http://www.quepasa.cl/articulo/cultura/2013/12/6-13423-9-el-transcurso-del-tiempo.shtml
El transcurso del tiempo
Con la canonización de las series de cable, la "dictadura de las dos horas" de las películas dejó de ser algo arbitrario, inventado por los productores de Hollywood. A lo mejor llegó el momento de anunciar el verdadero nuevo efecto especial: el uso del tiempo. La nueva cinta de Martin Scorsese, El lobo de Wall Street, es un ejemplo de esta tendencia.El tema es al final simple: ¿por qué el tiempo debe ser restrictivo? Ya lo es en la vida: el tiempo falta, se disipa, no alcanza. La vida, al final, es finita pero ¿deben serlo las narraciones que nos hacen la vida más intensa y que son nuestros espejos?
“El lobo de Wall Street” ha sido cercenada tanto por su metraje como por sus imágenes, lo que le significó un temido NC-17. La cinta, que estuvo rondando los 220 minutos, al final se estrenará con 179 minutos y una calificación de R. ¿Será mejor la versión de director? Viniendo de Scorsese, lo más probable es que sí.
Hace un par de años fue el 3D digital el que iba a cambiar la forma en que veíamos cine. No sólo la forma: mejoraría sustancialmente la manera en que procesaríamos las historias. Narraciones tan intensas que era necesario -se volvía clave- que las dos dimensiones aumentaran a tres. Pues bien, sucedió. ¿Sí? ¿Qué sucedió? No mucho, la verdad. La primera que tiró toda la “nueva” tecnología a la parrilla fue Avatar de James Cameron: pocas veces una cinta tan básica y tramposa, tan kitsch como seudoecológica, generó tanto ruido, recaudó tal cantidad de dinero y terminó desapareciendo tan rápido en el tiempo…
Tiempo… ¿cuánto dura el tiempo?, ¿cuánto tiempo se necesita para capturar el tiempo?
Sigo: Avatar era un blockbuster con pretensiones intelectuales acerca de la posibilidad de viajar no tanto en el tiempo sino algo parecido: poder transformarte en otro (¿acaso el tiempo no es un viaje?, ¿acaso una de las cosas que acarrea el tiempo es que uno se transforma en otro, aunque no sea necesariamente aquel que querías ser?). Una premisa en sí tan fascinante como cautivante, pero no bastaba con eso. Al transformar al soldado mutilado en un esmirriado príncipe azul de una raza de basquetbolistas new age, las supuestas maravillas del 3D quedaron relegadas a subrayar más que nada el espectáculo. Cameron “pisó el palito” y traicionó lo que quiso explorar (por suerte ya había explorado esos temas en Titanic, Terminator y la subvalorada El secreto del abismo).
Pasaron varios años, las cintas filmadas en HD ahora se proyectan en HD y casi no hay un filme digno de destacar que haya usado bien el 3D. Mucho terror gore, mucha cinta adolescente, mucho dibujo animado estridente. O, para decirlo de otro modo, no apareció ningún filme en 3D que perfectamente no pudiera funcionar en 2D. Hugo, de Martin Scorsese, un descontrolado pero bello y vacuo ejercicio de cinefilia-para-niños, es una de las pocas excepciones, pero Hugo no está ni cerca de lo mejor de la obra del director de Taxi Driver. Más bien es una excentricidad en su carrera. Gravedad, que por un momento este año se convirtió no sólo en la mejor cinta del año sino de la década, se fue desinflando, y hoy algunos la recuerdan como algo más que un buen videojuego, pero pocos críticos la están colocando en su lista de lo mejor del año. Lo respetable de Cuarón, eso sí, es que, al situar su cinta en el espacio, donde no hay dimensiones y la noción del tiempo es otra, optó por contar su thriller en unos acotados 85 minutos.
