los "callados contrapuntos"
de la propia mente,
hay que disminuir cuanto se pueda
los tentadores estímulos del mundo
a fin de escribir eso que no existía
antes ni siquiera como idea,
eso que parece articularse
solo en el plano inclinado
de una mente sustraída...
Solos
Por Roberto Merino
Diario El Mercurio, Revista de Libros
Domingo 5 de mayo de 2014
Uno de los inconvenientes del trabajo literario es el remanente de soledad que reserva para quien lo practica. El que escribe sabe que, cualquiera sean las distracciones en las que se involucre, en su destino está marcada la ruta de regreso a un lugar silencioso y aislado, donde ralea la compañía humana. Esta situación puede llegar a ser, al cabo de los años, de una lata exasperante.
Lo irónico del caso es que en la vida de todo escritor hay un momento en que este lucha por su derecho a la soledad, a la que considera condición inicial de su profesión. En el origen de esa idea está Montaigne y su "pieza del fondo", en la cual uno puede hacer como que no tuviera familia ni hijos ni compromisos, y entregarse al ejercicio de la autoconciencia. Para escuchar los "callados contrapuntos" de la propia mente, hay que disminuir cuanto se pueda los tentadores estímulos del mundo. Recluirse bajo llave, con las ventanas cerradas. Me parece que ese es, por lo demás, el tema de un relato de Henry James: "La lección del maestro".
Es posible entender en esta perspectiva la insistencia de los escritores jóvenes en agruparse en entidades colectivas. Al leerse mutuamente, al pelarse, al participar en recitales, por lo menos logran neutralizar por un tiempo el ineluctable campanazo de la soledad. Quizás por lo mismo a algunos escritores les gusta hablar de aquellas obras que tienen en proceso, es decir, las que todavía no terminan de escribir. En el trasfondo de sus palabras, hay un llamado angustioso: ¡Por favor, acompáñenme aunque sea un rato!
La recepción de un texto literario está "mediatizada por la realidad", lo que quiere decir que el escritor se demora mucho en obtener una idea de lo que produce su escritura en los lectores. Cualquier banda de rock puede servir de ejemplo para probar que la música tiene en relación con este tema una ventajosa posición. En tal caso, la obra es lo mismo que su puesta en escena, con el público y los efectos a la vista. Además, en la literatura no hay nada equivalente a la liberación de endorfinas asociadas a meter ruido en forma colectiva y amplificada, salvo quizás la poesía, aquella posibilidad constante de trasponer el yo. La poesía, que no resulta siempre, proporciona el vértigo vitalizante que justifica las muchas veladas de vigilia y de espera. Ah, escribir eso que no existía antes ni siquiera como idea, eso que parece articularse solo en el plano inclinado de una mente sustraída.
Vi hace poco un video -que ya debe tener un par de años- de Raúl Zurita leyendo o recitando sus poemas subido a un escenario con el grupo González y los Asistentes. En un momento, la cosa se pone demente, la voz, las imágenes, el dramatismo, las guitarras eléctricas, los significados de las palabras como rebotando, la sonajera, el flujo ascendente. En fin: una maravilla y una forma efectiva de romper el círculo hermético de un oficio solitario.
Para escuchar los "callados contrapuntos" de la propia mente, hay que disminuir cuanto se pueda los tentadores estímulos del mundo. Recluirse bajo llave, con las ventanas cerradas.
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