempre tocada por cierto humor cínico, casi nihilista. Y es densa y pesada como solo puede ser una película que hable en serio sobre la muerte. A esa reflexión sombría y tristona hay que agradecerle el aspecto de regalo existencial que llega a tener La gran belleza.
La grande bellezza. Dirección: Paolo Sorrentino. Con: Tony Servillo, Carlo Verdone, Sabrina Ferilli, Carlo Buccirosso, Galatea Ranzi, Giusi Merli. 142 minutos.
Jep y Roma parecen una misma cosa. Las bellezas y los monstruos que pueblan la ciudad semejan extensiones de su psicología, o quizás la han configurado. El diálogo silencioso entre Jep y Roma tiene el aspecto de un amor perdido: en esta ciudad no hay pobres ni trabajadores, sino aristócratas seniles, intelectuales de poca monta, artistas fallidos, cardenales que solo hablan de cocina, monjas, muchas monjas, y múltiples vivarachos de ocasión.
La gran belleza es el repertorio de esta Roma personal. De las varias respuestas que Jep ofrece a la pregunta de por qué no ha escrito más, una de ellas es: “Por esta fauna”, como si la jungla romana fuese un inhibidor de la inspiración. Otra, más compleja, más confesional y más creíble, es el problema dificultoso de buscar una “gran belleza”, una que esté a la altura del arte que ha convertido a Roma en un centro tumultuoso de la cultura occidental. Jep es un descendiente de las socialites noctámbulas deLa dolce vita y de los intelectuales en crisis de La noche, aunque la visualidad del cineasta Paolo Sorrentino está más cerca del espíritu esperpéntico de Fellini que de la frigidez analítica de Antonioni. Estas referencias son demasiado obvias como para que constituyan la novedad de su cinta.
Lo nuevo, lo sorpresivo, es que Sorrentino los supera a ambos con una idea del tránsito, la impermanencia, la circulación del tiempo y el espacio dentro del imparable camino a la muerte que su cámara en continuo movimiento transmite con singular intensidad. Nada está fijo, ni quieto, ni inmóvil. Todo se muere un poco a cada instante y los añosos monumentos que son el símbolo de la “gran belleza” conservan en las sombras el testimonio de lo que murió hace tiempo.
La gran belleza es una película barroca, intensa, recargada y no poco pedante. Está poblada de citas literarias, plásticas y fílmicas, pero no se hunde del todo en ellas. Se deleita con la monstruosidad, pero encuentra en cada esperpento alguna forma oscura de nobleza (uno de sus grandes personajes es la Santa que solo come raíces en Mali). Tiene una visualidad que puede llamarse operática, aunque la solemnidad está siempre tocada por cierto humor cínico, casi nihilista. Y es densa y pesada como solo puede ser una película que hable en serio sobre la muerte. A esa reflexión sombría y tristona hay que agradecerle el aspecto de regalo existencial que llega a tener La gran belleza.
La grande bellezza. Dirección: Paolo Sorrentino. Con: Tony Servillo, Carlo Verdone, Sabrina Ferilli, Carlo Buccirosso, Galatea Ranzi, Giusi Merli. 142 minutos.
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