Quizás eso es lo mejor de Gravedad: usa el tiempo en su medida justa. Gravedad no necesita más tiempo pues la historia que ha optado por contar no necesita más metraje. Todo es muy básico y eficaz. El exitoso filme es acerca de un personaje en un momento muy limítrofe de su vida. Bien por Cuarón. Esto no implica que siempre menos es más. Casi, es cierto, pero no siempre. Viendo lo que está pasando recientemente en el cine y la televisión (que acaso es el nuevo cine o quizás lo correcto ahora es hablar de narraciones audiovisuales), a lo mejor llegó el momento de anunciar el verdadero nuevo efecto especial: el uso del tiempo.
Así es: con la canonización de las series del cable (la llamada era de oro de la televisión), el tema de la duración dejó de ser algo arbitrario inventado por los productores de Hollywood (de 100 a 120 minutos… ideal para no tener que levantarse para ir al baño y, más importante, un metraje rentable para poder exhibir la cintas un par de veces en los horarios más prime de la tarde). ¿Quién realmente estableció que las cintas no deberían exceder las dos horas? Filmes-espectáculo como La novicia rebelde o Lo que el viento se llevó superaban las tres horas. Hoy, en que el espectador accede a la pantalla de su conveniencia, el tema de la duración se ha vuelto pues relativo, para felicidad de Einstein. Hollywood y los filmes de los multiplex siguen tratando de crear largometrajes que van entre los 90 y los 110 minutos, como promedio. Filmes de 130 o más minutos son considerados excesivos.
Esto de la “dictadura de las dos horas” no es algo necesariamente hollywoodense. Al final, casi todo el mundo sigue este patrón y, tal como la estructura de tres actos “inventada” por los griegos, tiene algo natural, orgánico, humano. Es posible que esté ligado tanto a las necesidades básicas (de nuevo: ir al baño, comer) como al poder de concentración (un bloque de clases va entre 50 y 90 minutos, máximo). El arte, por lo general, se ha adecuado durante siglos a ciertos estándares: un cuento no debería exceder las treinta páginas, una obra de teatro tiende a rozar los 120 minutos, una canción que desea ser un hit radial no supera los 4 minutos. Así: una sinfonía es más corta que una ópera y, tal como el día se divide en 24 horas, el número redondo de 60 minutos termina siendo la vara con que toda creación artística se mide.
Hasta ahora… en que se inventó el tiempo. O que, al menos, se logró liberar de su cárcel. El tema es al final simple: ¿por qué el tiempo debe ser restrictivo? Ya lo es en la vida: el tiempo falta, se disipa, no alcanza. La vida, al final, es finita, pero ¿deben serlo las narraciones que nos hacen la vida más intensa y que son nuestros espejos? Algo ha pasado en los últimos años: no sólo la vida dura más sino que, gracias a la tecnología, el tiempo también lo ha hecho. Así, ver House of Cards, un “filme” de 13 horas, no es procesado como un exceso ni menos como una pérdida de tiempo, sino al revés. Game of Thrones no debería ir a las salas de cine porque se perdería demasiado: con suerte sería una trilogía a lo El señor de los anillos. Y justamente fue la televisión e internet y la capacidad de crear una lealtad a través de distintas vías de comunicación lo que Peter Jackson puso en práctica: estrenar una trilogía donde todas las reglas estarían claras. La historia continúa, pero en un año más. La saga Crepúsculo, mala literatura que sin embargo necesitó de muchas páginas y tomos para contar lo que deseaba contar, hizo lo mismo; Harry Potter no hubiera sido un fenómeno con un solo filme: la gracia de esa saga era ver a los personajes crecer frente a nosotros.
Y quizás es la literatura la que está detrás de este nuevo “uso del tiempo”. El exceso de páginas nunca ha sido del todo un problema. A lo más, por un tema de peso y encuadernación, se optó por la idea de tomos o sagas. Proust fue tan lejos que quiso explorar el tema desde adentro y la suma de sus novelas las bautizó con el impresionante rótulo de En busca del tiempo perdido. Si Proust hubiera sido editado para dejar toda su historia en un solo tomo, quizás no lo recordaríamos porque lo que cuenta no es tan importante como la manera cómo lo cuenta. No vamos donde Proust para avanzar rápido; lo leemos para quizás tener más tiempo y recobrar nuestro propio tiempo perdido. El título en francés es más correcto: la novela se trata de buscar el tiempo. Buscarlo, atraparlo, verlo transcurrir entre nuestros dedos y ojos.
NARRAR SIN RESUMIR
Lo que ahora sucede es -quizás, insisto- gracias a las series: narrar y narrar sin preocuparse de resumir. Si Six Feet Under o Los Soprano superan las cien horas, pues por algo será. ¿Mad Men, el filme? Una mierda, impensable, puro diseño retro y música Rat Pack para no contar nada en 110 minutos. O habría que optar por una anécdota: Don Draper va a Hollywood y sólo tiene un affaire. Punto. Hace unos años, el clásico Mildred Pierce, el melodroma noir con Joan Crawford, fue readaptado por HBO y dirigido por Todd Haynes. El desafío era adaptar realmente la novela de James M. Cain. Así, la adaptación de 1945 duraba 111 minutos; la versión del 2011 con Kate Winslet, 336 minutos. Comparar siempre es complicado, pero en este caso específico (y sin haber leído la novela) sin duda que la nueva adaptación funciona mejor y es menos “camp”: deja de ser un melodrama donde todo está sobregirado para dejar que las cosas fluyan más lentamente y donde tiempos muertos y personajes secundarios puedan respirar y participar.
Sin duda que la idea de “una narrativa económica” sigue siendo válida: Al este del paraíso de Elia Kazan optó más por James Dean que por contar la saga de una familia rural, como lo hacía la larga novela de Steinbeck. Hoy el cine debe tener muy en claro lo que puede y no puede hacer. Hay cosas que en dos horas se pueden contar muy bien; no hace falta más. Sería un exceso, una redundancia. Inside Llewyn Davis, la inspirada nueva cinta de los hermanos Coen, no necesita más de sus acotados 105 minutos de metraje. Entre otra cosas porque es muy fiel a su título: cuenta un momento en la vida de un intérprete folk. Lars von Trier, en cambio, ha anunciado que su Nymphomaniac necesita más de cinco horas, y en estos precisos instantes hay una lucha por su metraje. Al parecer, su estreno americano durará poco más de cuatro horas. ¿Qué sucederá al final? Quizás se divida en dos partes o no llegue a muchas salas (su sexo explícito ayudará a eso de igual modo), pero una cosa es clara: pasado el escándalo de su estreno en algún festival clase A, el filme se verá televisivamente o, para no herir susceptibilidades, en un formato doméstico: televisor, computador, iPad.
Vuelvo a Scorsese: Hugo tuvo 3D, pero era un cuentito (de 126 minutos) y su director lo tenía claro. Ahora regresa con una cinta que algunos que la han visto dicen que es algo así como Buenos muchachos (que ya era larga para las convenciones de la industria) en el mundo de la Bolsa y los yuppies: El lobo de Wall Street -que se estrena en Chile el próximo jueves- ha sido cercenada tanto por su metraje como por sus imágenes, que le significaron un temido NC-17. La cinta, que estuvo rondando los 220 minutos, al final se estrenará con 179 minutos y una calificación de R. ¿Será mejor la versión de director? Viniendo de Scorsese, lo más probable es que sí. Sucedió con New York, New York. El famoso corte del director tiende a ser mejor que el corte del productor. Pero claro: una cinta de más de tres horas es algo complicado. En el caso de Scorsese, mi impresión es que él lo tiene claro: lo que se verá pronto en los cines será un borrador pulido, un aperitivo. Al final, aparecerá su versión más larga y no creo que sea inferior a la cercenada. Claramente, la verdadera New York, New York funciona mejor que la que fracasó en los cines en su momento de estreno.
Para terminar, antes que esto sea más largo de lo necesario: hace poco me llegó un link de un videoclip que dura 24 horas (24hoursofhappy.com). Realmente no es cierto: la canción -“Happy”, de Pharrell Williams- dura 4 minutos, pero su puesta en escena intenta recrear un día, de sol a sol, donde un elenco de 360 personas cantan y bailan el tema a lo largo de caminatas por toda la ciudad de Los Ángeles (una ciudad famosa porque ahí nadie camina). El resultado es glorioso, contagioso, adictivo. No es necesario verlo entero, pero sí es fascinante ir moviendo el reloj y caer de manera random sobre alguien que sigue cantando y aplaudiendo. Quizás 24 horas es excesivo, pero una cosa me quedó clara: cuatro minutos hubiera sido un desperdicio, una falta de respeto, un error. Como ir a tomarse un café con alguien que uno estima y que el mozo te diga que tienes que parar la charla a los diez minutos. Mal. Impresentable. Poco civilizado.
Tiempo… ¿cuánto dura el tiempo?, ¿cuánto tiempo se necesita para capturar el tiempo?
Sigo: Avatar era un blockbuster con pretensiones intelectuales acerca de la posibilidad de viajar no tanto en el tiempo sino algo parecido: poder transformarte en otro (¿acaso el tiempo no es un viaje?, ¿acaso una de las cosas que acarrea el tiempo es que uno se transforma en otro, aunque no sea necesariamente aquel que querías ser?). Una premisa en sí tan fascinante como cautivante, pero no bastaba con eso. Al transformar al soldado mutilado en un esmirriado príncipe azul de una raza de basquetbolistas new age, las supuestas maravillas del 3D quedaron relegadas a subrayar más que nada el espectáculo. Cameron “pisó el palito” y traicionó lo que quiso explorar (por suerte ya había explorado esos temas en Titanic, Terminator y la subvalorada El secreto del abismo).
Pasaron varios años, las cintas filmadas en HD ahora se proyectan en HD y casi no hay un filme digno de destacar que haya usado bien el 3D. Mucho terror gore, mucha cinta adolescente, mucho dibujo animado estridente. O, para decirlo de otro modo, no apareció ningún filme en 3D que perfectamente no pudiera funcionar en 2D. Hugo, de Martin Scorsese, un descontrolado pero bello y vacuo ejercicio de cinefilia-para-niños, es una de las pocas excepciones, pero Hugo no está ni cerca de lo mejor de la obra del director de Taxi Driver. Más bien es una excentricidad en su carrera. Gravedad, que por un momento este año se convirtió no sólo en la mejor cinta del año sino de la década, se fue desinflando, y hoy algunos la recuerdan como algo más que un buen videojuego, pero pocos críticos la están colocando en su lista de lo mejor del año. Lo respetable de Cuarón, eso sí, es que, al situar su cinta en el espacio, donde no hay dimensiones y la noción del tiempo es otra, optó por contar su thriller en unos acotados 85 minutos.
Quizás eso es lo mejor de Gravedad: usa el tiempo en su medida justa. Gravedad no necesita más tiempo pues la historia que ha optado por contar no necesita más metraje. Todo es muy básico y eficaz. El exitoso filme es acerca de un personaje en un momento muy limítrofe de su vida. Bien por Cuarón. Esto no implica que siempre menos es más. Casi, es cierto, pero no siempre. Viendo lo que está pasando recientemente en el cine y la televisión (que acaso es el nuevo cine o quizás lo correcto ahora es hablar de narraciones audiovisuales), a lo mejor llegó el momento de anunciar el verdadero nuevo efecto especial: el uso del tiempo.
Así es: con la canonización de las series del cable (la llamada era de oro de la televisión), el tema de la duración dejó de ser algo arbitrario inventado por los productores de Hollywood (de 100 a 120 minutos… ideal para no tener que levantarse para ir al baño y, más importante, un metraje rentable para poder exhibir la cintas un par de veces en los horarios más prime de la tarde). ¿Quién realmente estableció que las cintas no deberían exceder las dos horas? Filmes-espectáculo como La novicia rebelde o Lo que el viento se llevó superaban las tres horas. Hoy, en que el espectador accede a la pantalla de su conveniencia, el tema de la duración se ha vuelto pues relativo, para felicidad de Einstein. Hollywood y los filmes de los multiplex siguen tratando de crear largometrajes que van entre los 90 y los 110 minutos, como promedio. Filmes de 130 o más minutos son considerados excesivos.
Esto de la “dictadura de las dos horas” no es algo necesariamente hollywoodense. Al final, casi todo el mundo sigue este patrón y, tal como la estructura de tres actos “inventada” por los griegos, tiene algo natural, orgánico, humano. Es posible que esté ligado tanto a las necesidades básicas (de nuevo: ir al baño, comer) como al poder de concentración (un bloque de clases va entre 50 y 90 minutos, máximo). El arte, por lo general, se ha adecuado durante siglos a ciertos estándares: un cuento no debería exceder las treinta páginas, una obra de teatro tiende a rozar los 120 minutos, una canción que desea ser un hit radial no supera los 4 minutos. Así: una sinfonía es más corta que una ópera y, tal como el día se divide en 24 horas, el número redondo de 60 minutos termina siendo la vara con que toda creación artística se mide.
Hasta ahora… en que se inventó el tiempo. O que, al menos, se logró liberar de su cárcel. El tema es al final simple: ¿por qué el tiempo debe ser restrictivo? Ya lo es en la vida: el tiempo falta, se disipa, no alcanza. La vida, al final, es finita, pero ¿deben serlo las narraciones que nos hacen la vida más intensa y que son nuestros espejos? Algo ha pasado en los últimos años: no sólo la vida dura más sino que, gracias a la tecnología, el tiempo también lo ha hecho. Así, ver House of Cards, un “filme” de 13 horas, no es procesado como un exceso ni menos como una pérdida de tiempo, sino al revés. Game of Thrones no debería ir a las salas de cine porque se perdería demasiado: con suerte sería una trilogía a lo El señor de los anillos. Y justamente fue la televisión e internet y la capacidad de crear una lealtad a través de distintas vías de comunicación lo que Peter Jackson puso en práctica: estrenar una trilogía donde todas las reglas estarían claras. La historia continúa, pero en un año más. La saga Crepúsculo, mala literatura que sin embargo necesitó de muchas páginas y tomos para contar lo que deseaba contar, hizo lo mismo; Harry Potter no hubiera sido un fenómeno con un solo filme: la gracia de esa saga era ver a los personajes crecer frente a nosotros.
Y quizás es la literatura la que está detrás de este nuevo “uso del tiempo”. El exceso de páginas nunca ha sido del todo un problema. A lo más, por un tema de peso y encuadernación, se optó por la idea de tomos o sagas. Proust fue tan lejos que quiso explorar el tema desde adentro y la suma de sus novelas las bautizó con el impresionante rótulo de En busca del tiempo perdido. Si Proust hubiera sido editado para dejar toda su historia en un solo tomo, quizás no lo recordaríamos porque lo que cuenta no es tan importante como la manera cómo lo cuenta. No vamos donde Proust para avanzar rápido; lo leemos para quizás tener más tiempo y recobrar nuestro propio tiempo perdido. El título en francés es más correcto: la novela se trata de buscar el tiempo. Buscarlo, atraparlo, verlo transcurrir entre nuestros dedos y ojos.
NARRAR SIN RESUMIR
Lo que ahora sucede es -quizás, insisto- gracias a las series: narrar y narrar sin preocuparse de resumir. Si Six Feet Under o Los Soprano superan las cien horas, pues por algo será. ¿Mad Men, el filme? Una mierda, impensable, puro diseño retro y música Rat Pack para no contar nada en 110 minutos. O habría que optar por una anécdota: Don Draper va a Hollywood y sólo tiene un affaire. Punto. Hace unos años, el clásico Mildred Pierce, el melodroma noir con Joan Crawford, fue readaptado por HBO y dirigido por Todd Haynes. El desafío era adaptar realmente la novela de James M. Cain. Así, la adaptación de 1945 duraba 111 minutos; la versión del 2011 con Kate Winslet, 336 minutos. Comparar siempre es complicado, pero en este caso específico (y sin haber leído la novela) sin duda que la nueva adaptación funciona mejor y es menos “camp”: deja de ser un melodrama donde todo está sobregirado para dejar que las cosas fluyan más lentamente y donde tiempos muertos y personajes secundarios puedan respirar y participar.
Sin duda que la idea de “una narrativa económica” sigue siendo válida: Al este del paraíso de Elia Kazan optó más por James Dean que por contar la saga de una familia rural, como lo hacía la larga novela de Steinbeck. Hoy el cine debe tener muy en claro lo que puede y no puede hacer. Hay cosas que en dos horas se pueden contar muy bien; no hace falta más. Sería un exceso, una redundancia. Inside Llewyn Davis, la inspirada nueva cinta de los hermanos Coen, no necesita más de sus acotados 105 minutos de metraje. Entre otra cosas porque es muy fiel a su título: cuenta un momento en la vida de un intérprete folk. Lars von Trier, en cambio, ha anunciado que su Nymphomaniac necesita más de cinco horas, y en estos precisos instantes hay una lucha por su metraje. Al parecer, su estreno americano durará poco más de cuatro horas. ¿Qué sucederá al final? Quizás se divida en dos partes o no llegue a muchas salas (su sexo explícito ayudará a eso de igual modo), pero una cosa es clara: pasado el escándalo de su estreno en algún festival clase A, el filme se verá televisivamente o, para no herir susceptibilidades, en un formato doméstico: televisor, computador, iPad.
Vuelvo a Scorsese: Hugo tuvo 3D, pero era un cuentito (de 126 minutos) y su director lo tenía claro. Ahora regresa con una cinta que algunos que la han visto dicen que es algo así como Buenos muchachos (que ya era larga para las convenciones de la industria) en el mundo de la Bolsa y los yuppies: El lobo de Wall Street -que se estrena en Chile el próximo jueves- ha sido cercenada tanto por su metraje como por sus imágenes, que le significaron un temido NC-17. La cinta, que estuvo rondando los 220 minutos, al final se estrenará con 179 minutos y una calificación de R. ¿Será mejor la versión de director? Viniendo de Scorsese, lo más probable es que sí. Sucedió con New York, New York. El famoso corte del director tiende a ser mejor que el corte del productor. Pero claro: una cinta de más de tres horas es algo complicado. En el caso de Scorsese, mi impresión es que él lo tiene claro: lo que se verá pronto en los cines será un borrador pulido, un aperitivo. Al final, aparecerá su versión más larga y no creo que sea inferior a la cercenada. Claramente, la verdadera New York, New York funciona mejor que la que fracasó en los cines en su momento de estreno.
Para terminar, antes que esto sea más largo de lo necesario: hace poco me llegó un link de un videoclip que dura 24 horas (24hoursofhappy.com). Realmente no es cierto: la canción -“Happy”, de Pharrell Williams- dura 4 minutos, pero su puesta en escena intenta recrear un día, de sol a sol, donde un elenco de 360 personas cantan y bailan el tema a lo largo de caminatas por toda la ciudad de Los Ángeles (una ciudad famosa porque ahí nadie camina). El resultado es glorioso, contagioso, adictivo. No es necesario verlo entero, pero sí es fascinante ir moviendo el reloj y caer de manera random sobre alguien que sigue cantando y aplaudiendo. Quizás 24 horas es excesivo, pero una cosa me quedó clara: cuatro minutos hubiera sido un desperdicio, una falta de respeto, un error. Como ir a tomarse un café con alguien que uno estima y que el mozo te diga que tienes que parar la charla a los diez minutos. Mal. Impresentable. Poco civilizado.
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